Por Roberto García |
Hasta ahora, el Gobierno esquivó pronunciarse sobre la inclusión de Hezbollah como organización terrorista, reclamo ferviente de su colega Trump (y de la administración
Tel Aviv). En esta ocasión, Macri ya no podrá eludir esa respuesta ante la llegada para esa fecha –aniversario 25 del devastador atentado a la AMIA– del secretario de Estado y pieza clave de la estrategia
de seguridad norteamericana, Mike Pompeo.
Conveniencias. La Argentina entonces pasará a inscribirse formalmente en la lista de los países más
aliados a Trump –junto con Gran Bretaña y Canadá, por ejemplo, que tienen contingentes militares en Afganistán–, una relación carnal para sumar en su estrategia sobre el Medio Oriente
y en su particular pugna bélica con Irán, país del cual Hezbollah se considera un brazo político y guerrillero. El gesto debe contemplarse como una conveniencia o devolución a los abundantes
favores del presidente norteamericano hacia Macri, en especial por la influencia ejercida para las concesiones del FMI. Más que por convicción.
Sale el nuevo decreto con fórceps, bajo la cooperación de Patricia Bullrich –siempre solícita consecuente de las pretensiones de Israel– y, especialmente,
por las instrucciones que le impuso a la Cancillería el jefe de Gabinete, Marcos Peña. Acompaña en la jugada Miguel Pichetto, el vice del binomio presidencial, en obvio y repentino maridaje con Peña,
una pareja que parecía no coincidir nunca. Sobre todo, por el ostensible vínculo del senador con el ministro Frigerio, los dos inclinados hacia una apertura política con el peronismo desafectado del cristinismo
y ansioso por un lugar bajo el sol. De ahí los viajes de ambos al interior, recogiendo desplazados o disidentes, servicio de ambulancia que no encaja en la estética del titular del gabinete.
Pero como Peña es Macri y este se congratula por haber adoptado a Pichetto, la disciplina se conserva. Para conquistar al visitante Pompeo, entonces, hasta se han superado reticencias
que anidaban en el Gobierno, lo que se advierte por la cantidad de reuniones que demandó el tema de Hezbollah debido a los consejos opuestos de los profesionales del Palacio San Martín, a los que debió
alinear el hombre de Peña en el área.
Motivos. Argumentaban esos funcionarios cierta aprehensión para inmiscuirse en una alejada zona del conflicto
por parte de un país que ya soportó dos brutales ataques terroristas, como si en esa incursión declarativa se invitara a un tercer atentado. Discrepancia manifiesta con el saliente embajador israelí,
Ilan Sztulman, quien sostiene que es más riesgoso para esa tétrica eventualidad solo aceptar como ahora organizaciones terroristas a los grupos que así califica Naciones Unidas y no pronunciarse contra
Hezbollah. La otra objeción se relaciona con un costado económico: señalaban que Irán, destino final de la declaración, ha sido uno de los más importantes importadores de productos
argentinos, capaz de comprar todos los sobrantes agrícolas, ganaderos e industriales del país, una de las razones que en su momento fue dominante para que Cristina suscribiera el cuestionado pacto. Ventajas que
no ha suplantado nunca Israel, con un intercambio comercial exageradamente bajo, según las palabras del mismo diplomático Sztulman. Además, como no se trata solo de opiniones ni de los peligros de enfrascarse
en un conflicto de proporciones –recordar que EE.UU. estuvo a punto de lanzar una ofensiva arrasadora contra Irán hace menos de un mes en represalia por el ataque a un dron–, los mismos consejeros argentinos
se cobijaron en reparos éticos al bloqueo económico que Trump y sus aliados le han aplicado a Irán: no se respeta ni el envío de medicamentos ni comida, exigencia mínima de Naciones Unidas
para no condenar a la población en lugar de a los gobiernos.
Tanto Cristina como Alberto, los Fernández bis, pondrían cuestionar esta venidera declaración de Macri contra Hezbollah y, por derivación, a Irán.
Más cuando la campaña electoral habilita para tratar a Macri de “lacayo de Trump”, un recurso redituable. También ellos, sin embargo, tropiezan con sus propias contradicciones y el espanto
de no rozar el sensible duelo por los 25 años del atentado a la AMIA.
Inclusive, a pesar de que en las últimas horas se ha robustecido la línea de apoyo a expresiones de corte populista, el rechazo in límine al tratado Mercosur-Unión
Europea, sostenida en las visitas de Alberto F. a Mujica en Montevideo y a Lula en la cárcel de San Pablo. Si hasta más de uno imaginó algún periplo por la Venezuela de Maduro, un ticket que seguramente
el binomio no comprará aunque La Habana se lo recomiende a Cristina y Sergio Massa se arranque la piel si llegara a ocurrir (recordar que hasta hace poco albergaba a la esposa de López, uno de los prisioneros
del régimen caraqueño).
Si Macri cambió miedo por conveniencia, ese canje también vale para el otro extremo de la grieta.
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