Por Manuel Vicent |
El médico húngaro Ignaz Semmelweis, en el siglo XIX, descubrió que la fiebre del parto que generaba una gran mortandad en las mujeres podía evitarse con solo
lavarse las manos. Como no lo pudo demostrar, Semmelweis fue ingresado en un manicomio, donde murió a las dos semanas por una paliza de sus guardianes.
Solo cuando mucho después Louis Pasteur confirmó la teoría de los gérmenes se convirtió la higiene en una parte fundamental de la sanidad. Pero lavarse
las manos es también una actitud moral, no solo una cuestión higiénica. Pilatos preguntó al Nazareno qué era la verdad y con cínico desdén, sin esperar la respuesta, pidió
una palangana para lavarse las manos. Era la forma de no comprometerse.
A la hora de dar la mano, unos te ofrecen solo la mitad con los dedos blandos, otros te la estrujan y tiran de ella como si quisieran guardársela en el bolsillo, pero el gran
problema de hoy no es cómo, sino a quién le das la mano. Te presentan a un desconocido en una boda y con el tiempo descubres que le habías dado la mano a un asesino, a un ladrón o a un político
corrupto.
En el apretón de manos con que los políticos cierran un pacto secreto también atrapan una porción de materia oscura, que en este caso nada tiene que ver con
la física cuántica. Más bien se trata de un intercambio de miasmas que en las manos sucias forman un nudo muy oscuro.
© El País (España)
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