jueves, 3 de octubre de 2019

Marco Aurelio y el techo más fotografiado del planeta

Por Isabel Coixet
Vivo en un piso de un edificio que fue construido en 1890. Ya sé, pues, que no es extraño que de repente, periódicamente, aparezcan en las paredes grietas, humedades, desconchados y fallos diversos que consiguen hacer la vida un poco más entretenida a todos los que un día decidimos convertirnos en propietarios de lugares con solera.

Hará unos cuatro años, la pared de mi dormitorio se abrió de arriba abajo y la pintura del techo empezó a caerse en grandes placas que dejaban ver la pintura de antes (un azul aguamarina que un pintor desalmado insistió en utilizar porque se llevaba mucho). 

Tras pasar una tarde buscando el número de la póliza de seguros, conseguí contactar con un técnico que me dijo que se pasaría un día de estos. Se pasó. Miró la pared, le hizo una foto, miró el techo, le hizo otra foto. Me dijo que la grieta venía del edificio de al lado y que lo del techo era del piso de arriba. Que había que hablar con la compañía de seguros de los propietarios. Eso hice. Vinieron otros dos peritos, hicieron fotos, y nunca más se supo. Como viajo mucho, se me pasó temporalmente la manía de arreglar la grieta y decidí pintar de nuevo el techo por mi cuenta. Sí, pertenezco a esa no tan rara raza de gente que tira por la calle de en medio y se le hace una montaña lo de pedir presupuesto, pasárselo a la compañía, esperar su aprobación, etcétera, etcétera, y lo único que quiere es que, cuando mire al techo, este no se le caiga encima. La grieta podía esperar.

Pasaron dos años, la pintura volvió a caerse, la grieta fue extendiéndose y reuní fuerzas para emprender otra vez la intrépida aventura de los peritos de las compañías aseguradoras y de la comunidad de vecinos. Esta vez, no uno sino cuatro aparecieron dando diversas versiones de la procedencia, causas y responsabilidades de las grietas y las humedades del techo. El último de ellos me preguntó si podía utilizar el flash, le dije que sí y juro que, en el momento en que disparó, se le cayó una enorme placa blanca de pintura encima de la cámara. Después de esta segunda tanda, no hubo respuesta por parte de nadie, a pesar de mis continuas llamadas. Supongo que es una sabia estrategia, porque nuevamente me cansé y lo dejé correr.

A la vuelta de las vacaciones, al entrar en mi habitación, la mitad de la pintura del techo estaba en el suelo y la grieta se había extendido aún más. Haciendo acopio de valor, renovada por el oasis vacacional, vuelvo a llamar a la compañía de seguros. Aparece un simpático ucraniano con bermudas y un iPad. Lo hago pasar a la habitación. Empieza a hacerle fotos a la pared que no tiene grieta y a la parte del techo que todavía no se ha caído. Y yo intento recordar en vano un pensamiento de Marco Aurelio que seguro que me iba a venir de perlas como consuelo en este momento.

Pero no consigo acordarme y empiezo a aullar mientras el ucraniano de las bermudas sale despavorido de mi casa.

© XLSemanal

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