domingo, 18 de agosto de 2019

Hace falta casi todo, menos los odios recíprocos y el palabrerío hueco

Por Tomás Abraham
AYER

Las PASO son un monstruo político que ha vaciado de poder a la Argentina. Un fraude jurídico que de plantearse como interna de partidos fue usada de plebiscito. Y lo que podía ocurrir se concretó. Un gobierno sin autoridad que se supone que deja el poder en cuatro meses y uno nuevo que no ejerce ninguna función ejecutiva.

Este es el último engendro elaborado por la dirigencia política casi sin excepciones que puede provocar no solo un nuevo fracaso de la democracia argentina sino un colapso económico-social, acompañado por el único fantasma que lo destruye todo: la hiperinflación.

Si a cada hora miramos el dólar, si no hay precios porque cambian cada día, si las empresas retacean mercadería para no descapitalizarse, si los intereses no logran detener la depreciación del peso, si la población se empobrece y tiene dificultades de supervivencia, si el proceso iniciado esta semana se agudiza, octubre está fuera de foco.

En medio de una crisis crónica estos experimentos electorales que ocupan a los cientos o miles de candidatos expuestos en la vitrina de la civilidad producen angustia, miedo y tristeza.

Ellos y ella. Cristina Fernández de Kirchner es muy astuta. El nombramiento de Alberto Fernández fue una jugada maestra. Le salió mejor de lo que esperaba. Ahora tiene todo el tiempo que le regala un lugar en el que no tiene responsabilidad ninguna.

Su candidatura a la vicepresidencia le permite mirar el panorama y ver cómo se desloman Macri y Fernández en atribuirse mutuamente culpas y responsabilidades. Mientras tanto, ella acompaña a su hijo y a los amigos de su hijo a fortalecerse en el Congreso y preparar su futuro, un futuro “máximo”.

No la perturba un ápice que Alberto F diga que su última Presidencia no fue buena, que el kirchnerismo cometió muchos errores, que la política llevada a cabo con la prensa, con el campo, estuvo equivocada, que reconoce que la ex presidenta despertó animosidad… que hable, que siga hablando, ¡qué más da!, mientras consiga los votos. Y bien que los consigue.

¿Y Macri? Le piden que sea otro, que cambie el gabinete, que eche a Peña, que anuncie nuevas medidas económicas, que convoque a su adversario, que se reúna con radicales, que haga una feroz autocrítica, que reconozca que hizo casi todo mal, que renuncie a la campaña porque ya está perdida y que asegure la gobernabilidad, y, por favor, también le piden, que no sea tan soberbio.

Lavagna, el tercero en concordia al que tanto aman todos, deberá resignarse a no ser el presidente ungido por una falsa operación clamor en unas falsas PASO, y, si acota sus ambiciones, y una buena oferta colma su narcisismo, quizás asuma como un superministro del gabinete de Fernández.

Leña del árbol caído. Y están los que sueñan desde el primer día con el helicóptero, con una nueva fraternidad estilo 2001, los que planifican marchas ahora legitimadas por un futuro poder para provocar algún choque violento que logre lo deseado: un Macri igual a De la Rúa. Sumamos a los que decían que Macri es Hitler, los que dicen que los del PRO son herederos de los genocidas. No faltarán los vengadores ni los cazadores de brujas, los que hagan listas de quiénes apoyaron parcialmente o incondicionalmente al gobierno de Macri para dar trabajo a nuevos o viejos escrachadores, los que escudándose una vez más en los pobres, usarán la trampa de la mala conciencia y de la compasión sobreactuada, para linchar macristas.

Las redes sociales, felices. Los tuiteros de parabienes.

No más grietas dice Fernández, veremos.

Los profetas del pasado, aquellos que siempre adivinan lo que ya sucedió, hablan de fracaso del Gobierno por culpa del gradualismo, por no haber tenido el coraje del dar el golpe seco y decapitar al monstruo estatal. Hacer sangrar una sola vez y rogar que quede algún hematíe. Otros le recriminan a Macri no haber dialogado con otras fuerzas…

No hay mayor placer para quienes inventan excusas por la insoportable y aplastante derrota del último domingo que desmontar un bosque quemado y hacer leña del árbol caído. De haber arrimado el bochín y perder por tres o cuatro puntos, dirían que el Presidente es un genio.

Otro lema frecuente estos breves años es el pregón por la República. Esa que nunca existió en la Argentina supuestamente hasta Macri. República quiere decir pluralidad, diversidad, respeto a las leyes, una Justicia independiente, orden constitucional, combinado con doce millones de pobres, incontables jóvenes sin estudio ni trabajo, etc. Esta vocación republicana es una mesa de tres patas.

