Por Arturo Pérez-Reverte |
Hay en Londres un monumento que descubrí hace poco y me llamó mucho la atención. En él nunca faltan flores. Se trata de un memorial –inaugurado hace
sólo siete años por la reina Isabel II– en recuerdo de los 54.574 tripulantes de bombarderos británicos que murieron atacando Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. El lugar es conmovedor, pues
muestra a siete figuras de bronce de aviadores vestidos con ropa de vuelo, de tamaño algo mayor que el natural, en unas actitudes serenas y muy dignas. Se trata de hombres muertos de verdad, piensa uno cuando los ve.
Se ve que realmente lo están. Parecen fantasmas melancólicos.
El monumento se encuentra junto a la entrada oeste de Green Park, cerca de la casa de Wellington, y merece la pena echarle un vistazo. Sobre todo porque muestra, entre otras cosas, la
ausencia de complejos históricos británica. Esos aviadores murieron mientras bombardeaban Alemania, causando centenares de miles de víctimas: sólo en Dresde, que fue arrasada por completo, murieron
25.000 personas. Sin embargo, la idea pretende quedar por encima del horror: combatían por su patria, cumplían su deber y cayeron como héroes. Punto. El resto puede –y naturalmente, debe– discutirse
en otros lugares, pero allí sólo se trata de honrar a hombres valientes. A héroes de guerra.
Casualmente, y así son las cosas de la vida, estuve ante ese monumento el mismo día que al otro lado del Atlántico, en Buenos Aires, dos veteranos pilotos argentinos
supervivientes de los ataques aéreos contra la flota británica en 1982 eran insultados cuando fueron invitados a contar su experiencia en un colegio de la ciudad. Habían sido llamados a dar una charla
y se llenó el aula; pero, en cuanto abrieron la boca, dos alumnos y un adulto sacaron a relucir los 30.000 desaparecidos de la represión y la infame maniobra que fue Malvinas para el régimen militar: ciertos
ambos extremos, sobre los que, con toda razón, mucho se ha debatido y se debate en Argentina; pero sin ninguna relación con el motivo de la charla, pues los dos pilotos, que cuando la guerra tenían veintipocos
años, habían sido invitados por el centro escolar para que hablasen de los combates aéreos que protagonizaron, de los compañeros derribados mientras atacaban a los barcos ingleses, del sacrificio
suicida de aquellos jóvenes que, volando con sus Skyhawk al límite de las reservas de combustible, a diez metros sobre el mar y con las salpicaduras de las olas en los parabrisas, se metieron entre la implacable
defensa aérea enemiga y murieron sin rechistar, sencillamente, cumpliendo con su deber y con su oficio.
No les dejaron ni contarlo. Con la aprobación y aplausos de alumnos y padres de ambos sexos, los dos jóvenes y el adulto –tal vez un padre, quizás un espontáneo–
centraron sus preguntas y comentarios exclusivamente sobre la dictadura militar, reprochando a los dos veteranos que hubieran ido allí a hablar de otra cosa. Respondieron éstos que sólo pretendían
narrar aquello para lo que se les había invitado: la actuación de los pilotos argentinos en la guerra; pero fueron acallados por el abucheo, hasta el punto de que las autoridades del colegio, acobardadas, suspendieron
el acto. Al día siguiente, 352 padres y madres de los estudiantes firmaron un documento protestando porque los dos veteranos hubiesen pretendido hablar de pilotos y aviones y no de represores y asesinos. Y eso fue todo.
Supongo que ustedes, como yo mismo, tendrán sus opiniones sobre el asunto. Sobre si un hombre o una mujer valientes, un héroe de guerra que lo es bajo un régimen
nefasto o perverso pierde su condición de tal o la conserva. Si debe ir por la vida con la cabeza alta o esconderse en un agujero. Si, por traer aquí la cosa, tan admirable era un soldado republicano atacando
bajo el fuego en Belchite o Brunete como los soldados franquistas que se defendían como tigres al otro lado. Y, bueno. Yo sé lo que pienso, y cada cual tendrá su propia respuesta. También, como
contaba al principio de este artículo, los británicos tienen la suya. Los he visto expresarla en un conocido vídeo del ataque aéreo a sus barcos en Malvinas, cuando un piloto argentino, volando
impávido a ras del agua con su Skyhawk entre el intenso fuego antiaéreo, se eleva un poco para lanzar sus bombas y pasa rozando el palo de la fragata desde la que le disparan; y en otro barco cercano, desde el
que están grabando la escena, se escuchan los gritos de admiración y los aplausos de los marinos ingleses.
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