Por Gustavo González |
Entre sus colaboradores, avanzan más. Dicen que el kirchnerismo recibiría cuentas más ordenadas, pero que su política “populista” pronto echaría
todo a perder: “Mauricio se equivocó porque por no flexibilizar la rigidez monetaria en un año electoral, no solo podemos perder la elección sino que de ganar Alberto lo que se hizo hasta ahora volará
por los aires”.
El Presidente se podría autosatisfacer dando conferencias por el mundo repitiendo que su plan de reducción del déficit habría sido absolutamente exitoso.
Con apenas un par de daños colaterales: dejar al país en coma y a él al borde del retiro político.
Entonces podría afirmar, como esos cirujanos geniales e insensibles, que la operación resultó exitosa. Pero que el paciente murió.
Enojo y grieta. Esta fue la pelea oculta que atravesó a Cambiemos durante estos meses. No se trató
de un debate profundo sobre si Keynes tenía razón y que de las recesiones no se sale con ajuste. Fueron discusiones derivadas del más profundo y oportunista deseo de supervivencia política.
Este era el pragmatismo planteado por el ala política (radicales y peronistas PRO), que intentaron convencer al macrismo duro de repetir la estrategia económica que
en 2017 hizo crecer casi el 3% el PBI y le permitió derrotar a Cristina y ganar los comicios.
Pero fue imposible. Ni siquiera los enojos de su consultor y amigo Duran Barba pudieron convencerlo: con recesión, inflación y pobreza, con tasas de más del 60% y con consumidores con bolsillos vacíos, sería difícil
seducir al votante. En cambio, el Gobierno se aferró como única herramienta electoral a contener al dólar, solo accediendo a frenar nuevos aumentos de tarifas hasta después de diciembre.
Por eso, sus estrategas electorales debieron recurrir al único y remanido recurso de profundizar la grieta. El voto miedo: votarlo a él para que no regrese ella. No
solo no alcanzó, sino que transformó el triunfo de Alberto Fernández en las PASO en la película de terror en la que la Argentina se convirtió la última semana.
Durante su mandato, nada movió a Macri de la razonable lógica hogareña de que un país es como una familia que no puede gastar más de lo que tiene.
Dujovne fue su brazo ejecutor y el FMI su prestamista de última instancia.
El último gran fracaso monetarista había tenido lugar con De la Rúa cuando, apenas asumió, su ministro Machinea encaró un ajuste fiscal que acentuó
la recesión y fue el prólogo de un gobierno breve y catastrófico.
Falacia de composición. La economía no es una ciencia exacta, pero el capitalismo pareció encontrar en la gran crisis estadounidense del 30 una salida técnica a sus cíclicas recesiones. Primero lo aplicó
el presidente Roosevelt, pero su teórico fue John Maynard Keynes, quien sostenía que en los momentos de retracción de la demanda se la debía promover recurriendo al gasto público, incluso
más allá de los ingresos disponibles. (Lo contrario de lo que se debía hacer en épocas de expansión, cuando recomendaba equilibrar el presupuesto.)
Los gobiernos que utilizaron esa herramienta, lejos de privilegiar el superávit fiscal, lo que intentaron fue poner en marcha la economía, bajo la premisa de que el
superávit sería la consecuencia de un mercado en funcionamiento.
Macri nunca abrevó en esa escuela económica. Siguió su instinto empresario de que una empresa no puede gastar lo que no tiene y, por ende, un país tampoco.
En economía se lo llama “falacia de composición”, inferir que algo es verdadero acerca de un todo porque resulta verdadero sobre una parte. Krugman decía y Obama repetía que “el
país no es una empresa”. Una firma automotriz puede, en cierto momento, suspender dos meses a todo su personal. Un país no puede hacerlo, ni aunque con eso ponga sus cuentas en orden.
Nadie podría decir que el superávit no es un objetivo loable. La cuestión es cómo y cuándo conseguirlo. Hoy, dos tercios de los países (pobres
y ricos) tienen déficit. Bregan por ordenar sus cuentas, pero la mayoría no hipoteca su PBI para lograrlo.
En el primer semestre del año, Dujovne logró el tan añorado superávit argentino. El 11 de julio, celebró que el superávit primario de esos
meses había alcanzado $ 30 mil millones. Sobrecumpliendo lo prometido al FMI.
Otra vez: la operación había sido un éxito. Pero el país estaba congelado, con tasas imposibles, sin inversiones, con desempleo y pobreza crecientes.
Sin caer en la soberbia de los economistas de creer en teorías perfectas y absolutas, estos resultados indicarían que lo que se advirtió en estos años
desde PERFIL estaría sucediendo.
Subkeynesianismo macrista. El resultado de las PASO demostró que es una votación en la que no se elige nada, pero se decide casi todo. No solo fueron $ 4 mil millones en vano, sino muchas más pérdidas generadas
por el shock económico que dejó su resultado, además de esta incertidumbre de más de dos meses hasta la verdadera elección. Los políticos oficialistas y opositores son responsables,
por ignorancia o cobardía, de no haber cambiado este sistema inútil y dañino.
El golpe fue tan fuerte que hasta provocó que Macri tomara medidas contrarias a la ortodoxia monetarista en la que siempre creyó.
Volcó dinero en el mercado para que la demanda no se retrajera aún más. Por ejemplo, elevó moderadamente el piso de Ganancias, prometió bonos salariales
de 2 mil pesos a cargo del Estado, moratoria para Pymes y eliminación del IVA en algunos productos.
Maquillaje subkeynesiano que apenas atemperó el temblor económico, pero que no será suficiente para que la economía vuelva a funcionar después
de dos años.
Sensatez o suicidio. En todo caso, las medidas al menos significaron una primera reacción sensata de Macri
tras la insólita conferencia de prensa del lunes negro.
También su pedido de perdón, el llamado al ganador Alberto Fernández y la respuesta de colaboración de éste al igual que la de Lavagna, podrían
indicar que todos están dispuestos a frenar un metro antes del precipicio.
Si es cierto que los países no se suicidan, es probable que sus representantes tampoco estén dispuestos a hacerlo. Ojalá.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario