Por Gustavo González |
Sucedió que ese día Cristina anunció que su candidato a presidente sería Alberto Fernández y no había otro tema más importante. El escenario político había cambiado por completo.
Recién una semana después recuperé en otra columna (Ver Los candidatos “careta”, en Perfil.com) los entretelones de aquel texto descartado que
anticipaba la fórmula que se confirmó esta semana.
Lo que sigue es la increíble historia de cómo un peronista histórico llegó a ser candidato a vice de un liberal sui generis, tras una ocurrencia de un funcionario de Cambiemos y una entrevista de Jorge Fontevecchia.
La primera noticia. Escuché por primera vez sobre la hipótesis Pichetto a las 13:30 del jueves 16 de
mayo en la Casa Rosada. El funcionario que la explicó estaba convencido de que su nombre sería un mensaje contundente hacia el círculo rojo y los mercados, pero decía que su idea no había
tenido eco entre los pocos colegas a los que se la contó. Uno de ellos había sido su jefe, Marcos Peña, el único que, al menos, la escuchó sin desecharla. Por entonces nadie hablaba de ese
binomio electoral. Tampoco Pichetto.
El peronista se enteró por PERFIL al día siguiente, cuando lo llamé para sacarme la duda: ¿qué diría si supiera que en la Rosada alguien había echado a rodar su nombre?
Su reacción inicial fue de asombro. Jamás se le había pasado por la cabeza que algún macrista pensara en él. Contó que su presente estaba dedicado a terminar de construir Alternativa Federal, junto a Lavagna, Massa, Urtubey y Schiaretti, aunque se percibía contrariado por las dudas de Lavagna para competir en una interna y del tigrense coqueteando con el kirchnerismo. También se mostraba desilusionado por el acercamiento de ciertos peronistas con Cristina, a quien calificó de autoritaria. Que es lo mismo que decía en público.
La hipótesis de compartir una eventual fórmula con Macri le parecía una idea de otro planeta, pero sin embargo, en ningún momento de la charla telefónica la desestimó por completo. Incluso, antes de cortar argumentó que, para él, la única grieta argentina es entre los que se ven dentro de un sistema republicano y los que plantean un modelo autoritario. “La grieta –concluyó– es Cristina de un lado y el resto, del otro. Y yo, entre Macri y ella no tengo ninguna duda a quién apoyaría”.
Mi columna del día siguiente daría algunos detalles de esos entretelones, más un encuentro que esa semana habían mantenido a solas en el Senado, Pichetto junto al ministro Frigerio (no hablaron una palabra del tema, pero sí del decálogo de entendimiento del Gobierno, que había contado con el OK del senador). También mencionaría la frase con que internamente Macri le agradecía al peronista su viaje a los Estados Unidos a fines de abril para tranquilizar a los mercados en plena subida del dólar y del riesgo país: “Pichetto –repetía el Presidente por aquellos días– dejó de ser un simple senador que vota por conveniencias sectoriales y se convirtió en un hombre de Estado”.
Mi interpretación era que, más allá de en lo que terminara la hipótesis Pichetto, quedaba expuesto el complejo momento del Gobierno para atravesar las turbulencias económicas de la campaña electoral. Y su desconcierto frente a una Cristina que crecía en las encuestas y una Alternativa Federal que amenazaba con encarnar el sentimiento antigrieta de una parte de la sociedad.
Pero todo quedó postergado ese fin de semana ante la irrupción de los “Fernández-Fernández”. Escribí sobre la fórmula macriperonista una semana después, el domingo 26 de mayo, bajo el subtítulo Macri y su vice.
Tras la publicación, un importante funcionario me explicó que esa chance estaba prácticamente descartada.
Tres semanas después. No volví a saber del tema hasta el vienes 7 de junio. Esencialmente porque, durante semanas, las alternativas del macrismo para ocupar el segundo lugar de la fórmula pasaron por otro lado, en especial
por el intento de convencer a Ernesto Sanz de que aceptara el ofrecimiento.
Para el Gobierno, ninguna combinación parecía mejor. El problema fue que nadie logró convencerlo de dejar la tranquilidad de su retiro mendocino.
Solo cuando se descartó la opción Sanz empezó a ganar terreno aquella idea peregrina desechada hacía casi un mes.
Ese viernes 7 por la noche, una fuente habitualmente bien informada y cercana al senador, me advirtió que la fórmula sería Macri-Pichetto. No lo pude empezar a confirmar hasta el lunes 10 a la mañana cuando hablé con el senador.
Tardé 10 minutos en hacerle la pregunta que quería. Primero debí escuchar su decepción con sus compañeros de la tercera vía y con los peronistas que se alineaban detrás de Cristina. Después sí fue al punto: nadie formalmente del Gobierno le había hecho la propuesta, todavía le sorprendía que pensaran en él y se preguntaba si esa propuesta –si llegaba alguna vez–, incluiría a otros líderes del Peronismo Federal.
A tal punto llegó en esa conversación su distancia con ser vice de Macri, que analizó que, si lo que quería el macrismo era generar un nuevo consenso con el “peronismo republicano”, lo mejor era que optaran por Alejandra Vigo como candidata a vice. Vigo es diputada y es la esposa del gobernador de Córdoba.