Las identidades políticas han dejado de remitir a ideologías o concepciones del poder. Fernández y Massa son tan peronistas como Macri. Hace un año es probable que el primero hubiera aceptado el lugar que hoy tiene Pichetto.

Cuando se canta la Marchita o se hace la señal de la victoria a lo Churchill, cuando alguien hace ostentación de ser peronista, es para insultar a quien no lo es y decirle gorila. Cuando aparece un republicano es para degradar a otro por ser nacional-populista. Este tema de las identidades cambia las etiquetas de los envases pero tiene un único contenido, no diré cuál.

HOY

Con todo respeto por la investidura presidencial, creo que uno de los problemas de Mauricio Macri es que vive en una nube de irrealidad. Pero no ahora, diría que hace mucho. Perdón si soy ofensivo, no es mi intención, su modo de hablar con la gente no solo es torpe, sino irritante.

Cuando se dirige a los ciudadanos no se da cuenta de que no está en una reunión de CEO’s en la que se decide el plan de inversiones y financiamiento para los próximos años. Habla todo el tiempo del mercado, confiesa que tiene las manos atadas por el FMI al que él mismo acudió de un modo precipitado e irresponsable, invoca inversores superpoderosos a los que es necesario seducir, insiste en que no podemos estar fuera del mundo del dinero, en suma, trata a los argentinos de carne y hueso, a los que penan para pagar luz y gas, transporte y útiles escolares, alquileres y ropa, ¡como esclavos¡ Sujetos sometidos a los grandes capitales, como su propio gobierno.

Y eso, al electorado no le gusta.

Nueva etapa. Comienza una nueva etapa. También comenzaba una nueva etapa en diciembre del 2015. En aquella oportunidad se anunciaban inversiones, pobreza cero, lucha sin cuartel contra la corrupción. Hoy se promete mejor educación, mejor salud, aumentos para los jubilados, ayuda financiera para las Pymes, más trabajo, oportunidades para los jóvenes, jerarquizar nuevamente la Secretaría de Ciencia y Técnica, recuperar el mercado interno y el consumo, darle oxígeno a una dañada clase media, no seguir con los aumentos en los servicios y el transporte…etc.

¿Puedo permitirme dudar?

La pregunta es: ¿con qué se pagan tantas buenas intenciones?, ¿con qué se pagó “con la democracia se come”?, ¿con qué se pagó el salariazo y la revolución productiva?, ¿y el crecimiento con inclusión?

¿Acaso Kicillof no viajaba tanto como Dujovne y a los mismos lugares?, ¿recuerdan por qué lo hacía? para pedir plata y para que no embarguen los bienes argentinos.

Parece que extrañamos aquellos años en los que Clarín mentía y el Indec mentía, con Obama y no Trump, con la soja a 600 y no a 300, con un Bicentenario con conga y balas.

Repito la pregunta: ¿cómo se paga lo que se promete dar? Una respuesta inmediata es mediante la distribución de lo que hay y cobrándole a los ricos. ¿Pero cuánto deberán pagar? El valor de la igualdad no tiene techo. ¿Confrontar con los exportadores como en el 2008? ¿Espantar a capitales y capitalistas? ¿Revertir las absurdas loas a los “inversores” y apoderarse desde el poder de la plusvalía total?

¿Qué queda? Una sociedad lista para el socialismo de Estado, una dictadura feroz con su aparato militar y policial, sus milicias populares, los profesionales que arman el relato.

Para evitar chantajes del capital, los sistemas políticos han elaborado modelos que no los espantan, pero los regulan. No hablo de algo que acontece en otro planeta, sino en éste. No hay otra utopía que la de encontrar una alternativa al capitalismo salvaje y a las burocracias totalitarias.

Palabrerío hueco. Para que nuestro país salga de décadas de estancamiento, de vaciamiento continuo, de cesaciones de pago, de pobreza creciente, de instituciones deformadas, hace falta casi todo, pero lo que no hace falta son odios recíprocos, búsqueda de chivos expiatorios, acusaciones a granel y palabrerío hueco.

Hace un año, en agosto 2018, en este diario, en una nota titulada “¿Kambiamos?” después de una entrevista por televisión que produjo una reacción negativa de parte de funcionarios del Gobierno, escribí: “Resulta que ahora criticar al Gobierno por haber puesto una bomba financiera bajo los asientos de millones de argentinos es abrirle la puerta a la guerra civil. Este despropósito de quienes sostienen que de no ser reelegido Macri y ganar Cristina en el 2019 vamos camino de terminar como Venezuela, instala una nueva forma de extorsión que pretende hacer callar, o ponerle sordina a los llamados intelectuales.”

Eran épocas de triunfalismo oficial, esta sordina tampoco debe hacernos callar ahora ante nuevos triunfalismos.

(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar

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