Por Carlos Gabetta (*) |
La religión es un dato de todos los tiempos; antropológico. Un asunto personal, espiritual y al cabo cultural, ya que deviene social y político. En tanto fenómeno
social, repercute en la vida comunitaria; mientras que allí donde se organiza como autoridad, deviene actor político. En tiempos monárquicos, por no ir más atrás, las instituciones religiosas
integraban el poder político a tiempo y responsabilidad completos. En tiempos republicanos, se limitan a influir en el poder político desde su amplia influencia social; cuando no son parte del Estado, como entre
nosotros.
En el caso de la Iglesia Católica, “desde que sobrevivió al Imperio Romano pasó por todas e hizo de todo. Los Papas sedujeron o sometieron a millones, comandaron
ejércitos, provocaron masacres, quemaron herejes, se envenenaron entre ellos, se amancebaron, tuvieron hijos y amantes. Acumularon fortunas en todas las épocas y sistemas: con la esclavitud, la servidumbre, el
capitalismo monárquico y el republicano; el colonial y el imperialista. La Iglesia Católica se enfangó en las miserias y violencias de cada época, y de cada una ha salido, hasta hoy, fortalecida.
Es el mejor surfer de la historia de Occidente” (esta columna, en Perfil, 3/3/13). Con las variantes del caso, así es la historia de todas las religiones, que incluye sangrientas guerras entre ellas.
Esta larga y supersintética introducción viene a cuento porque aunque todas, cristianas, islámicas o judías, para citar las más importantes, sufren
los mismos cuestionamientos respecto de la evolución civilizatoria, no todas han perdido tanto poder político y social como la católica.
Todo indica que la Iglesia Católica ya no surfea tan bien en la historia; no al menos en este momento. Los datos son abrumadores, pero la “crisis de fieles y vocaciones”,
que hace que la Iglesia carezca de “personal” en el mundo para sus funciones, es el más elocuente.
En tiempos de crisis estructural capitalista y desconcierto político de las izquierdas, el cuestionamiento, las luchas, se expresan social, culturalmente, hasta devenir políticas.
Es el caso de las luchas por la igualdad absoluta de género y el reconocimiento de su diversidad, que hoy constituyen el cuestionamiento más fuerte que sufren las religiones. Hasta crece en el mundo islámico;
el más cerrado en este punto. Pero en el Occidente republicano, la Iglesia Católica es la que peor surfea este momento de la historia, ya que evangélicos y judíos al menos conservan, si no aumentan,
su poder político.
Imposible resumir aquí los datos, pero el último es la decisión de varios países, entre ellos Estados Unidos, Australia y Chile, “de obligar al sacerdote
a denunciar a los curas abusadores que admiten su crimen en el confesionario”. (Clarín, 7/7/19). La Iglesia, por supuesto, se niega a aceptarlo. Pero es un asunto de lógica: ¿significa que el ego te
absolvo autoriza a proseguir en delito? Para la lógica republicana, el confesor resulta, pura y simplemente, un encubridor.
El tema da para mucho más y mejor que esta columna; tanto como para preguntarse por la apatía del feminismo, con las excepciones del caso, ante los millares de casos de
pedofilia y violaciones en la Iglesia; o su resistencia al cambio. “El Vaticano no quiere dialogar sobre género: un reciente documento (…) elude las investigaciones científicas sobre sexualidad”.
(El País, 7/7/19).
En fin; tema para otra(s) nota(s).
(*) Periodista y escritor
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