Miguel Ángel Pichetto |
"Para un peronista de bien, no puede haber nada mejor que otro peronista", proclamaba la sexta de las veinte "verdades peronistas". Al candidatearse junto a Mauricio
Macri en contra de una fórmula integrada por peronistas, Miguel Ángel Pichetto enterró aquella "verdad". Se ve que del otro lado no encontraba muchos peronistas "de bien". O que esas
"verdades" no son ya tan verdaderas.
Sobre su gesto, los motivos, las consecuencias, hay miles de versiones y consideraciones. ¿Cuántos votos moverá? ¿Cómo cambiará la campaña
electoral? ¿Quién se beneficiará? ¿Es creíble Pichetto?
Yo no tengo la respuesta a estas preguntas; ya veremos. De una cosa, sin embargo, estoy convencido: su gesto podría haber sido un evento histórico; y las palabras utilizadas
para explicarlo, aún más: lealtad republicana, futuro del país, apertura al mundo, preocupación por las cuentas públicas; ¡palabras de estadista, una revolución copernicana! Estamos
muy lejos de los malabarismos a los que la política argentina nos ha acostumbrado, de las tácticas desenfrenadas, de los cínicos cambios de camiseta.
Claro, gruñirán algunos: los enemigos del peronismo, los "gorilas" de siempre, gente como yo, celebran la "traición", abren sus brazos al "desertor".
Si piensan eso, peor para ellos: ofuscados por viejos dogmas, no ven más allá de su nariz. Lo esencial se les escapa: Pichetto no ha traicionado nada ni a nadie; eligió y explicó su elección,
juzgándola consistente con su militancia peronista, con su idea de lo que el peronismo debería ser. Este es el aspecto más relevante.
Como observador para quien el peronismo es parte del problema y no de la solución argentina, podría encogerme de hombros: otra vez sopa; nadie rasguñará nunca
al paquidermo estatista, corporativo, sindicalista montado en su momento por Perón; nadie se atreverá jamás a impugnar su retórica nacionalista, pauperista, anticapitalista, causa de pobreza, ineficiencia,
corrupción. Tanto es así que la alternativa liberal, Cambiemos, reformas liberales pudo hacer muy pocas. Visto de esta manera, el acuerdo con Pichetto sería volver al redil, el eterno retorno al mortífero
abrazo peronista.
Pero como historiador del peronismo -que del peronismo no canta loas, por decirlo suavemente- creo que aquella sería una lectura superficial. Si salimos un instante del eterno
presente en el que todos vivimos hundidos, el gesto de Pichetto adquiere un sentido mayor del que aparenta. Y tal vez mayor del que imagine él mismo.
Primero: la Argentina necesita como del oxígeno de un peronismo republicano, democrático y pluralista. La solidez institucional, la lealtad de todos los actores a las reglas
y al espíritu del juego democrático son la premisa necesaria para cambiar de marcha y salir de la eterna crisis del país: las casas se construyen desde los cimientos. Entiendo a aquellos que temen que
esto sea un oxímoron, dada la alergia de la cultura política peronista a esos valores. Pero el pluralismo se hace entre diferentes, no entre iguales, y Pichetto dio el paso en esa dirección.
Segundo: Pichetto hizo en un momento, contra la famosa grieta, mucho más que los aspirantes a Rasputín que desde hace tiempo ladran contra ella. El sentido profundo de
la grieta, tal como se formó en los albores del peronismo, me temo que escape a muchos de ellos: el país, según su premisa, no es un coro complejo de voces, sino el teatro de la eterna lucha entre el bien
y el mal, la virtud y el pecado, la primera llamada "pueblo", el segundo, "oligarquía". Es un clivaje de tipo moral y religioso, más que político y sociológico, que el peronismo
encarnó: el pueblo es puro, inocente, cristiano; la oligarquía, corrupta, pecadora, descreída; el primero es patriótico; la segunda, cipaya, antinacional; así de simple y brutal. ¿Puede
la verdad convivir con el error? ¿La santidad con el demonio? Así es como la historia política argentina se convirtió en terreno de guerras religiosas, cruzadas, "revoluciones". Bueno, lo
que el peronismo creó solo los peronistas pueden desmantelarlo: el gesto de Pichetto hace precisamente eso; da vuelta una página, tapa un hueco. La grieta ya no es relevante, o no debería serlo; se acepta
un espacio republicano plural.
Tercero: dado que los peronistas están casi en todas partes, muchos piensan que el general tenía razón: en la Argentina todos son peronistas; el peronismo es "la
ideología de la Nación". ¿La jugada de Pichetto marca entonces el triunfo del peronismo, capaz de absorberlo todo? Yo lo vería al revés, como la agonía del peronismo tradicional,
de un movimiento que siempre aspiraba a ser el todo, nunca la parte. Algo similar sucedió en Italia cuando, al caerse el antiguo sistema, los líderes de la Democracia Cristiana, que habían dominado el
país durante décadas, aparecieron en todos los otros partidos: no era ningún triunfo; a lo sumo, una desbandada. Es lo que sucede ahora con el peronismo: si todos son peronistas, nadie lo es de forma exclusiva:
ni Pichetto, ni Cristina, ni Massa, ni los dinosaurios al estilo Bárbaro.
Siempre ha habido varios peronismos, pero raramente se resignaban a vivir en casas diferentes: no se abandona una iglesia, no se renuncia a una fe. Sí, acaso, se abrían
paso a codazos para tomar posesión de la casa común. Pichetto fue herético, descartó el llamado de la tribu.
Cuarto y último: el gesto de Pichetto suena a última y definitiva rebelión del peronismo de Perón contra el peronismo de Eva. Como todo movimiento populista,
el peronismo siempre ha tenido un alma redentora y una pragmática, una mesiánica y una secular. El general no era menos autoritario que Eva, pero en su universo corporativo había espacio para la política,
los compromisos, las alianzas; su peronismo era susceptible de adaptaciones y evoluciones: franquismo y fascismo terminaron por adaptarse a la democracia.
El universo de Eva es otra cosa. Su furia maniquea es una forma de fanatismo religioso. No es casualidad que el inventor del evitismo fuera un jesuita; y tampoco lo es que el kirchnerismo,
su heredero, sea el credo del clero más milenario, el que todavía sueña con el reino de Dios en la Tierra y la eliminación de los infieles. Contra el evitismo, Pichetto no solo se adhiere a la Argentina
republicana, sino incluso a la Argentina secular. Cuidado con exagerar, pero se vislumbra una luz al final del túnel; ojalá no sea un espejismo.
(*) Ensayista y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia
© La Nación
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