Por Gustavo González |
Con la realidad de los resultados, más el tradicional exitismo nacional, se reconocerán entonces los indudables méritos del ganador y los evidentes errores de
los perdedores.
Lo que sigue es un intento por entender unos y otros, más allá de quién gane o pierda.
Reperfilando. Tras la derrota en las PASO, Macri fue otro. Cambió su habitual campaña virtual por la de las concentraciones públicas. El formato anterior, que tan buenos resultados le había dado,
reflejó bien el clima de la posmodernidad cuando los discursos pasaron a ser tuits; los ciudadanos, usuarios; y los candidatos, personas “como vos”, sin corbata.
Lo importante era que el mensaje llegara directo al usuario, sin necesidad de que ellos se vieran la cara en una manifestación real. Era la lógica del individualismo colectivo, en donde cada uno asume el mensaje y lo comparte hasta hacerlo viral.
Con la derrota, aquella lógica entró en crisis y lo que sucedió fue un cierto regreso a las estrategias electorales de la modernidad. Entonces se volvió
trascendente que esos grupos virtuales de apoyo se corporizaran en marchas presenciales e interactuaran bajo las consignas del #Sísepuede.
El primer atisbo de cambio fue dos semanas después de las PASO. Pero fueron sus seguidores los que se movilizaron espontáneamente a la Plaza de Mayo obligando a que su líder hiciera lo mismo. Y como el macrismo no estaba
habituado a esas concentraciones y siempre las subestimó, Macri ni siquiera pudo hablar con los manifestantes porque no había micrófonos ni sonido.
Esa marcha fue una mezcla entre la anterior forma de comunicar y la actual, el eslabón perdido entre la posmodernidad y la estrategia de la hipermodernidad macrista, ese regreso a la modernidad electoral pasada por el tamiz de líderes y audiencias líquidas.
A partir de allí, Macri se vio exigido a parecer más sensible, carismático y confrontativo. No es que sus discursos ganaran en profundidad, pero sí en
extensión: si convocaba a 300 mil personas, no podía despedirlas 10 minutos después.
Con el escrutinio de esta noche, sus estrategas deberán revisar si esos cambios sirvieron o si no existe un estratega capaz de revertir los resultados económicos de
estos cuatro años. También, si el camino del enfrentamiento excluyente con Cristina Kirchner fue adecuado, o si no tuvieron en cuenta que un simple corrimiento de ella dándole lugar a alguien percibido como más
moderado, podía arruinar el plan.
Por lo pronto, si hoy se repitieran aproximadamente los resultados de las PASO, quedaría expuesto que la falta de una tercera alternativa peronista como la que en 2015 representó
Sergio Massa y obtuvo el 21%, derivó en que más de la mitad de aquellos votantes eligiera ahora la fórmula del Frente de Todos (un 8%
se quedaría con Lavagna). Algo natural, teniendo en cuenta que el propio Massa pasó a ser candidato de ese sector y quien fue su jefe de campaña en la elección de 2015, Alberto Fernández, se convirtió en candidato a presidente.
¿No quiso o no supo? ¿Podía haber actuado distinto el macrismo para que eso no sucediera y para que hubiera existido una tercera alternativa más amplia que
uniera a Massa, Alberto, Lavagna, Pichetto y Urtubey entre otros, que volviera a sumar un 20% de votos, restándole diez o más puntos al kirchnerismo?
Cuando este verano se le planteaba eso al Presidente, respondía que bastante tenía con la interna de Cambiemos como para hacer alquimias políticas con los otros
partidos. Explicaba que la sociedad estaba agrietada en dos partes y que una de ellas (a la que consideraba importante, pero minoritaria con respecto a la propia) quería el liderazgo de Cristina. Y que contra eso no había nada qué hacer.
En privado, alguno de sus principales estrategas se animaba a agregar: “Además, si de verdad se pudiera ayudar a construir esa tercera alternativa, el peligro es que
nos gane”.
En cualquier caso, a esta altura habrá que dudar si fue una estrategia equivocada o solo se trató de una incapacidad política para intentar construir otro escenario
electoral.
Quizás Macri era sincero cuando no veía cómo influir sobre la realidad, aun cuando aceptaba que la posibilidad de que Cristina regresara el poder llenaría de incertidumbre económica al país durante la campaña y hasta podía terminar con su Presidencia.
La política es la ciencia social que pretende actuar para modificar la realidad cuanto sea posible. Quienes no lo intentan corren el riesgo de que otros lo intenten por ellos.
Una mujer multidenunciada y multiprocesada, incapaz supuestamente de superar su núcleo duro de apoyo del 30%, logró actuar sobre esa realidad que en apariencia le impedía
retornar al poder. Y, en efecto, consiguió tener más chances de regresar que antes de decidir la postulación de Alberto como cabeza de lista.
Un importante macrista de la mesa chica que primero estimó errada la jugada de Cristina, ahora se lamenta: “Hay que reconocer que Alberto terminó siendo un buen candidato. Parece popular y genuino, toca la guitarra, tiene una novia joven y se abraza a su hijo drag queen”. Además, “el perro de él es de verdad y lo saca a pasear”. Lo dice en relación a Dylan que a diferencia de Balcarce, aquel perro que un día apareció fotografiado en el sillón presidencial, no es producto del marketing electoral.
Ser y no ser lo mismo. La campaña de Alberto y Cristina siguió los caminos tradicionales del peronismo, en los cuales las movilizaciones y el andamiaje de sindicatos y gobernadores resultó fundamental. El mensaje
fue simple y apeló a la mística peronista: hubo un tiempo en el que el pueblo fue feliz. Con Perón y Evita y, luego, con Néstor y Cristina. Y Alberto hará posible que esa felicidad regrese.
Se buscó que la ex presidenta no opacara a su ex subordinado y, de paso, reducir sus apariciones a la presentación de su libro, teniendo en cuenta la imagen negativa
que conserva en determinados sectores. Suponiendo que, aun sin tanto protagonismo, el núcleo duro K apoyaría a Alberto y que el rol de éste era parecer moderado para sumar voto moderado. Aunque su carácter puso en riesgo la táctica.
Tampoco le resultó fácil a Fernández hacer campaña como un disidente K que renunció sin quedar denunciado por corrupto y, al mismo tiempo, como alguien fiel al ideario de Cristina y de sus votantes. Caminar por esa cornisa le fue tan difícil que hace unos días
debió decir: “Cristina y yo somos lo mismo”. El mensaje fue más interno que externo.
En cualquier caso, no todo es estrategia y planeamiento electoral.
A veces se trata, simplemente, de que alguien reúna los requisitos mínimos de representación social y de estar en el lugar justo y en el momento adecuado para que una mayoría heterogénea y circunstancial se una, un día como hoy, para convertirlo en presidente.
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