Por Roberto García |
Si la diferencia oscilara alrededor de los 9 puntos, por ejemplo.
Es una alternativa tormentosa, no descartable, que obliga a una decisión de Mauricio Macri a través del Banco Central sobre la cantidad de dólares que está dispuesto a vender y, fundamentalmente, el precio de esa venta. Dispone de medios (30 mil millones en activos externos), cierta liberalidad del FMI para ese ejercicio y el recuerdo de que un Alfonsín sin esas capacidades no pudo contener la corrida, se espiralizó la inflación y, finalmente, su gobierno perdió la elección. Horizonte poco deseable para el ingeniero.
Solidez. Tampoco resulta sencillo, sin embargo, mostrar fortaleza con la plata de otros para impedir la huida del
peso (aunque ningún experto imagina una demanda superior a los 10 mil millones) y menos se sabe sobre la convicción final de los funcionarios a cargo, léase Dujovne y Sandleris, ante esa emergencia. Quienes conocen la Casa Rosada creen que si hubiera deserción o flojera ante esa eventualidad, Macri ya ha contemplado hasta el
ingreso de dos militantes más arriesgados de la economía oficialista.
Este escenario promueve una opinión oculta de numerosos profesionales que, en cambio, un par de ellos han expuesto en forma pública. Cavallo y Broda, anticipando su propio voto y con el agregado de otros conceptos y disidencias, sostienen que las elecciones venideras son las más importantes de este ciclo histórico de la Argentina, constituyen un salto al vacío del populismo o un doloroso sostén al ordenamiento económico.
Blanco o negro, barbarie o civilización, sin matices, de acuerdo al tremendismo habitual. Solo Guillermo Calvo, de los más reconocidos en el rubro y desde el exterior, expresó diferencias contrarias con esta alternativa de hierro que, vale recordarlo, tal vez insinúen un reguero
cambiario el 12 de agosto con los resultados de unas PASO que parecen más definitorias que indicativas. Al revés de como fueron imaginadas, y la polarización evidente hoy convierte la primera vuelta del
27 de octubre en el ballottage previsto y quizás innecesario para el 24 de noviembre. Por la exclusiva razón de que entonces uno de los dos frentes alcanzara el 45% de los votos para llegar a la Presidencia.
Como nunca, para ese momento, importará la recaudación electoral cada vez más reducida de otros participantes, sean Lavagna, Espert, Gómez Centurión o la izquierda, quizás este último núcleo el menos propenso a disgregarse en una primera instancia. Lo
que ocurrió políticamente con el dólar en el epílogo de Alfonsín –victoria del rival y salida anticipada– podría explicar la incursión de los Fernández bis,
alarmados por su presunto retraso actual y la corrección a la suba que consideran inevitable. Hay varios registros en el historial peronista sobre el tipo de cambio desde el siglo pasado. En el manual de las frases
inolvidables, contradictorias, una pertenece al entonces cafierista Guido Di Tella, quien se pronunció a favor de un “dólar recontraalto” y luego integró la administración Menem acusada por la ficticia paridad del uno a uno. Fue un flash, quedó como un estigma: parecía propiciar la caída del salario, la pérdida
de ingresos y más aliento a la inflación. Cavallo también contribuyó: le pidió a Washington que no le otorgara créditos a la administración
radical. Otro peronista como Duhalde acuñó la patética e incumplida promesa de “el que depositó dólares, cobrará dólares”, forzando una infradevaluación y beneficios extraordinarios a los grupos concentrados
que llevaron a los Kirchner al gobierno. Repite el dúo Fernández una iniciativa del mismo corte, basada en el bombardeo a la única y pobre estrategia ganadora de Macri: sostener el tipo de cambio con tasas exorbitantes y cierta generosidad del FMI.
Cepito. Quienes miran el próximo 12 con susto por una posible disparada de los activos externos agregan
más datos a la fórmula antimercado de los Fernández: recuerdan que tanto Cristina como Alberto se manifestaron a favor de restringir el movimiento de capitales, incluyendo en esa opinión a uno de
los asesores de la ex mandataria, Matías Kulfas. Además, el principal candidato sumó una distinción semántica atrabiliaria: estima que no es default suspender el abultado pago de los intereses de las Leliqs para cedérselo a los jubilados, aunque se sabe que los beneficios de la devaluación son mayores para el campo que para la clase pasiva. En esa hilera de declaraciones se congeló a Guillermo Nielsen, convertido de la noche a la mañana
en “referente” cuando oficiaba como ministeriable de cabecera. Solo se admiten los textos de Keynes, Von Misses es mala palabra en el frente K.
Y, si no alcanza el compendio señalado, debe añadirse a la nómina el nombre de Sergio Massa, impulsor de nuevos impuestos para todos aquellos que han declarado
sus ahorros en el exterior. Quizás esa propuesta facilitó su incorporación a la cúpula intervencionista, rara en quien profundizó relaciones carnales con los bancos desde que participó
en la confiscación de las AFJP y ha sido confidente local de un experto en títulos basura, David Martínez, el mismo que lo frecuentaba con la misma regularidad que a Carlos Zannini, álter ego de
Cristina.
Como se sabe, finalmente el poderoso Martínez logró los acuerdos oficiales para hacerse cargo, junto a Clarín y otros empresarios de Telecom, de una de las más
importantes empresas del país a la que les hoy cuesta administrar por falta de talla.
No se sabe, siquiera, si mejora su performance en la campaña. Tan incierto como Macri aferrado a un mismo dólar en tiempos turbulentos. Quizá porque ambos, él
y Cristina, priorizan y pugnan por su libertad o su patrimonio, según el resultado electoral. Al revés del resto de los ciudadanos inquietos por las urgencias de la vida cotidiana.
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