Por Carmen Posadas |
No me gustaría encontrarme en el lugar de los padres de K, y menos aún después de leer las noticias contradictorias que se publican sobre tan delicado asunto.
Según datos de la Asociación de Familias de Menores Transexuales, en España una de cada mil personas es transexual y el número de suicidios de menores transexuales es un 30 por ciento más
alto con respecto a otros jóvenes de su edad.
También señalan que una contradicción entre ‘el sexo que le asignaron al nacer’ y ‘su identidad sexual’ puede conducir al menor no solo
al suicidio, sino también a la depresión, al retraimiento social, a caer en la droga o a ser víctima de bullying. Por eso la Asociación aboga por que en las familias se escuchen y respeten las necesidades y experiencias de sus hijos/hijas: «No hay nada que el niño/a
tenga que integrar, quienes deberán ajustar sus expectativas son los componentes del resto de la familia». La Asociación no aboga por la terapia hormonal, pero tampoco la rechaza; sostiene que cada caso
es único y como tal debe estudiarse y tratarse. Otras entidades, en cambio, son más cautas.
Jack Drescher, profesor de Psiquiatría del New York Medical College, especifica que en los Estados Unidos se está produciendo un incremento considerable de casos de disforia de género (llámase así al deseo de convertirse en una persona del sexo contrario) en
niños cada vez más jóvenes. Según él, esto obedece a un afán de los padres de complacer lo más tempranamente posible a sus hijos para que no
sufran, y señala el caso de un niño de solo cinco años que hace poco regresó a su colegio convertido en una niña. «Hay que ser muy cautos», opina Paul McHugh, jefe de Psiquiatría
del Hospital Johns Hopkins. Según su experiencia, sin necesidad de ser tratados con terapias hormonales ni quirúrgicas, en más del 70 por ciento de los casos los niños pierden espontáneamente
sus inclinaciones. «En la pubertad –señala él–, muchos jóvenes pasan por una etapa de indefinición sexual. Algunos incluso llegan a tener relaciones íntimas con alguien
de su propio sexo sin que eso signifique necesariamente que se decanten por una opción u otra, es algo tan viejo como el mundo».
Como he dicho antes, no me gustaría estar en el lugar de la madre de K. Es más, creo que ser padre o madre se ha convertido en un oficio de riesgo. A los consabidos
peligros de Internet, bullying de varios tipos, violaciones en manada y otras lindezas, ahora hay que añadir este, hasta ahora, poco habitual dilema.
Si es cierta la cifra que cita la Asociación de Familias de Menores Transexuales y una de cada mil personas es transexual (yo no lo creo, pero pongamos que sea la mitad), no será raro que en nuestro entorno se
produzca un caso de estas características. Y entonces, como padre, ¿qué hace uno? ¿Deja que el niño decida desde su más tierna infancia a qué sexo quiere pertenecer? ¿Le retrasa
hormonalmente la pubertad para que se aclare y elija mejor su opción? ¿No hace nada y espera que la naturaleza decante la balanza de un lado u otro? Supongo que, a pesar de que la situación es hasta ahora
inusual, seguirá vigente el viejo y ancestral sentido común. Ese que dice que ser un buen padre no es dejar que un hijo decida en un tema tan vital con cinco años, como en el caso antes mencionado.
Tampoco consiste en alentar desde edades muy tempranas inclinaciones en un sentido (el que a nosotros nos gustaría), pero tampoco en el otro por modernez, por buenismo o por
ir con los tiempos, porque, tal vez, lo que se logre así sea crear aún mayor confusión. Se me ocurre que, dado el caso, lo único que un padre o una madre puede hacer es acompañar, comprender,
amar. En último término, hacerle sentir a ese niño o niña que, cuando tenga la madurez para tomar una decisión de este calado, le apoyarán a muerte. Sea cual sea su opción.
© XLSemanal
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