Por Sergio Sinay (*)
El voto es obligatorio entre los 16 y los 69 años, salvo excepciones. No se puede hacer propaganda partidaria en los sitios donde se vota. No se puede entrar a esos sitios
con bebidas alcohólicas. El voto debe ser secreto y no voceado. Se debe respetar a las autoridades de mesa.
Además de estas obligaciones explícitas hay derechos implícitos. Llamémoslos “derechos
de conciencia”. Nadie vela por su cumplimiento, salvo uno mismo. Algunos de ellos:
–Derecho a no votar a quien mintió u ocultó realidades difíciles y dolorosas. Más aún cuando no hubo reparación ni reconocimiento
por la traición a la confianza.
–Derecho a no votar a quien habiendo estado en el Gobierno, o permaneciendo en él, no reconoce errores propios y echa la culpa a otros
desligándose de responsabilidades intransferibles.
–Derecho a no votar a quienes habiendo gobernado se presentan como recién nacidos, negando, mintiendo u ocultando sobre sus responsabilidades en la situación
estructural del país.
–Derecho a no votar a quienes insultan u ofenden en sus discursos, entrevistas, presentaciones de libros u otros eventos.
–Derecho a no votar a quienes prometen mano dura como única solución a problemas de seguridad, pero no tienen programas sobre educación, salud y condiciones
de vida dignas.
–Derecho a no votar a quienes exigen sacrificios presentes a cambio de futuros no creíbles o ya malversados.
–Derecho a no votar a quienes exigen sacrificios mientras ahondan desigualdades con sus políticas y sus decisiones.
–Derecho a no votar a aquellos que, cuando gobernaron, manipularon la pobreza para mantener como rehenes a grandes sectores de la población,
beneficiándose de la indigencia económica y educativa de estos. Y que, cuando son opositores, los usan como emblema para prometer lo que antes no cumplieron.
–Derecho a no votar a quienes, por conveniencias electorales, desertaron de los principios y valores que decían sostener.
–Derecho a revisar las fórmulas para observar cómo, quienes ayer eran irreconciliables como el agua y el aceite, hoy se abrazan
y elogian en público convirtiéndose en ingredientes del mismo barro moral.
–Derecho a no votar, como consecuencia del derecho anterior, a candidatos que se presenten o hagan campaña, aliados con quienes hasta ayer eran sus enemigos viscerales.
–Derecho a revisar las interminables boletas, a leerlas con detenimiento, para verificar la cantidad de nombres que usan esas boletas como
aguantaderos o refugios, y negarse a protegerlos y encubrirlos con el voto.
–Derecho a no votar a nadie que tenga cuentas pendientes, o en proceso, con la Justicia, para no ser cómplice en la impunidad de un delincuente potencial o comprobado.
–Derecho a no creer a quienes le han mentido una y otra vez.
–Derecho a no votar a ningún candidato que diga, o haya dicho, que declaraciones y contradicciones explícitas y aberrantes salidas de su boca fueron “sacadas
de contexto”.
–Derecho a no votar a ningún candidato que, en discursos, escritos o entrevistas, afirme: “Yo nunca dije que…”. Más
aún cuando sobran pruebas de que lo dijo.
–Derecho a no votar a cualquier candidato que, mientras miente austeridad, hace exhibiciones de lujo y de riqueza.
–Derecho a no votar a los candidatos que prometen fundar nuevamente la Nación, como si ésta, con todos sus problemas, no existiera
desde hace 203 años.
–Derecho a no votar a quienes no propongan políticas de Estado que se sostengan en el tiempo, independientemente de quién gobierne, y que no se comprometan a
respetarlas.
–Derecho a no votar a quienes no planteen debatir ideas políticas y solo se valgan de chicanas.
–Derecho a no votar a quienes se fotografíen y filmen hasta el hartazgo con bebés, ancianos, jubilados y mujeres pobres solo en épocas de campaña
para olvidarlos de inmediato.
–Derecho a un escrutinio veraz, veloz y honesto.
Ahora es el momento de revalidar estos derechos.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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