Por Jorge Fernández Díaz |
Y Mario Puzo, a pesar de aquel éxito arrasador, se recriminaba haber compuesto una "novela de escritorio", sin el menor estudio de campo, consagrada esencialmente
a su imaginación narrativa. Lo más irónico del caso es que los mafiosos verdaderos adoraron a Vito y a Michael Corleone, y comenzaron a adoptar sus frases y a imitar sus gestos.
Es un ejemplo canónico acerca de cómo se noveliza y de cómo a veces la realidad copia la ficción. Si un "padrino" del mundo real hubiera querellado
en ese momento a Puzo, no solo habría sido injusto, sino también profundamente torpe, puesto que los Corleone no son nadie en particular (y a la vez son todos) y porque esa demanda hubiera autoincriminado a su
impulsor. Que espontáneamente decide ponerse el sayo e intimidar con esa actitud a guionistas y productores. A pesar de su reconocida admiración por Jimmy Hoffa (camionero vinculado al crimen organizado), nadie
dice que los Moyano sean mafiosos (Dios nos libre), pero su insólita demanda por una serie manifiestamente ficcional que nada tiene que ver con una biopic (otro género) debería analizarse bajo estas coordenadas: ataca la libertad artística
y propagandiza lo que intenta callar. Hasta es posible que nuestros sindicalistas comiencen en poco tiempo a imitar la estetización que logra Julio Chávez y su fraseología literaria. El asunto, sin embargo,
no acaba en esta polémica leguleya, puesto que algunos kirchneristas han salido a defender el buen nombre y honor de su principal sostén y de su gran fuerza de choque, y porque han reclamado que el programador
de Canal 13 se dedique mejor a mostrar empresarios corruptos, figuras que son un cliché de la televisión y del cine argentinos de todos los tiempos. La idea no es, sin embargo, excluyente ni del todo mala: Netflix
podría hacerse una panzada con los empresarios procesados de la causa de los cuadernos. Procesados por pagar coimas a los kirchneristas.
El punto es que los magnates gremiales, que asombran al mundo con su descaro y que tienen por lejos el mayor desprestigio social, jamás habían sido retratados. Y que
cuentan incluso con la protección del establishment universitario y cultural, siendo que los rige la mussoliniana Carta del Lavoro, y que esa burocracia sindical -con excepciones que confirman la regla- ha cometido
tropelías de grueso calibre. En los años 70, a pedido de Perón, participaron incluso en la cacería de "zurdos" y fueron perdonados por sus propias víctimas: todo sea para no perder
la franquicia peronista y para no ponerse en la vereda de enfrente de la "columna vertebral" del Movimiento. Más tarde, a lo largo de toda la era democrática, muchos de esos personajes se han enriquecido
de manera obscena, frente a un progresismo impávido, y han protagonizado episodios de violencia escalofriantes, que fueron ignorados por los organismos de derechos humanos. Lo extraño no es que Suar haya industrializado
semejante material dramático; lo sorprendente y escandaloso es que nadie antes lo hubiera hecho. Esto en Hollywood no pasa.
Suar ha pisado además un terreno minado que le pertenece en exclusividad al kirchnerismo: la política ficción. Se trata de una competencia desleal. Porque Cristina Kirchner no solo ha cooptado a una minoría ruidosa de la farándula y ella misma se mueve como la más carismática actriz de melodrama; ha
sabido crear -más aún que el mismísimo Apold- una realidad paralela llena de imposturas, negacionismo estadístico, contabilidad creativa, enemigos de la patria y épicas irreales. Es lógico
que una facción basada en la "recaudación" y en la mentira considere a los periodistas como blancos móviles. En el gran espectáculo montado por la arquitecta egipcia nosotros somos testigos
en peligro, tanto los que investigan los ilícitos como los que desenmascaramos los camelos, porque unos y otros rompemos la verosimilitud de la obra. Y así no hay público que aguante, compañeros.
El odio hacia los periodistas ha crecido en estos años; la Pasionaria del Calafate considera que somos los grandes culpables de todas sus desgracias y, por lo tanto, de las penurias del país. Se equivocan quienes
piensan que esto se trata de un problema colateral. Es algo nodal, puesto que no hay populismo perdurable con periodismo libre. Vendrán a degüello.
La actual campaña electoral es coincidentemente una gran ficción: estos relativos buenos modales de la hora no son más que una mascarada. La doctora, a quien
con justicia consideran en el Instituto Patria "un fenómeno social y cultural que se encuentra por encima de las candidaturas", les ha ordenado a sus fanáticos que se sofrenen por un rato. Aunque algunos
no pueden con su genio (ay, Aníbal, Aníbal), la mayoría de los intérpretes ha aceptado su nuevo papel de moderados y pacifistas: todo sea para que la función llegue a buen término,
y para que algunos amnésicos entren por el aro. Es por eso que los actores reales hablan de la Conadep del periodismo y de eventuales guerras civiles, y luego se arrepienten o se callan, o denuncian que fueron manipulados
por la prensa amiga. Los teléfonos suenan; nadie quiere ser "funcional a la derecha". Es que van en busca de los pesimistas y los decepcionados de la clase media baja, que según sus propios sondeos
se sienten lastimados por la economía de Cambiemos, pero responsabilizan también por esta mishiadura al kirchnerismo y lo identifican con la corrupción. Es un público difícil y susceptible, y entonces la directora ha mandado reescribir el libreto y lo ha plagado de astucias: no ser agresivos,
no mostrar aparato, no relativizar la corrupción, no reivindicar acríticamente su gestión y no hablar de Venezuela. Pero como el folletín se desarrolla también en WhatsApp, hay sorpresas
y sobresaltos; un video viralizado estos días muestra a dos chavistas tilingos de Palermo Soho que se imaginan su propio futuro si ganara Macri: el horror. Es decir, haciendo delivery en moto, trabajo decente que adoptan
los exiliados venezolanos; esos migrantes desesperados que vienen huyendo precisamente de la hecatombe chavista, a la que nos dirigíamos en 2015 a tambor batiente.
Si es por WhatsApp prefiero quedarme con Raúl Alfonsín, que alguien trajo a las redes desde 1989: "Usted puede discutir con un hombre que esté a su derecha
o a su izquierda -advierte-. Va a ser una discusión racional. Lo que es imposible es discutir con un populista. Porque le contesta con voluntarismo, con eslogan, con falta de escrúpulos, con demagogia. Entonces,
claro, la cosa se hace mucho más ramplona de lo que el pueblo argentino merece". Suar debería hacer una biopic sobre Alfonsín, porque fue él quien denunció primero que nadie a la mafia
sindical, quien sufrió sus represalias y quien definió el populismo como lo que es: una mentira barata que sale muy cara.
© La Nación
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