Por Roberto García |
Fue un anticipo de la misma tenida oral y televisada que habrá mañana entre los candidatos presidenciales, más inquietos por evitar un papelón que por
introducir una idea. Intereses de campaña. Otra decepción previsible, quizás, comida enlatada. Parece difícil que las apariciones en la pantalla cambien tendencias o números. Aunque esta
vez Macri se entusiasma con una performance que le sume anabólicos a una presunta escalada electoral de los últimos días, de acuerdo a
sus asesores pagos en la materia.
Claro: los mismos que antes de las Paso le alegraban la vida diciéndole que junto a Pichetto le empataba al binomio de los Fernández. Ahora le señalan que puede aumentar su caudal gracias a gente que no participó de la última elección (un 10% eventual con mayoría anti Fernández), un núcleo de arrepentidos de su última voluntad en los comicios pasados, la conciencia de que la reciente
debacle financiera no es responsabilidad solo de Macri, la aprobación mayoritaria a las últimas medidas económicas del Gobierno y un amplio respaldo participativo exteriorizado en las últimas concentraciones
del Presidente a multiplicarse el próximo 19 en la Plaza de Mayo. Una fantasía no se le niega a nadie.
Tejiendo. Sea por esto u otras novedades, el postulante Alberto se encontró con Carlos Zannini –discreta cena anteanoche en San Telmo– para revisar atávicas rencillas personales, estrategias de campaña y declaraciones poco felices.
Obvio: instrucción de Cristina, quien había regresado irritable de La Habana y, al mejor estilo del Comandante, “mando a parar” las discrepancias internas. Generosa, no quiso que Alberto fuera a recibirla
al aeropuerto, formalidad que no corresponde a quien ya se considera presidente. “No le quiero bajar el precio al candidato”, adujo, respetuosa. En cambio, menos diplomático había sido el titular
de la fórmula, quien 72 horas antes aseguró que era cero la injerencia de Cristina en la designación de ministros de un futuro gabinete, como si ella no mereciera una consulta. Casi de mal gusto y poco
agradecida sonó esa manifestación, como si nadie supiera que él y Axel Kicillof son un invento de la dama, no se ganaron el premio con el diario sudor de la frente. Por otra parte, la entrevista con Zannini revela que no alcanza con la mediación perpetua de Wado de Pedro: la cercanía al poder obliga a otras dimensiones. Tal vez la reunión sirvió para disipar reservas sobre la convocatoria a Florencio Randazzo –una ojeriza de la viuda, no de Zannini–, pero ese episodio parece menor ante la última reunión de Cristina, en La Habana, con Raúl Castro, el ecuatoriano ex presidente Correa y el primer ministro cubano Díaz Cannel, una información que llegó a la Argentina antes que ella. Nadie cree que en esa cita alguien mencionara a Randazzo, sí tal vez a Sergio Massa, quien estuvo instalado en los Estados Unidos recordando su militancia histórica contra el gobierno de Maduro, endulzando los oídos de sus interlocutores
norteamericanos. Insistió tanto con las críticas que Alberto debió advertir sobre el posible retiro del país de un grupo regional que aspira a destronar a Maduro. Puede ser que no fuera suficiente
esa promesa del candidato, quien está bajo sospecha de los propósitos nacionales y populares desde que el hombre fuerte de Venezuela, Diosdado Cabello, le recriminó olvidar que los votos le pertenecen a la ex mandataria, no son de su patrimonio. Una curiosidad ideológica del militar caribeño
para reivindicar la propiedad privada. Nunca se le había advertido ese interés particular. Otro tema insoslayable en la cena debe haber sido la futura relación con Brasil si los FF son gobierno, ya que
Bolsonaro y los militares –en lubricado vínculo con Donald Trump– multiplican su belicosidad con la administración de Caracas y la influencia de La Habana. Ahora incluyen a los Fernández, quienes se han ganado
la ira castrense: Cristina desde antaño y Alberto por haber visitado a Lula en la cárcel maldiciendo al Poder Judicial de Brasil, como si en la investigación de las corruptelas no hubieran intervenido más de mil hombres. Demasiadas complicidades. No solo entienden
que hubo una intrusión descomedida por parte del candidato argentino, también le endilgan un intento por imponer un poder supremo del que carece, por la impostura de tranquilizar su conciencia como si fuera Néstor cuando hizo la irreverente contracumbre a Bush en Mar del Plata o cuando Cristina les abrió las valijas secretas a fuerzas armadas de EE.UU. Por ahora, entra en zona de riesgo la participación de la Argentina
en el Mercosur, sea porque su rol futuro será adherir sin chistar a lo que decida y ejecute Brasil (con la Unión Europea, por ejemplo) o prepararse para un soponcio monumental e industrial si el ex capitán
Bolsonaro suspende la vigencia del Mercosur. Es una amenaza cierta.
Futuro. Con el regreso de Cristina tal vez se estabilice la campaña del frente por ahora ganador, complicada
por dudas y contradicciones con quienes ya se han puesto el traje para la jura y otros escondidos en los cortinados. Las señales en materia de política exterior son claras, a menos que alguien desee mirar hacia
otro lado. Y, en materia económica, Alberto continúa sin una identificación confiando en quebrar la voluntad de Lavagna para llevarlo a su vecindad luego de las elecciones. Para él sería salir del laberinto por arriba, como sugería Marechal. Mientras, junto a un adlater,
se preocupa por apuntar a quien abastece a Luciana Salazar sobre ciertas primicias; parece que la modelo es un problema nacional. Inexplicable bagatela. Como
la nueva vocación de los hombres de Macri –Massot, Peña– que irán a estudiar si desaparecen del gobierno, sin explicar la razón por la cual no lo hicieron antes de entrar al gobierno.
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