Por Gustavo González |
Desde la plaza de los comerciantes, orilleros, terratenientes y profesionales del 25 de mayo de 1810, hasta la plaza fabril del 17 de octubre del 45. Desde la marcha de católicos
antiperonistas de clase media-alta para el Corpus Christi del 11 de junio de 1955; hasta la del 1° de mayo de 1974 en la que los sectores obreros se mezclaron con jóvenes montoneros de clases acomodadas a los que
Perón echó de la plaza.
Desde la marcha policlasista del 10 de abril de 1982 con Galtieri en el balcón durante Malvinas, hasta cualquiera de las marchas protagonizadas por obreros sindicalizados y las
de los sectores pequeño-burgueses a las que los medios llaman de “izquierda”.
Antes y ahora, los verdaderos protagonistas de la histórica plaza no son los partidos políticos. Los partidos y sus líderes son apenas la representación de los sectores socioeconómicos que presionan en defensa de sus intereses.
Plazas K y M. En 2003, el kirchnerismo le sumó a las típicas marchas peronistas de sindicatos y de
sectores medios-bajos, a franjas medias y medias altas, intelectuales, estudiantes, profesionales y comerciantes. Una suerte de recreación de las plazas setentistas en las que los manifestantes obreros habían
recibido por primera vez la adhesión de los universitarios peronistas y católicos que descubrían al peronismo.
El macrismo es otra cosa.
Macri encabeza esta corriente liberal que se adaptó a la posmodernidad con toques peronistas. De haber sido un dirigente del partido nacido aquel 17 de octubre, podría
haber sido Menem.
Pero solo es un simpatizante ecléctico del peronismo que suavizó su pertenencia de clase con un filtro de populismo que absorbió en su paso por Boca. Y supo
prepararse para estar en el lugar indicado cuando se consolidó en la sociedad argentina una mayoría circunstancial que llevó al poder a un partido con solo diez años de existencia.
El macrismo espejó a esos sectores agotados tras doce años de relato K y golpeados por la crisis económica de los últimos cuatro años de Cristina.
Macri representó a un fenómeno novedoso de la política local: una alianza socioeconómica que atravesó a todas las clases sociales, con más fuerza en los sectores medios y altos, pero que incluía franjas más humildes.
Esto quedó plasmado en las elecciones de 2015 y 2017, en las que sus candidatos triunfaron tanto en los barrios más pudientes como en bastiones históricamente peronistas del interior y del conurbano bonaerense.
La gran duda que planteó desde un inicio este nuevo movimiento político, era si podría o no mantener y profundizar esa alianza que lo sustentaba. Si se afianzaría
como una coalición policlasista que competiría con aquella en la que siempre se basó el peronismo, o se terminaría recluyendo en un núcleo duro de sectores medios, urbanos y rurales, similar
a la del radicalismo.
Marchas monoclasistas. La primera marcha del macrismo a la Plaza de Mayo fue el 10 de diciembre de 2015, el día en que asumió Macri y bailó cumbia en el balcón de la Casa Rosada. Esa movilización
multitudinaria no reflejó, sin embargo, la complejidad de la base social que lo había llevado a ese lugar.
Eran familias mayoritariamente de clase media, bien vestidas, con banderas argentinas, que llegaron por sus propios medios y se dedicaron a cantar una y otra vez el Himno y el clásico
“Sí, se puede”.
Cuando poco tiempo después le pregunté al flamante jefe de Gabinete, por qué creía que se daba ese desfasaje socioeconómico entre los que votaron
y los que fueron a celebrar, Marcos Peña me explicó que era difícil que los sectores más pobres que habían votado a Cambiemos se acercaran por sus propios medios a una manifestación
y que el macrismo, a diferencia del peronismo, no recurría al sistema de traslado de esas personas a través de micros pagos.
Me pareció razonable la explicación, pero siempre entendí que el gran desafío de este gobierno era consolidar esa incipiente alianza policlasista y terminar
de escenificarla en la simbólica plaza.
La duda que entonces le transmití a Peña era qué pasaría si cuatro años después, el macrismo seguía sin lograr sumar espontáneamente
a esos sectores a una movilización de apoyo a su gobierno.
La pérdida del voto popular. El pasado sábado 24 tuvo lugar la última marcha de apoyo a Macri en la mítica plaza. Fue después de la derrota en las PASO y pareció un bálsamo para quienes se reencontraron
compartiendo las mismas esperanzas y angustias, y también para el propio Presidente.
Ese día la Plaza de Mayo volvió a reflejar una composición socioeconómica muy similar a la de 2015. Con una variante clave: las urnas habían mostrado
que tras su primer mandato, el macrismo había perdido las elecciones en los barrios populares en los que antes había podido entrar y hacerse fuerte. Cuatro años después, esos sectores populares
no solo no se habían podido sumar al escenario de una movilización compartida con otros sectores sociales, sino que se habían bajado de la alianza.
Quienes ahora se movilizaron expresando su apoyo a Macri, a la República o en contra de la corrupción, seguramente tampoco sintieron beneficios económicos durante
estos años, pero tienen espaldas suficientes para seguir confiando en el futuro que promete el Gobierno.
En cambio, quienes no fueron a la Plaza, pero formaron parte de los sectores más humildes que en 2015 votaron al macrismo, no tienen resto para seguir esperando esos beneficios.
Podrán disfrutar de la cloaca que nunca habían tenido, del asfalto que ahora pasa cerca de su casa, del metrobus que les hizo ganar descanso o del subsidio que siguieron recibiendo. Pero si se quedaron sin trabajo
o si lo que ganan no les alcanza, ya no tienen tiempo de esperar.
Infantilismo social y político. A una parte del núcleo duro que votó y votará por Macri, le cuesta entender cómo hay personas que aceptan volver al pasado, a quienes parece no importarles las pruebas de la corrupción
K. Pero para los millones de personas que están bajo la línea de pobreza, el pasado o la corrupción se tornan un problema abstracto. Lo acuciante para ellos es la necesidad de creer que vendrá alguien
que lo hará mejor que el actual Presidente.
Las Plazas de Mayo siempre expresaron intereses distintos. Pero Cristina y Macri postularon directamente que sus plazas son irreconciliables. Que cuando una marcha, la otra odia.
Ellos postularon, los medios se alinearon detrás de uno y otro y, al fin, todos compramos esa burda simplificación.
Así, el infantilismo político, mediático y social transformó las diferencias en grieta electoral. Y es la grieta la que viene haciendo inviable al país
en los últimos ocho años.
Las consecuencias son económicas y están a la vista.
Pero la irresponsabilidad y los errores de los políticos son su verdadera causa.
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