Por Isabel Coixet |
Detergentes, petróleo, maquillaje, cigarrillos, envases, chocolate, medicinas son las materias con las que se han construido esas fortunas hiperbólicas. Junto con estas
dinastías que llevan amasando dinero desde tiempos inmemoriales, tenemos en el cómputo de los más ricos a hombres (todos) que han hecho su fortuna en los últimos 20 años, encabezados por
el CEO de Amazon, Jeff Bezos, que posee él solo 133 billones de dólares. En esa lista están Bill Gates, Warren Buffett, Amancio Ortega, etc.
No conozco a demasiada gente realmente rica. Y los que he conocido no me han parecido especialmente inteligentes o interesantes. Escuchar las declaraciones de los billonarios (especialmente
los norteamericanos) y cómo se enriquecieron es lo más parecido a escuchar una sarta de banalidades sobre el esfuerzo, el trabajo, la pasión y el tesón, aderezados con alguna anécdota de
la niñez sobre la venta de limonada. Creo que la capacidad de hacer dinero a mansalva está reservada a personas con una ambición desmedida y con una concentración sobrehumana en una sola cosa: en
el caso de Bezos, su convencimiento de que el futuro estaba en la venta por Internet. Jeff Bezos empezó Amazon (el primer nombre de la compañía fue Cadabra) en 1994 desde su garaje, vendiendo libros, con
300.000 dólares que le dejaron sus padres.
Siempre tuvo la idea de que los libros serían sólo el comienzo y que la compañía expandiría sus horizontes a otros productos. Bezos entendió
muy pronto algo básico pero fundamental: el capitalismo en la era de Internet había generado un consumidor muy activo en el deseo de consumir (alimentado por el interminable despliegue de productos en las páginas
expuestas en la Red) y con escasa posibilidades a la hora de proceder al consumo. Uniendo estos dos factores con la tecnología, Amazon ha experimentado en los últimos 20 años el mayor crecimiento entre
las empresas de cualquier categoría del mundo, y lo ha conseguido ofreciendo un servicio que hace apenas 20 años nadie creía que pudiera necesitar, y sin inventar o producir nada, tan sólo acercando
el producto al consumidor, donde quiera que este esté.
Lo que me inquieta de todos estos informes sobre los más ricos del mundo es lo que no está en ellos: todo ese dinero opaco, protegido por complejos sistemas que los profanos nunca alcanzaremos a entender, todos esos clanes de billonarios que consiguen pasar bajo el radar con fortunas que no podemos siquiera imaginar. Tan sólo
con que ese dinero invisible aflorara y se utilizara en buenas causas, el mundo iría algo mejor. Porque si esperamos a que Jeff Bezos y acólitos aflojen algo de lo suyo, me parece que podemos esperar sentados.
© XLSemanal
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