Por Manuel Vicent |
Horacio le recomienda a su amiga que sea prudente, que filtre el vino y que adapte al breve espacio de la vida una larga esperanza. Le advierte de que mientras lea estos versos,
el tiempo envidioso se le escapará de entre las manos.
Hay que agarrarse, Leucónoe, al día de hoy y no fiar la vida al incierto mañana. Sin duda, el carpe diem es una de las cimas del espíritu. Suena como un delicado acorde musical en el que confluyen el placer de los sentidos, la armonía espiritual, el fluir
del tiempo y la aceptación estoica de lo inevitable. De este manantial de aguas tan claras han bebido todos los sabios, ascetas o epicúreos.
No obstante, el carpe diem adopta hoy una variante infame con un efecto devastador cuando se somete al espíritu de la manada. En este caso, lejos de agarrarse al día para beberlo a pequeños sorbos como un licor exquisito
el individuo cede a las leyes del grupo, que le llevan a devorar todas las sensaciones al alcance de la mano con una pulsión salvaje ahora mismo, antes de que sea tarde, como si el fin de la historia fuera a producirse
siempre la próxima noche del sábado.
Si el mundo puede reventar en cualquier momento, todo exceso está permitido. Tal vez Horacio pensaba que su amiga tenía la mente preparada para disolver el tiempo fugaz
con los pequeños placeres de la vida.
Queda por saber qué haría hoy esa dulce Leucónoe, en una agónica fiesta de despedida de soltera, enrolada en una pandilla de macarras.
0 comments :
Publicar un comentario