Por Roberto García |
Entonces, dominados por la teoría de las especies, empresarios y dirigentes imaginan
preservarse si –en un ejercicio futuro de gestión– el primer candidato se impone a lo que representa la número dos en la fórmula, Cristina de Kirchner. En el caso de que fuera a la inversa,
temen hasta por su propia seguridad.
Para justificar esta metafórica fundación del club, enumeran las enormes distinciones políticas y económicas entre la dama y el caballero, no solo porque
ella tiene los votos y él, todavía, no irradia magnetismo ni despierta el rating cuando aparece en TV. Para este conjuro, la sociedad de los FF responde a un propósito electoral que, una vez alcanzado,
desatará los nueve círculos infernales del Dante.
De ahí que no cesen de preguntar sobre quién de los dos habrá de gobernar realmente el país si ambos ganan los comicios del 27 y descreen de la versión
ingenua de que la pareja se soporta debido a que uno es todoterreno, participante de cuanto torneo existe y la otra, una competidora solo de los grandes slams, interesada más en el dulce privilegio del retiro que en
la actividad política, en despojarse de los azotes judiciales y salvar a su familia.
Socios. Al club de Alberto lo abastece una fuente impensada: esa guardia de odiosos contrincantes a cualquier establishment que no sea el propio, otro círculo rojo de presunta
naturaleza revolucionaria, que se empeña en rodear a Cristina y constituir un club a su favor, sospechando de Alberto como vicario. Se han pronunciado varios en ese sentido, son menos discretos que los otros. Una tenaza
invasora para los dos candidatos que padecen el estrés de la campaña, ella lastimada por las complicaciones nerviosas de su hija y otras intrigas del palacio, él observado por cierta agitación respiratoria
en algunos diálogos, sin poder adelgazar, tal vez por medicación útil para otro fin, o el desapego histórico que siempre mostró al esfuerzo físico: nunca fue avezado deportista, y
jugaba de arquero en el fútbol doméstico.
El instituto Defensores de Alberto entonces agradece que se pronuncie contra el default, a favor de negociar con el FMI, el interés por las propuestas de reperfilamiento de los
fondos acreedores, su negativa a una reforma constitucional, la promesa de que no habrá más impuestos o la consideración igualitaria a quienes guardan sus ahorros en el exterior o en el país. Si
hasta le reconocen, en su afán por obturar la llamada grieta, haberse planteado la osadía de asistir al acto de Formosa, en el homenaje anual que se realiza a los soldados muertos por un ataque de Montoneros
en los 70.
Al margen de las reparaciones, todos los votos valen y el sector militar –ya bastante reducido– es una súbita tentación para los postulantes, solo basta ver
que este viernes Macri asistió a la ceremonia porteña de los asesinados soldados formoseños en Granaderos.
Hay también diferencias anecdóticas entre los Fernández reconocidas en los dos clubes: salvo excepciones, la gente de Cristina no se cruza con la de Alberto,
menos se mencionan figuras de la doctora en un futuro gabinete presidencial, y se consagra a personas que casi no ha tratado o conoce (Vitobello para la AFI) u otros cuya relación se desgastó o nunca fue feliz
(Scioli, casi seguro a Turismo y Deportes si no le cuadra la Embajada de Italia). En el fragor de la disputa, se recuperan tensiones atávicas, la puja turbia y nunca olvidada ante Kirchner entre el propio Alberto y
Zannini, un favorito que la viuda al parecer deberá mantener en el banco de los suplentes del Ejecutivo a menos que lo intente correr hacia otro poder (postulante a la Corte Suprema, donde el año próximo
habrá cambios). Nadie comenta tampoco otra curiosidad: no trasciende que el candidato y la acompañante se encuentren físicamente, ni se fotografíen juntos siquiera, se supone que disponen de extensas
conversaciones telefónicas para conservar la armonía, como si fueran una dupla larga duración que no necesita verse ni advertir gestos, mohínes, ni hablar de abrazarse.
El binomio soslaya, por ejemplo, referirse a la probable relación con los Estados Unidos –clave para la administración de Macri–, en apariencia distante debido
a que Alberto solo registró más interés o simpatía por visitar a Lula y a Mujica, socialistas portugueses y españoles, o a Evo Morales. Reserva ese capítulo norteamericano para otra
etapa, como el trato con Brasil, aunque se sabe que Bolsonaro estima que sobre su cabeza pesa un enemigo (Venezuela) y teme que a sus pies se constituya otro, la Argentina de los Fernández. Se obsesiona con esa idea,
le transmite esa obsesión a Trump. Por lo tanto, será difícil la convivencia y, particularmente, más de uno espera que no afecte la estabilidad y continuidad del Mercosur. Y en esa escena de alto
voltaje también aparece Cristina, quien suma a sus inclinaciones pasadas la novedad de otra discordia eventual por el vínculo con la no extradición de Cuba y las complicaciones de Florencia con la familia
Castro y el gobierno. Moralmente, reconoce, la ex mandataria deberá devolver gentilezas por la asistencia que les brindan. Pero ni ella debe saber la naturaleza de la deuda que no tiene precio, y mucho menos sabe la
interpretación que de esos gestos realizarán Trump y Bolsonaro.
Relaciones peligrosas. Cuesta saber, en este cuadro de rencillas venideras, si habrá colaboración pacífica o guerrera de una innovación de Alberto en su posible
gobierno: el género.
Como le gusta copiar a los socialistas españoles, que prometieron incluir el 50% de mujeres en el gabinete, ahora engorda la lista de funcionarios públicos de su cercanía
con un contingente femenino numeroso, desconocido en otros gobiernos. Pueden llegar a una docena si se ajusta el lápiz y la información, ministras y secretarias de Estado, de Donda a Todesca, de la santafesina
Bielsa a la ex diputada Vilma Ibarra, de la derrotada mendocina Sagasti (pura cepa de Cristina) a la abogada Losardo (ex socia en el estudio jurídico de Fernández junto a Alberto Iribarne, otro a incorporar).
O de Tolosa Paz, que compite en La Plata y que, en caso de perder, seguramente participará del equipo, esposa del publicista de la campaña, Pepe Albistur, un amigo de Alberto que le presta el departamento de
Puerto Madero.
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