La crisis que sacude a Ecuador es un déjà-vu; el resultado, no: fue diferente de lo habitual. Se ha llegado a un acuerdo, la plaza no ha tumbado las autoridades constitucionales.
Primera escena: en tiempos de vacas gordas, un gobierno populista derrocha y reparte, promete y endeuda, subsidia y protege. Viva la "justicia social", grita entre los
aplausos del "pueblo"; abajo con el imperio, muerte al capitalismo. Fortalecido por tantos éxitos, engreído con su superioridad moral, proclama la revolución: la tierra prometida está
a un paso, y si el fin es tan alto, todos los medios serán lícitos. Es así que se adueña de todo o casi, Poder Judicial y televisión, universidades y sindicatos. Y también de las arcas
públicas. ¿Alguien las saquea? De nuevo: el fin justifica los medios; la corrupción es un daño colateral del plan redentivo de la historia. Lo que importa es la "moral per cápita",
el Estado que expía el pecado social. Así, entre luces y sombras, con cosas bien hechas y otras hechas menos bien, triunfos electorales y protestas sofocadas, fue la década de Rafael Correa, tecnócrata
cristiano, o cristiano tecnócrata, ansioso por restaurar el Reino, catequizar a los sujetos, expulsar "a los mercaderes del templo". ¡Ay de obstaculizarlo! Toda disidencia lo pagó caro.
La segunda escena es hija de la primera: las vacas están flacas, los acreedores exigen, las arcas lloran, el "pueblo" resopla o protesta: incluso los grupos indígenas
-en cuyas alas Correa había volado un tiempo- cansados de los abusos. Pero sobre todo se ciernen las elecciones. Así fue desde 2013, cuando sobre la economía cayó la noche y la máquina del
consenso se atascó. ¿Había acaso distribuido más de lo que producía?, ¿gastado más de lo que cobraba? Las encuestas anunciaban tormenta y Correa se puso a cubierto: mejor no aprovechar
la reforma constitucional obtenida ad hoc, la reelección ilimitada; mejor ceder el cetro por un tiempo. ¿Quién mejor que su vicepresidente para mantenerle tibio el lugar y poner la casa en orden? Así
fue como Lenín Moreno se convirtió en presidente. A duras penas: 51% contra 49% en el ballottage. Él era la "izquierda"; en frente, la "derecha". Un país lacerado en dos mitades;
el paisaje que suelen dejar los ciclones populistas.
La tercera escena es la de Moreno en el poder. No es la primera vez que el delfín designado se vuelve contra el amo. Se entiende: ¿por qué obedecer a quien lo
dejó a uno en la boca de un volcán a punto de explotar? Corrupción (el escándalo de Odebrecht, sobre todo); déficit inmanejable; deuda a renegociar; clases medias enfurecidas que exigían
democracia; prensa en pie de guerra después de años de persecución; movimientos sociales y grupos indígenas ansiosos por recuperar la autonomía amenazada. ¡Qué hermoso legado!
A su alrededor, mientras tanto, el mundo cambiaba y presionaba: el frente chavista se derrumbaba, su ayuda desaparecía, los venezolanos en fuga tocaban a las fronteras. Y la Alianza del Pacífico crecía
exuberante: único excluido, Ecuador, por su propia decisión: Correa lo había atado al carro estancado del soberanismo. ¡Y allá lejos, en Bélgica, el Gran Líder listo para regresar
triunfante ensillando el caballo caprichoso que a Moreno tocaba domar! ¿Por qué asombrarse de que este tomara las riendas por su cuenta y lo llevara por otro camino?
Y así lo hizo Moreno: cortó con Correa. Pieza por pieza, desmanteló su régimen autocrático, a veces con la ley en la mano, otras forzándola:
sacó el bozal a los medios, liberalizó las protestas, desbloqueó las investigaciones enterradas, echó a chavistas, cubanos y compañía. Cuando, el año pasado, triunfó
en el referéndum convocado para reformar la Constitución, parecía haber ganado la batalla. Pero quedaba el nudo económico: gasto público, subsidios, precios distorsionados; eran plomo sobre
las alas del crecimiento; bombas de tiempo debajo de la cama: ¿cómo desactivarlas? Bueno o malo, correcto o no, el ajuste fue la respuesta. Medida destacada: basta de subsidios al precio de la gasolina. Todos sabían
que era un precio drogado, que en los países vecinos la gasolina era mucho más cara, que el contrabando florecía; que beneficiaba más al 22% de la población acomodada que usa el automóvil
que al 78% que viaja en el transporte público. Pero ¡ábrete cielo! Los primeros en sublevarse fueron los camioneros: ¿por qué renunciar a un privilegio si se ha convertido en derecho? Primero
la corporación, luego los intereses generales; historia antigua en América Latina.
Era lógico que estallaran las protestas: a nadie le gusta pagar más, y se daba por sentado que algunos gritaran "antes era mejor": es lo que sucede cuando
explotan las bombas heredadas. Pero hay protestas y protestas: en Ecuador, la protesta explotó con gran violencia, y con violencia fue reprimida; por tiempo y modalidad, no tenía nada espontáneo, y dado
que en el pasado varios gobiernos fueron derribados de esta manera, no fue difícil adivinar la intención. Por eso Moreno transfirió el gobierno a Guayaquil. Esta es la última escena, la que estuvo
ante nuestros ojos la semana pasada.
Muchos creen y la prensa a menudo escribe que Moreno encarna la "restauración", la "traición" de la "noble" causa revolucionaria de Correa.
Curioso: el horizonte de Moreno siempre ha sido, para darle un nombre, "socialdemócrata", "progresista". Tanto es así que la "derecha", aquella que exige un giro liberal, desconfía
de él. Su caso es, por lo tanto, emblemático y deja varias enseñanzas. Primera: la transición del populismo a la plena democracia es un vía crucis. Segunda: el nacimiento de una "izquierda"
reformista desde el vientre de una "izquierda" redentora es un parto doloroso, tal vez imposible. Tercera: el populismo es incendiario y bombero al mismo tiempo, pretende ser solución de los incendios que
él mismo provocó. Cuarta: el viento cambia rápidamente en la región. Maduro permanece en el lugar del que parecía a punto de caer; México regresó al antiguo cauce popular y
nacional; ya se anuncia el retorno del peronismo; Evo Morales se guardó la Constitución en el bolsillo y quizá sea reelegido. Correa olfateó el clima y sopló el fuego. Quinta: el eje entre
Brasil y Estados Unidos, atajo tradicional contra la marea populista, no tiene credibilidad; ¿cómo entregar las banderas democráticas a Bolsonaro y Trump? Tiempos difíciles para quienes las defendemos.
Sexta: Moreno tendrá en contra a la opinión pública mundial; si "los indígenas" protestan, es la reacción natural, ¡seguro que tendrán razón! Pocos admiten que
sus organizaciones son corporaciones poderosas, a veces intolerantes hacia las instituciones de la democracia. ¿Un desastre? Pues no: hay una séptima enseñanza, tal vez la más importante y duradera;
a diferencia del pasado, las instituciones ecuatorianas han resistido, el espíritu de compromiso ha prevalecido sobre el de prevaricación y aquellos que meditaban venganza tendrán que aplacar sus ardores.
Algo realmente ha cambiado en Ecuador.
(*) Ensayista y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia
© La Nación
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