Por Gustavo González |
Argentinismos. Son empresarios, periodistas, economistas, jueces, políticos y hasta dirigentes de la coalición
oficialista. Quien hasta el viernes 9 de agosto era considerado un buen constructor de equipos, vértice de los estrategas electorales más exitosos de la historia, la cara de un país moderno frente al mundo
y responsable de ponerle límite al populismo, sincerar las variables económicas y ordenar las cuentas con vistas a un mejor segundo mandato; el lunes 12 amaneció como un inepto al que se debe soportar
hasta diciembre.
El exitismo, como comportamiento social, no es un invento argentino, pero sí lo es esa palabra que define el seguidismo bobo del éxito (la RAE consideraba al término
exitista como de uso exclusivo en Argentina y Chile, luego le sumó Uruguay y Bolivia).
Parece razonable que los argentinos hayamos tenido la necesidad de crear una nueva palabra que definiera mejor qué le pasa a un país que –como decía Duhalde–
se siente condenado al éxito, pero nunca lo alcanza: los argentinos seríamos los exitistas que en la desesperación por alcanzar ese éxito que suponemos natural, pero esquivo, seguimos ciegamente
al triunfador… hasta que deja de serlo.
A tal punto el argentino se ve en la necesidad de denominar con una palabra la representación del cambio oportunista del humor social, que se inventó otro neologismo
para definirlo con más exactitud: el panquequismo. En la anterior campaña presidencial, el corresponsal de la BBC debió explicarles a sus lectores internacionales el significado de ese término.
Les dijo que su origen era “una comida que se cocina dándole vuelta a la masa”.
Otro argentinismo similar es borocotear (por Lorenzo Borocotó, que en 2005 fue electo diputado por el macrismo y enseguida pasó a votar todas las leyes del kirchnerismo).
La Real Academia todavía no lo validó, pero los diccionarios regionales ya lo incluyen.
La hora de los conversos. Esta labilidad argentina se expresó sin pudor desde que Macri pasó a ser considerado un Presidente en retirada tras las PASO.
Empresarios que hasta el viernes 9 lo apoyaban o al menos se mostraban neutros, descubrieron sus peores falencias o corrieron a entrevistarse con Alberto Fernández.
Periodistas que practicaron un periodismo de guerra en el que su foco investigativo estuvo puesto en el pasado y no en el presente (y criticaban a PERFIL por fundar una suerte de
“Corea del Centro”, como metáfora de no tomar partido por ningún bando), prometen ser imparciales de ahora en más.
Jueces que durante estos años se encargaron de acelerar las causas contra los kirchneristas (después de cajonearlas durante la era K) y dictaron prisiones preventivas
sin esperar a veces los procesamientos, comenzaron a de-sempolvar causas contra el macrismo o a ser más contemplativos con los ex funcionarios de Cristina.
Del pragmatismo peronista nada puede sorprender (en la praxis peronista, el pragmatismo representa la escuela filosófica que justifica el oportunismo político), pero
esta vez todo fue más vertiginoso: al ver las encuestas previas relativamente favorables al Gobierno, los peronistas provinciales le habían prometido a Pichetto que, además de las listas cortas que ofrendaron
a la Casa Rosada para las PASO, luego se alinearían con el oficialismo tras conocer los resultados. Hoy se muestran exultantes junto a Alberto y no reproducirán en público lo que decían de Cristina
en los últimos años.
Física sí, metafísica no. También están los funcionarios y dirigentes del macrismo que ya intentan despegarse de la Casa Rosada, señalando a sus compañeros de ruta como los culpables del desastre electoral
y opinando que “Alberto no es Cristina” y que la Argentina no tiene por qué convertirse en Venezuela.
El panquequismo no es solo responsabilidad de representantes y representados lábiles, es culpa de un gobierno que no construyó relatos de fondo que funcionaran como
contención argumental capaz de soportar las frustraciones coyunturales. Eso en cambio hizo el kirchnerismo: elaboró un relato de largo plazo que soportó los últimos cuatro años de crisis
económica de CFK, las derrotas electorales sucesivas y hasta las evidencias de corrupción en su administración.
El macrismo nunca lo consideró necesario. La metafísica de los ingenieros se funde con la física: un puente es un puente, el metrobús un metrobús.
La obra pública se define en sí misma y cualquier relato a su alrededor representa una injustificada venta de humo.
El problema de centrar la fuerza de un gobierno solo en lo tangible, es que cuando los resultados tangibles de cuatro años de gestión económica son tan negativos,
se complica luego recurrir a argumentos profundos para convencer a una mayoría de que los beneficios que no se alcanzaron, se alcanzarán en el futuro.
El macrismo nunca desarrolló el músculo de la argumentación, porque siempre subestimó la importancia de la metafísica. Su superficialidad representa
bien a la liviandad de época: la falta de historia partidaria, de épica, bailar a Gilda al asumir, la propensión al cambio, el endiosamiento de las redes sociales, el desprecio por la cultura política
tradicional o el fervor new-age. Pero lo que lo hizo llegar adonde está, hoy resulta una carencia para enfrentar este presente.
Pobre todos. De verdad pobre Macri. Cada uno de los obsecuentes que le brindó protección y silenció
cualquier crítica, será el que de ahora en más lo ponga en la mira. No es un tema personal. Es ese fenómeno social que se repitió con Alfonsín, Menem, De la Rúa y los Kirchner.
Si finalmente Macri deja de ser Presidente, serán los mismos jueces los que lo investigarán sin contemplación, los mismos periodistas que se ensañarán
con él, los mismos empresarios que mirarán para otro lado, los mismos aliados que promoverán otras alianzas.
Y si Alberto Fernández llegara a la Presidencia, comprobará pronto lo benignos que pueden ser los medios con quien tiene el poder, lo justos que pueden ser los jueces,
la dócil sabiduría de los intelectuales, la cobardía de los empresarios y la razonabilidad de los políticos.
Pobre también él si, llegado ese momento, no logra resistir la terrible tentación de creer que todo eso es cierto.
Pobre ellos, pero sobre todo pobre de nosotros, que somos los verdaderos responsables de a quiénes elegimos para representarnos: ellos son los que espejan y magnifican nuestros
propios comportamientos, frustraciones y capacidades.
Pobre de nosotros por creer que el problema son los otros. Por comprar durante tanto tiempo que eran enemigos los que veíamos del otro lado de la grieta y no darnos cuenta
de que solo se trataba de un espejo que reflejaba lo peor de nosotros.
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