Por Manuel Vicent |
Si mira a la política ve la misma convulsión en unos líderes enredados en sus propias pasiones, que han dejado el futuro en un callejón sin salida. Se trata
de una tormenta perfecta, de una doble catástrofe superpuesta.
La previsión meteorológica nos advirtió con todo rigor científico cómo se iba a comportar la borrasca, dónde y cuándo caería una
determinada cantidad de lluvia y las precauciones que había que tomar. Por su parte, las operaciones de salvamento estaban preparadas para actuar en situaciones de emergencia. Ya se sabe que la naturaleza cada cierto
tiempo acude a la notaría y reclama el territorio de su propiedad, que le ha sido usurpado. Este capricho es lo único imprevisible.
En cambio, la política se está comportando con una irracionalidad mucho más difícil de calibrar que cualquier depresión atmosférica, puesto
que sus líderes actúan como venados en celo que se debaten y se enredan con las cuernas para ver cuál de ellos será el dominante.
Pese a todo, dentro de un tiempo las aguas desbordadas volverán a su cauce, los daños serán reparados y la tragedia al final será olvidada hasta que la naturaleza
vuelva a la notaría a reclamar sus derechos. En cambio, no es previsible ni evaluable el daño que nuestros siete machos de la política están causando a este país y la humillación a
la que someten a sus ciudadanos.
© El País (España)
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