Por Javier Marías |
Las obsesivas procesiones de Semana Santa y otras fiestas religiosas;
los desfiles del 2 de mayo, los de San Isidro, los de la Paloma; las maratones, triatlones, carreras de mujeres y de no mujeres, de dueños de perros (“perrotones”, santo cielo); el paso de las ovejas, jornada
de la bici, del patinete, paradas de colectivos varios, batucadas insoportables e incesantes. Moverse, trabajar, descansar, meramente vivir, son empeños imposibles. Por si todo esto fuera poco, esta temporada no se
les ocurrió otra cosa a las autoridades que albergar una Final entre dos equipos de Buenos Aires —en el otro extremo del mundo— que se odian a muerte y cuyos hinchas tal vez sean los más salvajes
del globo. Y como eso no fue suficiente, el día que escribo esto se disputa la Final de la Champions que enfrenta a Liverpool y Tottenham. Como se esperaba la invasión de unos 90.000 aficionados difíciles y cerveceros, las autoridades pensaron:
“¿Cómo podemos agravarles la situación a los madrileños, hacerles la existencia en verdad insoportable? Sobre todo a los que le dan la espalda al fútbol”.
Desde el miércoles (el partido en sábado) se dedicaron “espacios” a lo que durará 90 minutos, 120 si hay prórroga. La siempre maltratada Puerta
del Sol fue inundada de armatostes espantosos y estridentes conciertos. ¿Les bastó? No, la emblemática Plaza Mayor fue convertida en un absurdo campo de fútbol, con su falso césped y graderíos.
¿Les bastó? No, también la Plaza de Oriente, donde instalaron una gigantesca y horterísima réplica de la Copa, delante del mismísimo Palacio Real, para fastidiar la perspectiva. ¿Les
bastó? No, fueron asaltadas Callao, Colón, Felipe II, hasta la respetada y pequeña Plaza de la Villa. El mismo “centro” que la alcaldesa hoy en funciones ha vetado a la mayoría de coches,
perjudicando a quienes vivimos en tan amplia zona y no conducimos. Yo vivo muy cerca de una de esas plazas arrebatadas. El miércoles, ya digo (¡el miércoles!), la llenaron de enormes camiones, grúas,
estructuras, pantallas, descomunales casetas. Improvisaron dos ridículos campitos de fútbol en los que, durante las cuatro jornadas que ha durado la barraca, de vez en cuando había tres o cinco muchachos
peloteando… a 32 grados. Un imbécil fingía retransmitir sus evoluciones con un megáfono (“El oponente se va al ataque” y sandeces por el estilo). El resto del tiempo, música ratonera
a gran volumen. Me acerqué a parlamentar. Hablé con una mujer que dijo pertenecer a la organización de la cretinada profunda. Educadamente, le expliqué que en la zona vivíamos y trabajábamos
personas. Le pedí que nos ahorraran al menos lo innecesario, como la grotesca “retransmisión” de unos ridículos peloteos. En cuanto a la música, adujo que era “para atraer a la
gente”. O sea que, ante la falta de interés espontáneo, había que llamarla como en las ferias. Para tranquilizarme añadió: “No se preocupe, vamos a estar solamente de 12 del mediodía
a 12 de la noche”. No sé qué entendía por “solamente”; ¡12 horas, las fundamentales, durante cuatro interminables días! Por supuesto no me hicieron ningún caso. Lo
más visible era el nombre de un Banco, que se leía unas 80 veces. No diré ese nombre, voceado también por el megáfono, pues creo que el Banco es accionista de EL PAÍS y no quiero crearle
a éste problemas. Lo cierto es que se ha autorizado a una empresa apropiarse de un espacio común cuatro días, para emitir propaganda. Inaudito. Las otras plazas tomadas habrán sido un similar infierno.
Señoras Carmena y Villacís, señor Martínez-Almeida: hoy no sé cuál de ustedes será el nuevo alcalde o alcaldesa. A quien finalmente lo sea, le elevo una súplica: dejen de ser desconsiderados y dañinos para los habitantes de esta ciudad desdichada. No les impidan trabajar, moverse, descansar, vivir en las inmensas áreas
que según ustedes constituyen “el centro”. Recuerden que no es un escenario, ni un decorado, ni un zoco, ni un estadio, como han decretado desde hace lustros los alcaldes y alcaldesas, de derechas o de izquierdas.
Hay habitantes, residentes (más les vale que no huyamos todos), a los que el Ayuntamiento, con su permisividad absoluta para cualquier chorrada minoritaria, mortifica a diario. No las alienten al menos, las chorradas
y los caprichos. No los inventen ni los fomenten. No les corresponde ofrecer distracción y espectáculos sin fin a la ciudadanía más ociosa y jaranera. No todo es recaudar dinero. Hay mil asuntos
más importantes en la gobernación de una capital. El principal es que los madrileños puedan hacer frente a sus quehaceres y problemas, que son muchos, sin agregarles obstáculos, impedimentos, trabas,
martirio y ruido ensordecedor permanente. Todo ello gratuito las más de las veces; todo superfluo.
PD. Encima, el partido fue malísimo.
© El País Semanal
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