Por Roberto García |
Al contrario, el senador candidato era uno de los múltiples números del bolillero de la Casa Rosada, ni siquiera un preferido en ese laboratorio.
De casualidad, entonces,
Macri vive, respira y se exalta, gracias a su compañero de fórmula. Nunca el anuncio de un eventual vicepresidente había provocado alzas de hasta 30% en acciones y bonos, en apenas dos días, como
si esa figura secundaria del combo ejecutivo alguna vez le hubiera interesado a los argentinos. Y a los ahorristas, inversores o especuladores que, líquidos y ansiosos, han visto una oportunidad fulminante en la nominación.
Si hasta cambió la blancura de la piel presidencial, casi copiada de la tez enfermiza que agobia hoy a Alberto Fernández, ambos necesitados de un golpe solar o un paseo por el parque. Aunque el episodio sea una
pompa de jabón o se dude de su consistencia, queda una pregunta en el aire: ¿quién lo ayudó a decidir a Macri para designar a Pichetto?
¿Yo señor? No fue Duran Barba, sin duda, menos Marcos Peña. Este es un dato divisorio en casi cuatro años de gestión. Y parece exagerado atribuirle el
mérito al amigo presidencial Nicolás Caputo, o al radical Ernesto Sanz, quien siempre recomendó al senador para el cargo, ya que ambos constituyen una trifecta judicial junto a Lorenzetti. Aparte hubo
alguien. Un contribuyente para resolver la duda del mandatario, quien logró elevar al aspirante por encima de artistas, radicales, otro peronista, propios, famosos, pañuelos verdes y pañuelos celestes,
mujeres o identidades dudosas. Sin pistas de esa autoría o asesoramiento. Mientras, se mantiene la alegría financiera y la corte cada vez mas oficialista de empresarios (en IDEA, típico ejemplo, lo castigaron
a Nielsen porque se asume cercano a los Fernández bis). Más de uno estima que, de continuar después de las elecciones, el Gobierno diseñará –o está ahora en esa vía–
un programa de mayor estabilidad. Si hubiera algún avisado, mostraría un cartel que diga: miren a Melconian. Lo que no significa, claro, dejar de mirar a Dujovne. Se supone.
Aunque la cabeza de Macri empieza a ser un misterio: si llegara a ser un acierto clave lo de Pichetto, sube su autoestima por haber decidido sin el rodeo clásico de Duran Barba,
a quien tal vez le reproche servir o atender a sus propias subsidiarias, de María Eugenia Vidal Horacio Rodríguez Larreta. Un cambio también se advierte en Pichetto: más verborrágico, expuesto
y asediado que antes, revaloriza su importancia como un caballo de Troya dentro del peronismo y las provincias (imán para traer votos y ávidos postulantes al servicio público) y, también, como una
cuña dentro del mismo gobierno, imponiendo ciertas opiniones –por ejemplo, sobre la libertad condicional o el mantenimiento de fueros–, autonomía de criterio que al menos debatirá con la Jefatura
de Gabinete.
Quizás pueda sumar adeptos en ese radio selecto, gente que guarda larvadas reservas desde hace tiempo (léase Frigerio, Monzó, entre otros). Le saca jugo Pichetto
a una carencia: progresa por no disponer de territorio ni de votos, solito. La razón justa por la que fue elegido. Construye poder desde la debilidad y, atrasado un casillero, puede avanzar consentidamente también
sobre el protagonismo de Macri. Al menos, en esta etapa de confrontación con los Fernández bis. Al revés, singularmente, de lo que sucede con Alberto, también elegido por escasez de votos y distrito,
pero sin poder despegarse, más bien retrocediendo, ante la figura absorbente que en lo formal lo secunda, Cristina. Aunque ella no lo desee. Hasta para no complicarse aún más en situaciones que la distraigan
de otros problemas personales, sea su situación judicial o, lo más inquietante en su caso, de las dificultades que afectan a su hija estacionada en Cuba y quien, se dice, la carga de reproches por su destino
filial.
Antecedentes. Aunque la curiosidad mayor parece ubicarse en el hecho de que algunos no puedan resolver un problema y se promuevan, en cambio, para resolver todos los problemas de millones
de ciudadanos. No es un caso único, ni de argentinos siquiera. La falta de poder político de Pichetto y Fernández se enlaza con un antecedente contrario, Néstor Kirchner. Duhalde, cuando lo eligió
sucesor, se inclinó por alguien que sumaba votos y escrituraba tierra, en lugar de un Lavagna sin esos atributos. Al mes de gobierno, Néstor & Cía ya se habían desligado de Duhalde, inclusive
amenazaban con investigarlo (o, más certeramente, publicar las investigaciones).
Ahora, para no repetir la malhadada experiencia de Duhalde, Macri y Cristina han procedido en forma inversa con sus sucedáneos. Tampoco disponían de muchas alternativas:
hoy, en la política, participan personajes semejantes como Pichetto o Fernández, más los Massa o Lousteau, émulos de los profesionales del fútbol, capaces de jugar en Boca o en Racing, híbridos,
miembros de una secta gaseosa que no contamina ni derrama. Son modelos del hombre light de los 80, menos atrevidos y fogosos que sus mujeres, algo trifones en la versión original del siglo pasado. Hablan sobre la noticia,
por el flash, lejos del contenido y ligeramente ajenos a sus pasiones. Si las tienen.
Al revés de septuagenarios como Lavagna, quien expone como presidente y nunca será presidente y, en alguna medida como Cristina, quien supone que nadie debe confundirse
con sus nuevas actitudes de moderación burguesa y exhibe como militante obligada un libro sobre una fuga setentista de Tupamaras, de una cárcel uruguaya. Quizás, con los años, hubiera debido introducirse
en otra evasión épica de mujeres en Buenos Aires, la de la cárcel del Buen Pastor, en San Telmo. Entonces, en ese operativo participaron casi todas las formaciones clandestinas de la época con un
mismo objetivo y, apenas libres, en la esquina metafóricamente, cada núcleo eligió otro camino para pelearse no solo contra un enemigo común, sino entre sí, con violencia y otras bajezas
inclusive.
Un clásico del país, cualquiera sea el sector.
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