miércoles, 10 de julio de 2019

'Tierra adentro'

Por Juan Manuel De Prada
En Tierra adentro (Editorial Maxtor), Gonzalo Santonja se lanza a los campos de Castilla en busca de los orígenes del toreo, como ya había hecho en otras entregas recientes de su obra. Y en esta ocasión se encuentra con los llamados ‘Campos del Toro’, recintos consagrados, desde el remoto siglo XV, a la lidia y a las celebraciones taurinas, como el que todavía hallamos en Almazán. 

Pero Tierra adentro es también un libro de viajes que nos lleva hasta el corazón del despoblamiento del mundo rural, hacia eso que los politiquillos pijos y urbanitas llaman la España ‘vacía’ o ‘vaciada’ (por ellos), para la que siempre proponen remedios que son peores que la enfermedad, pues no hacen sino agravarla. Santonja no es pijo ni urbanita: nació en la villa de Béjar y vive en La Losa, un pueblo de Segovia; y se ha tirado toda su vida pateando los caminos, visitando los lugares, llorando ante las ruinas y expolios de nuestro patrimonio, oteando los valles, trepando los tesos y los collados, pegando la hebra con campesinos y artesanos, pastores y monjas de clausura, con los hombres y las mujeres –en fin– que, aun en el invierno de la vida, siguen defendiendo la heredad de sus padres, entre las ruinas perpetradas por el desarrollismo, el globalismo y todos los ‘ismos’ hijos de la gran puta babilónica que han destrozado nuestro mundo rural.

Cuando los politiquillos pijos y urbanitas se refieren al problema del despoblamiento del medio rural ensartan siempre las mismas mamarrachadas pomposas, proponen soluciones que parecen concebidas por hipsters memos y –¡por supuesto!– prometen que llevarán interné hasta el último pueblo (para que, de este modo, si aún queda alguien capaz de arar la tierra u ordeñar las vacas, descuide su medio de subsistencia y se ponga a retuitear paridas de politiquillos pijos y urbanitas). Pero la recuperación del arrasado mundo rural no se podrá hacer mientras no se recuperen los medios de vida que durante siglos dieron de comer a sus pobladores, fundamentalmente la agricultura y la ganadería (junto a las industrias derivadas de dichas actividades). Y esta recuperación de los medios de vida propios del mundo rural no se podrá lograr mientras no se restablezcan sus tradiciones constitutivas y nutrientes. Pues sin amor a las tradiciones destruidas por los ingenieros sociales para crear masas cretinizadas, huérfanas de vínculos y fácilmente permeables a la colonización cultural, no podrá lograrse sino una parodia aborrecible de la vida rural, que es lo que los politiquillos pijos y urbanitas pretenden: una vida rural con emprendedores pitufos que venden por interné mermelada de arándanos, quedadas de pijos estresados que montan camas redondas en casas rurales, senderistas happy pandi que se alborotan en cuanto ven una avispa y fruncen el morro en cuanto olfatean una boñiga, etcétera. Sólo la recuperación de las tradiciones rurales restablecerá la dignidad de las faenas del campo, que por supuesto deberán beneficiarse de una tecnología hecha a la medida del hombre; pues para recuperar los oficios de antaño no es obligatorio reproducir sus cargas extenuantes (aunque, desde luego, para recuperarlos hagan falta la abnegación y el sacrificio que las nuevas formas de vida han desprestigiado). Pero creer que el abandono del mundo rural lo van a remediar los mismos politicastros que han destruido o dejado maltrecha su economía, firmando tratados de comercio que nos han inundado de bazofias extranjeras o aceptando sistemas de cuotas que han desmantelado nuestra agricultura y ganadería, es cosa de locos.

En Tierra adentro, Santonja rinde un recio homenaje a las gentes del toro bravo que perseveran en sus oficios y tradiciones, con los pies afianzados en el suelo y la mirada elevada al cielo; también a los artesanos rurales que sobreviven como especies en peligro de extinción, ante la indiferencia general. Quizá el pasaje más hermoso del libro sea la conversación que el autor mantiene con un maestro zapatero que confecciona botas camperas con pellejos de toro, botas que duran toda una vida y la gente ha dejado de comprar, para gastarse el sueldo en ‘zapatillas deportivas producidas en serie en el Tercer Mundo bajo condiciones esclavistas’, o en cualquier otra morralla infame que apenas nos dura unos meses. Y por todo el libro, al hilo de las andanzas y escrutinios del autor, respira como una llaga abierta y sangrante un mundo rural que agoniza, sostenido tan sólo por un último retén heroico de gentes hostigadas que le brindan su aliento, mientras una sociedad sin vínculos ni tradiciones camina hacia el barranco. Sin advertir que su única salvación se halla tierra adentro.

© XLSemanal

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