Parecía no terminar de creer que él realmente fuera a ser el elegido ni tampoco parecía seguro de la conveniencia de serlo. Sin embargo, era claro que no le molestaba jugar con esa posibilidad.
¿Pero de verdad nadie del oficialismo lo había tanteado desde que habíamos hablado semanas atrás? Reiteró que no. Recién después recibiría un llamado de Frigerio en ese sentido y al día siguiente otro de Carlos Grosso, con quien mantiene un diálogo frecuente. Grosso tiene una relación cercana con Jaime Duran Barba.
El verdadero comienzo. Hubo un lazo previó que unió el destino de Macri y Pichetto. En aquella reunión
en la Casa Rosada en la cual escuché por primera vez sobre el tema, pregunté qué opinaría Duran Barba cuando regresara de un viaje al exterior. La respuesta del funcionario fue que el estratega
de Cambiemos se había quedado con una buena imagen del senador tras la entrevista conjunta que les había realizado Fontevecchia en octubre del año pasado (es la que se reproduce en esta edición).
En la contratapa que acompañó esa entrevista, Fontevecchia explicó que invitaba a ambos “con el ánimo de aportar al entendimiento entre los distintos sectores políticos y el de construir verdaderos puentes entre oficialismo y oposición”. Agregaba que la idea de juntarlos se debía a que el senador continuamente criticaba al estratega responsabilizándolo de la política oficial de rechazo a los acuerdos con la oposición (lo llamaba “el Laclau del PRO”).
En esa entrevista, Pichetto y Duran Barba se regodearon de entrada en criticar a enemigos en común, como el Papa, Carrió y lo que llaman “la izquierda”. También en su mirada sobre la despenalización del aborto y sobre que Cristina Kirchner debía conservar los fueros hasta tanto no hubiera condena en firme. Y se sedujeron al hablar del respeto intelectual que se tenían mutuamente, aunque nunca antes se habían sentado a dialogar. Discreparon sobre los logros económicos de Cambiemos, la protección de la industria y la visión sobre el rol de los partidos tradicionales.
Desde entonces surgió entre ellos una simpatía que resultó clave para que el apellido Pichetto pasara el filtro duranbarbista.
Pero integrarlo a la fórmula no fue la primera opción del consultor. Aunque cuando se lo empezó a evaluar enseguida contó con su apoyo: a la simpatía inicial se le agregaron los datos duros de las encuestas.
Se equivocan quienes creen que Duran Barba es un hombre que solo acepta que una fórmula presidencial debe estar integrada por “una mujer, joven y ajena a los partidos tradicionales”. El histórico polemista de PERFIL solo toma en cuenta el contexto histórico y social en el que se desarrolla una campaña y lo que le indican sus estudios.
Hace un tiempo lo consultó un candidato presidencial paraguayo. Su consejo fue que se aferrara a los colores del Partido Colorado y a sus símbolos. Ni mujeres jóvenes ni apartidarias. Son sus estrategias las que se adaptan al país y al momento. No al revés.
En este caso, las mediciones de la fórmula Macri-Pichetto habrían indicado más chances de éxito que otras, además de sus supuestos atributos políticos.
Lo siguiente fue una investigación sobre sus eventuales flancos débiles (personales, profesionales, éticos, económicos), imaginando que serían esos sobre los cuales castigaría la oposición. Afirman que el resultado fue satisfactorio.
Aprendizaje. Finalmente, el martes pasado a las 15 fue el propio Presidente el que lo llamó para preguntarle
si lo acompañaría en la fórmula.
Desde el día anterior Pichetto imaginaba que esa llamada podría ocurrir y había tomado la decisión de responder que sí. Luego le avisó de la novedad a sus ex compañeros de ruta, Lavagna, Massa, Urtubey y Schiaretti.
Tras cortar, Macri le transmitió la conversación a su equipo: “Me dijo enseguida que sí y no puso ninguna condición”. Después preguntó si el senador le había transmitido a alguno sus pretensiones. La respuesta fue que no y la comparaban, maliciosos, con un supuesto pliego de cuatro carillas que Massa habría intentado imponer para acordar con María Eugenia Vidal el acompañamiento a su boleta.
Así se hizo realidad lo que hacía un mes era una hipótesis peregrina en un escenario periodístico.
La fórmula se puede leer como un reconocimiento (tardío) del Gobierno de que existe una exigencia social de terminar con el relato bobo de la grieta, que daña la confianza y tiene consecuencias económicas.
También muestra que es la política la que puede mover las expectativas económicas: esta semana no hizo falta vender reservas ni elevar las tasas para contener al dólar, bajar el riesgo país y hacer subir la Bolsa.
El macrismo es experto en aplicar estrategias exitosas para ganar elecciones. Si esta vez lo vuelve a lograr, deberá demostrar que también aprendió que la política del consenso es más útil a largo plazo que la electoralitis de la antinomia permanente.
Sería un mejor gobierno y le haría bien a todos.
© Perfil.com
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