Por Sergio Suppo
La elección del domingo era tan innecesaria como la ausencia del sentido común cuando fue confirmada. Una herramienta tan útil y compleja como el voto no podía ser usada como un vulgar termómetro político
ni mucho menos ser presentada como una decisión dramática que signaría la vida del país "en los próximos treinta años". Es lo que dijo Mauricio Macri en sus arengas finales antes de sufrir la derrota que cerró su camino a la reelección.
En su origen, las PASO no eran otra cosa que una selección de candidatos entre los partidos que desean competir
en las elecciones. Hacerlas este año era inútil desde el momento en que ninguna fuerza presentó más de un postulante presidencial. En todo caso, si había municipios o provincias donde se
planteaba una competencia interna por los cargos locales las primarias podían acotarse a esos escenarios.
Es muy tarde para esas advertencias. Al sistema político no le alcanzó con armar un calendario electoral que empezó en marzo y que puede terminar en noviembre
y en hacer gastar a un Estado en crisis 4500 millones para una encuesta de lujo. Por el contrario, el oficialismo se empeñó en jugar todas sus fichas en una elección en la que nadie fue elegido, sino apenas
habilitado para participar de los comicios verdaderos, el 27 de octubre.
Si el voto es la esencia de la democracia, usarlo cuando es debido es igualmente importante. Las primarias del domingo pretendieron ser utilizadas como un escalón hacia las
elecciones de octubre, pero consumaron un resultado que precipitó una crisis financiera y política. Solo en los dos primeros días subsiguientes a la elección el poder adquisitivo de los argentinos
se licuó en un 30% por la devaluación del peso. Si ese rotundo cambio de signo político estaba por consumarse, pues debió concretarse en el momento oportuno y con las consecuencias del caso.
El domingo quedó expuesta la predilección de una abrumadora parte del electorado por castigar al macrismo por el manejo de la economía. Esa opción incluyó
pasar por alto los antecedentes políticos y prontuariales del kirchnerismo, el reemplazante electo. Hay, por lo tanto, presidente en ciernes que aun es un candidato al cargo y un presidente obligado a gobernar los cuatro meses que le quedan de mandato con su ambición de reelección
cancelada. No puede ni debe abandonar el cargo ni la postulación mientras una crisis de confianza azota a su gobierno.
El apuro de votar sin elegir hace que Alberto Fernández no pueda actuar como presidente electo, ni que Macri sea un presidente saliente. El despropósito de una votación innecesaria obliga a que sean rivales al menos hasta el último domingo de octubre.
Nada sería tan grave sin el nuevo capítulo de la crisis cambiaria que se desató apenas se conocieron los resultados. Una vez más, entre los escombros hay que buscar los indicadores de inflación,
de actividad económica y, como irremediable consecuencia, del aumento de la pobreza. Y esperar que los cimientos institucionales soporten el tembladeral provocado por usar el voto a destiempo.
© La Nación
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