Por Roberto García |
El alcalde había confesado en público su cariño por Juan, mientras Juan postulaba –también en público– a Rodríguez Larreta como
jefe de Gabinete, en lugar de Marcos Peña.
No pudo ser. Pero se mantuvo la mutua simpatía entre ambos, quizás por la cesión de interesantes contratos y a pesar de que el portavoz cartonero se fortalecía
en el mercado político por sus agravios a Macri, presunto líder y compañero del intendente porteño. Como es un hombre de fe, Grabois confía en que existen diferencias entre esos dos protagonistas
del Gobierno, debe tener información distinta al resto de los mortales. Hasta la semana pasada duró el idilio contradictorio, cuando Grabois anunció el intento de desembarcar con carpas y setecientos colchones en el Obelisco para horrorizar a la burguesía y Rodríguez Larreta bloqueó la iniciativa okupa con
intervención policial. A ese percance callejero aludió el jefe de Gobierno cuando lo denunció este martes en la convención del PRO como muestra de los excesos opositores, señalando
su voluntad y acción para impedirlos. Nadie vaya a creer en ese selecto auditorio que su costoso paraguas con los críticos de Macri (léase Grabois, Lousteau, Massa y otros peronistas) incluye protección a los revoltosos.
O un desvío de la línea oficialista inspirada en castigar brutalidades del peronismo.
Más de uno debía imaginar que los subsidios otorgados solo por la Municipalidad a los núcleos de Grabois, alrededor de 500 millones de pesos que se consumen
en personal la mayor parte –revelado en el Boletín Oficial con una jerga administrativa casi esotérica–, podían garantizar un diálogo previo a la confrontación con la autoridad.
Sobre todo por la magnánima obra maestra con el dinero de otros: se ha garantizado ese aporte de los contribuyentes porteños a los mantenidos cartoneros hasta finales de 2020. Pero no ocurrió la negociación. Tampoco se entiende la estrategia beligerante de Grabois, quien si deseaba protestar con la escenografía del Obelisco rodeado
por pobres y famélicos, ollas humeantes con guisos de atracción turística, social y mediática, nunca debía anticipar ese propósito, quitarle sorpresa a la medida, advertir en suma
a la autoridad para que lo impidiese. Obvio: el hombre de Francisco preocupado por la indigencia carece del expertise de los ladrones, quienes jamás avisan cuándo van a asaltar un banco. Menos la de un revolucionario,
para evitar comparaciones menos ofensivas, los que cuentan del atentado una vez que lo hicieron. Habrá algún maledicente que observe una concurrencia de intereses personales, plata y poder en estos deliberados
episodios.
Y una marcada distancia entre Macri y Rodríguez Larreta, debido a que uno está convencido de que permanecerá en el cargo municipal mientras el otro tropieza
con la duda metódica de su continuidad. No en vano, en la última reunión del G20, en Japón, Donald Trump le encomendó a Macri: “Vos ocupate de ganar las elecciones. Del resto de tus problemas me ocupo yo”.
Palabras que son una garantía y una prevención al mismo tiempo. Aun así, como negocia con Grabois, Rodríguez Larreta trató sin éxito de
ayudar a Macri impidiendo el salto de Massa a las filas de Cristina, hasta 48 horas antes de esa decisión. Inclusive creyó que había logrado la contención –al menos, así se lo confesó
a Macri y a Peña–, merced a ciertas promesas. No alcanzaron, sin embargo, tampoco la tierna amistad que los reúne desde los tiempos en que ambos compartían el tren de la alegría de Palito
Ortega, haciendo proselitismo y peronismo por el interior. Tuvo que sucumbir Massa en el lado K, sometido por los números de las encuestas en la Provincia que favorecían a esa fracción y a la diáspora
de sus propios punteros que se corrían hacia el fuego fatuo de la boleta ganadora de Cristina. Si no brincaba, para él era un riesgo perder por tercera vez consecutiva en las elecciones. Tan joven y ya quedar
jubilado.
Ejemplos. En cambio, mejor resultado obtuvo el alcalde con su propio armado capitalino, tierra en la que si se lo propusiera, podría lograr mayoría y minoría
con cualquier injerto, al mejor estilo feudal de ciertas provincias peronistas. Con otra cultura amigable a la de Peña pudo recoger personajes sueltos, jirones de la tercera vía –socialistas, por ejemplo–
y ubicar en el limbo del Senado futuro a su contrincante mayor, Martín Lousteau, un amnésico de sus críticas que optó por la sumisión.
Viene a ser como la promesa que el kirchnerismo le hizo a Massa para convertirlo en titular de la Cámara de Diputados, en el caso de victoria. También Carlos Grosso
pensaba lo mismo que Massa cuando ganó Menem, pero terminó en la Biblioteca del Congreso. De urgencia y en defensa propia, Macri ha adherido a la captación de ajenos que ejercita Rodríguez Larreta
con la misma facilidad subyugante de la serpiente sobre la golondrina. Así, entonces, llegó la invitación a Pichetto para compartir fórmula, generosidad infrecuente en las costumbres del Presidente.
Un implante que, sin embargo, resulta más ortopédico que el de Lousteau al jefe de Gobierno. Por ese saldo favorable, ahora el ingeniero se sorprende de su propia decisión, en lo personal especialmente.
Agradece el abono larretiano, se felicita y, para el caso de que vuelva a gobernar el año proximo, tal vez reconozca que es mejor acompañado que solo.
Al revés de lo que fue su gestión y su team personalista. Habrá que ver: esa disposición no está en su genética ahorrativa, menos en su
formación personal aprender que el sacrificio es un regalo.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario