Por Roberto García |
Justo cuando la ex mandataria parece oculta por un anticipado personalismo presidencial que esta semana políticos, estados, los media, Gobierno,
empresarios y sindicalistas le han concedido a Alberto Fernández.
Como si el triunfo en las primarias del último domingo se haya consagrado solo a su nombre, sin acompañante, imaginando inclusive que en cualquier momento pega un grito de independencia
del apellido Kirchner, vestido con el nuevo ropaje que se apresuró a endosarle amorosamente el círculo rojo de la Argentina: moderado, dialoguista, contemporizador, frontón de los extremos, alto, rubio,
estilizado. Un proceso de menemización, típico, que no debiera disgustarle al cliente: también estuvo en la administración del riojano, los allegados al seguro todavía lo recuerdan. Por supuesto,
este nuevo fenómeno de aclimatación social, de coqueteos y adherencias empresariales –hasta la de aquellos que Cristina juró no ver nunca más– provocan irritación en las huestes de la viuda, ofenden; surgió un extranjero insolente exponiendo intrigas y tratando
de amputarlas con un golpazo verbal.
Orden. El hombre fuerte de Venezuela, Diosdado Cabello, tan vulgar como Bolsonaro en sus expresiones, refrescó la memoria colectiva con una advertencia diciendo que los votos son de Cristina en exclusividad. Y no le falta razón.
A ver si por no semejarse a Cámpora, al elegido Fernández se le suben pajaritos a la cabeza. Tanta devoción por características presuntas
del candidato, distintas u opuestas a las que se le atribuyen a su segunda en la fórmula, promueven un litigio interno, inevitable, una confrontación futura por el poder. Hoy se intenta disimular. Cristina, a
gobernadores e intendentes peronistas que no la querían por el maltrato e indiferencia padecidos durante su gobierno, les permitió humillarse cuando fueron a
pedirle que les permitiera colgarse en su lista, única garantía de victoria en sus distritos. No era amor, sí conveniencia. Un ejemplo: Manzur, en Tucumán, quien vino a la Capital con el propósito de convertirse en aspirante del peronismo intervenido, se acercó a enemigos de ella, hizo reuniones,
convocó voluntades hasta el minuto fatal en que se enteró de que la ex mandataria, indignada y en represalia, amenazaba bendecir a Alperovich en la provincia. Entonces, Manzur, mudo, volvió a su tierra, se alineó con la dama, liquidó políticamente a su ex socio y, sin sonreír, se olvidó de su fugaz sueño. Ahora es uno de los gobernadores
más votados, un preferido de Cristina, también de los laboratorios. Un hombre feliz, como colegas que optaron por la misma disciplina, se incluyeron bajo las faldas mascando rabia y amargas encuestas.
Por si este proceso de mágico sometimiento al voto que indicaban los sondeos en sus provincias y municipios no fuera suficiente para disciplinar figuras con cierto reconocimiento
como candidatos, ella por su cuenta y riesgo improvisó en otras determinaciones. A los que mascaron rabia para ganar en todo el país, les agregó la improvisación innovadora en tres aventuras que
culminaron en comparsas de alegría, de éxito casi inimaginable en un principio: Fernández en el orden nacional, Kiciloff en Buenos Aires y Sagasti en Mendoza hundiendo la hegemonía radical. Un trío de proezas electorales. Por lo tanto, como diría el venezolano militar Cabello, de ella han sido
los votos. A pesar de que ella misma se equivocó, ya que revisando los números finales de los comicios pasados, no necesitaba de Alberto para ganar, cándida creyó en los medios concentrados y en
el vendedor de elixir para el cabello, Jaime Duran Barba, ya devuelto a Ecuador, quien le juraba a Macri que iba a ganar porque ella no alcanzaba la meta por sí misma. Un temerario, a ella hoy por hoy le sobraba.
Cortocircuitos. Como los votos son volátiles, en ocasiones suele ocurrir que los testaferros temporarios
se olvidan de la confianza y suponen que no corresponde ninguna devolución cuando les exigen las escrituras. Esos cortocircuitos empiezan a iluminarse. Y, además, aparecen otros datos que permanecían latentes,
como células dormidas. Un ejemplo: Máximo, el hijo a continuar la dinastía K en 2023, cultivó el bajo perfil durante la campaña, discreto, aprehensivo de los medios. Hasta la noche del triunfo,
en la que habló en el escenario como si le corrrespondiera, casi una estrella de rock por ser dueño del sector que apadrina, La Cámpora, dominante en la confección de las listas bonaerenses. Y, al día siguiente, cuando volvió su madre del Sur, reapareció instalado
en la mesa chica del Instituto Patria como si fuera el Ateneo de Friburgo, opinando como Heidegger al igual que el secretario abogado de Cristina y en tertulia con otra presencia que desencaja a Alberto: el ex preciado funcionario
Carlos Zannini. Como se sabe, entre ellos hubo celos variados e intereses diferentes, mantenían alerta distancia y, si bien uno acompañaba mañana y tarde a Néstor en la Casa Rosada, el otro repartía
consejos durante la noche, en las cenas. No se cruzaban, clásico mecanismo radial del ex mandatario.
Danza de cargos. Ahora, se vuelven ostensibles esas disputas de antaño, vendrán las peleas por los
cargos. Más ejemplos: un núcleo propicia a Cecilia Nahon para la Cancillería, Fernández se inclina por su amigo Jorge Argüello. Falta que hable Cristina, por ahora algo renuente a esa pasión oral que antes la embriagaba. Puede haber conflictos por la jefatura de la AFI –plata, poder, justicia, medios– y se estiman
controversias menores por la conducción económica: como la crisis parece brutal ni se distingue entre keynesianos y liberales, los FF consultan a una compota de opiniones que van de Nielsen a Redrado, de Kulfas a Alvarez Agis, sin olvidar que alguna moción universitaria expondrá Kiciloff. Hasta habrá más zombies por aparecer,
De Mendiguren tambien requiere otra oportunidad. Curiosamente, para salvarse de las disidencias previsibles, Alberto Fernández presidente debiera disponer
de un Alberto Fernández jefe de Gabinete. Difícil que uno puedan ser dos, sobre todo cuando el clima interno se vuelve incierto aun en la conquista y con poca disposición para el reparto. Es que cierta
mezquindad prevalece, como se observó la noche del festejo: hablaban de “peronazo” en las urnas, pero a las módicas figuras del partido no las subieron al estrado, menos al sector sindical que
los acompaña, ausente de estas celebraciones como corporación. Un hecho inédito en el peronismo. No hay que olvidarse de Cristina porque ella tampoco olvida.
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