Por Fernando Savater |
Precisamente lo mejor de este sistema es que permite estilos de vida diferentes. Una vez establecida por los
representantes de todos la ley común, a nadie se le pide más que cumplirla: el resto de su estilo vital depende de sus gustos, de sus intereses, de su filosofía o religión. El planteamiento clásico
es el que esboza Pericles en la Oración fúnebre que recoge Tucídides: su sentido, la igualdad legal y libertad personal de todos los ciudadanos.
Si hay que añadir un par de rasgos históricos sobrevenidos, que sean la distinción radical entre pecado y delito (solo este concierne a la comunidad, el otro es
asunto de la conciencia de cada cual) y la plena equivalencia legal entre hombres y mujeres.
Pero... ¿por qué mezclar la inmigración con este asunto? Está claro que quienes vienen de fuera a vivir entre nosotros están obligados a cumplir las
leyes, como los demás: en cuanto a las costumbres, es cuestión de prudencia que adopten las de aquí o que nos enseñen algunas de las suyas.
Pero creo que las peores amenazas contra el sistema democrático son autóctonas: los que ligan las leyes a diferencias étnicas o territoriales, los que reinventan
normas distintas para juzgar a uno u otro sexo, los que someten los derechos sociales a privilegios económicos, los adversarios de la educación pública...
© El País (España)
0 comments :
Publicar un comentario