José Ber Gelbard |
Estaba escrito en Sinceramente, el libro que Cristina Kirchner publicó cuando empezaba la campaña electoral.
El miércoles, en Tucumán, acompañado por uno de los jefes del sindicalismo y el presidente de la Unión Industrial Argentina, Alberto Fernández dibujó un borrador del plan que se propone
llevar adelante si gana las elecciones del 27 de octubre.
El candidato presidencial del kirchnerismo no hizo esta vez el ejercicio de memoria emotiva para evocar a José Ber Gelbard. Del ministro de Economía de Cámpora,
Lastiri, Perón e Isabel ya se había encargado Cristina en la Feria del Libro de Buenos Aires. Estaba entonces preanunciando el pacto social que su compañero de fórmula postula como solución
para frenar la inflación y mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores.
Cruzada por la nostalgia sobre lo que nunca jamás sucedió, la expresidenta habló entonces del éxito del Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación
Nacional. En un quirúrgico artículo publicado en La Nación el 10 de mayo pasado, Roberto Cortés Conde precisaría que el recuerdo de Cristina sobre el plan de Gelbard se ajustaba a sus primeros diez meses. Congelar precios y salarios (luego de aumentarlos,
en este último caso) por la vía de un compromiso político fue solo posible durante un corto tiempo y bajo la influencia decisiva de Perón. Muerto en la presidencia, el ministro y su plan apenas
soportaron unos meses más. Un año después, llegó el Rodrigazo.
Era otro país, o este mismo con medio siglo menos de decadencia. Pero el enunciado de recetas iguales o parecidas regresa, repetido, en discursos que critican intentos de solución
planteados desde el otro rincón de la biblioteca.
La propuesta de Alberto Fernández no es otro Plan Trienal, aunque en su presentación recogió una escenografía parecida, con la representación sindical
y empresaria a imagen y semejanza de la CGT y de la CGE de los años setenta. El planteo del candidato del Frente de Todos es más acotado, limitado a seis meses en los que se propone una gradual recuperación
de los salarios por sobre los precios. La palabra gradual remite a otro ensayo, mucho más reciente e igualmente fallido, el de la política económica de Mauricio Macri.
Nada parece nuevo, pero la erosión del tiempo sobre esas repeticiones cíclicas es alegremente pasada por alto por el sucesor de turno. La Argentina parece inmune a cualquier
solución económica, sin importar la intensidad ni la composición de la fórmula para esa remediación.
En todo caso, pudo extenderse por más tiempo la idea de que se encontró por fin una salida. Ocurrió durante la convertibilidad, cuyo dique de contención al
atraso cambiario provocó la peor crisis social y económica en décadas. Volvió a pasar con el primer kirchnerismo (añorado y presentado como una edad de oro por Fernández), cuando la
recuperación de indicadores que estaban en el subsuelo hizo creer que, al fin, se había encontrado una fórmula para exportar y reactivar el consumo interno al mismo tiempo. Pero la multiplicación
del gasto público, el atraso tarifario, el final del ciclo de precios elevadísimos de la soja y una crisis mundial volvieron a reponer los viejos problemas de recesión e inflación, notablemente
agravados. El 2001 dejó el 50% de pobreza y el kirchnerismo encontró en el 30% el nivel estructural del desastre social. La nueva crisis subió ese indicador entre cuatro y cinco puntos más.
Allá lejos, cuando Gelbard empezaba su experimento fallido, la Argentina y los indicadores de desocupación y pobreza rondaban el 5%. Aquellos viejos problemas y aquellas
viejas soluciones regresan, circulares, a un país que logra empeorar con el tiempo.
© La Nación
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