sábado, 24 de agosto de 2019

Votos de silencio

Por Roberto García
Pueden sorprender dos silencios: mudito Trump sobre la suerte de Macri y mudita Cristina, casi apartada, en relación con un Alberto que no para de hablar.

Discreta coincidencia de dos personajes antagónicos. Al norteamericano, los vencedores de las PASO le quieren devolver la voz para interesarlo en su proyecto, disiparle fantasmas políticos y dulcificar su amargura por la derrota del ingeniero boquense. 

Muchos espontáneos para esa tarea, aunque Sergio Massa ha sido el primero en vestirse de viajero: imagina que Rudolph Giuliani, el ex alcalde de Nueva York al que alguna vez contrató para explicar la tolerancia cero en la Argentina, podrá abrirle el picaporte del mandatario y envolverlo en papel de regalo para alegría de los Fernández bis. Tiene cierta consistencia su movida: Giuliani es abogado de Trump, y Massa, un confeso adversario del régimen venezolano; se supone que esos servicios pueden garantizar influencia.

Sin embargo, aunque se presente como un devoto cristiano reclamando “Señor, ten piedad de nosotros”, debe levantar una evidencia: el kirchnerismo no se llevaba bien ni con la administración demócrata de Obama, reconoce una aversión de nacionalidades. Para el tigrense sería una bendición que, al menos, el republicano emita un sonido gutural por su intermedio: tal vez mejore su ubicación en el tablero de poder en un nuevo gobierno de los FF. Justo aterriza cuando ellos prometen una visita de Alberto a Trump –según manifiesta Guillermo Nielsen entre banqueros– apenas asuma.

Siempre y cuando lo reciban, claro. El voto de silencio hospital de Cristina se opone al sinfín verborrágico y, a veces, irritable de Alberto, algo tropezado en sus comentarios económicos.

Vice invisible. Nadie advierte controversia entre las dos figuras gracias a que ella no se expone, hasta se olvidó de recordar en el último aniversario su inolvidable paso por la Constituyente del 94. Como si no hubiera participado. Apenas si produce algunos tuits de ocasión. Además del viaje a Cuba, parece que se ocupa solo de temas electorales, de ganarles a los radicales en Mendoza con la candidata Fernández Sagasti o señalarles a los intendentes peronistas que no digirió bien que algunos hayan sacado más votos que Kicillof, lo que podría garantizar el fin del corte de boleta en esos distritos el 27 de octubre. Mejor boleta completa que pérdida de plata en el futuro. Pero al binomio ganador le cuesta tapar el cielo con secretos, más cuando entre los dos deben decidir ministros, ministerios, gabinete. Aunque Alberto se ufana de ser “yo quien los designa”, la buena relación entre las partes indica que Cristina hará sus aportes. Y, para no improvisar ni confundirse, habrían congeniado un reparto conveniente: si él nomina al titular en una cartera, ella coloca al número dos. Y viceversa.

El delegado de la dama para este monitoreo recayó en Carlos Zannini, se ve que no alcanza con la plasticidad camporista de Wado de Pedro acompañando en las reuniones al candidato presidencial, advirtiendo que es hijo de desaparecidos, como tantos del cristinismo, y que ninguno ha olvidado el proyecto de sus padres. El empresario Galperin quizás podría ratificar esta información, aparte del enojo porque lo hicieron esperar casi media hora.

Grieta y pirueta. La abstención oral basada en la consigna doméstica “se calla para estar en paz, estar en paz es mejor que tener la razón” por el momento oculta disidencias internas, hasta el cucharón de ricino que se tragó la familia Kirchner y adyacencias cuando, en público, esta semana Alberto trató cálidamente de “Héctor” a Magnetto en una celebración de Clarín, confirmó alguna entrevista previa con el empresario y evitó mencionar cenas últimas con periodistas del medio, rememorando aquellos viejos tiempos en que eran socios de un mismo proyecto y el entonces jefe de Gabinete y su jefe mayor les servían primicias exclusivas sin pedir nada a cambio.

Hay quienes se entusiasman con esta resurrección del vínculo entre Alberto y Clarín, lo añaden a un núcleo de empresarios y sindicalistas, gobernadores e intendentes, entre otros, que parecen afines al caballero y distantes de la dama, proclives al lema: “Ganó Cristina, cobra Alberto”. O nosotros. Una presunción que se fortalece en ciertos círculos, adaptados al cambio electoral, que no concilia a posibles triunfadores en La Plata (Saintout), Quilmes (Mendoza) y Lanús (De Petri), entre otros repulsivos de La Cámpora, o del mismo Kicillof en Buenos Aires, con el perfil del aspirante Fernández. A menos que estos que fueron jóvenes ahora –como Máximo– se vuelvan conservadores en adaptación al famoso teorema de Baglini.

Si este cuadro crítico, divisorio, ofrecen los vencedores de las PASO, más exagerada es la desunión entre los perdedores. Explotó el equipo oficial en sesiones extraordinarias, con renuncias (partió Dujovne por fracaso y presuntos ataques de pánico, nada nuevo, le pasó cuando estudiaba en EE.UU. y volvía repentinamente al país), desmentidas y confirmaciones, incandescente Peña a pesar del reproche por haber errado tantos penales. No lo pudieron cambiar Vidal, Rodríguez Larreta, Frigerio, Pichetto. Alguno se comió luego un mandoble (le imputan al ministro del Interior que les dio mucha plata a los gobernadores y ninguno acompañó a Macri), al candidato a vice lo envían a recorrer el interior, finalmente Macri defendió a su preferido bajo la excusa improbable de que si lo despedía se retiraba Carrió del Gobierno. Parece falso: la diputada empeña demasiados candidatos suyos en las listas, se ha preservado el futuro, no se va.

Igual, el aire se cortó con una sevillana en esos traumáticos días y la colérica Carrió, por momentos, tuvo sus depresiones, alteraciones de carácter, tan patrióticas como las de Cristina: en algún punto coinciden. Ya todos lo saben, pero no lo dicen porque se podría malinterpretar como una cuestión de género. Macri tuvo que hacer de terapeuta con la mujer, aficionado psicólogo personal, tarea más inquietante y difícil que bajar la inflación. No es una observación del periodista, sino una confesión de un asistente a esa performance: Mario Negri, humor cordobés.

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