Por Fernando Savater |
La reconciliación tiene
incluso un espíritu particular, el espíritu conciliador, con el que algunos se interponen entre las partes en litigio y a menudo cobran por ambos lados, sea en el sentido traumático o en el remunerativo
de la expresión. Reconciliarse es pasar de una querella pública a un acuerdo privado.
Por eso chirría bastante si se la invoca en ciertos casos. El pretendido “acuerdo de paz” en el País Vasco insiste en la búsqueda de reconciliación
entre los ilegalmente (no solo “injustamente”) agredidos y sus agresores. Los damnificados por una banda terrorista deben reconciliarse con ella y con sus legitimadores políticos como si admitiesen contritos
que su simple existencia cívica era una ofensa también.
Ahora se insinúa que la reconciliación en Cataluña pasa por el indulto de los promotores del golpe separatista o incluso por una sentencia absolutoria en el juicio
al que se ven sometidos no por sus ideas sino por sus actos. Así se sosegarán quienes apoyaron la transgresión de las leyes al verse comprendidos por los perjudicados por ella…
Dicen que lo quiere el pueblo. ¿Qué pueblo? Así llaman hoy a esa parte de la ciudadanía dispuesta a obedecer sin rechistar a quienes le mandan desobedecer las
leyes.
En Francia son los chalecos amarillos y en España llevan lazos amarillos… Algunos seguiremos irreconciliables.
© El País (España)
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