Por Isabel Coixet |
Nuestros cerebros tienen una capacidad para almacenar toneladas de cosas que aparentemente no necesitamos: números de teléfono de gente que ya no está, matrículas
de coches que hace décadas están en el desguace, momentos profundamente desagradables que se quedan enganchados a las paredes del cerebro y que se resisten a ser aparcados en el departamento del olvido. Me sorprende siempre ese azar sin sentido que me hace repetir como un autómata la letra de la canción más tonta del mundo («I’m a Barbie girl in a Barbie world, life in plastic is fantastic…») y, por otro lado, a veces no consigo recordar datos fundamentales que nunca creí que olvidaría: el nombre de un actor que marcó mi infancia, el título de un poema que me sabía
a pies juntillas, el aspecto de alguien que me cambió la vida, la portada de un libro que he leído cinco veces, la receta del pastel que he horneado en decenas de ocasiones.
Durante años he estado intentando encontrar una melodía que recordaba perfectamente y que no conseguía ubicar. Sabía que era de Benny Goodman y que el
disco que teníamos en casa era de una colección de fascículos de esas que eran populares en los ochenta. Recordaba poner ese disco una y otra vez como si en esa melodía –melancólica,
pausada, sideral– se encontrara un misterio que sólo yo pudiera descifrar. Era un tema muy corto y yo llegué a rayar el disco de ponerlo tanto.
Hace apenas diez días, me levanté una mañana con ese tema en la cabeza y con la voluntad de encontrar su origen y escucharlo otra vez, así que fui revisando
tema a tema todos los discos de Benny Goodman hasta que lo encontré: sonaba como lo recordaba y el efecto que tuvo en mí fue el mismo que en mi adolescencia, una extraña iluminación, un temblor
como el que uno siente ante las cosas que casi está a punto de entender, el reconocimiento que la reposada cadencia de So rare es un portal, para mí, a otro tiempo, más inocente, más vulnerable, más vivo, más apasionante.
Me siento afortunada por encontrar, aquí y allá, buscándolo o no, portales que me llevan a otras épocas, a otras eras, a otros momentos de mi vida. Sabores,
melodías, aromas de otro tiempo que me siguen haciendo falta, porque las horitas del día siguen siendo veinticuatro y, como cantaba el gran Diego Clavel, me siguen acorralando.
© XLSemanal
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