Por Sergio Sinay (*)
Cuando no se tienen programas, cuando se carece de la capacidad de generar utopías pasibles de articular una esperanza colectiva, cuando se está montado en ambiciones miserables,
miopes y vecinas a la inmoralidad, cuando se aspira al poder como un fin en sí mismo, cuando como político se tiene la estatura de un pigmeo y ni una traza de estadista y cuando, además de todo eso, se
está en tiempo de elecciones, ¿qué hacer para convocar, para conseguir adhesiones?
Oficialistas y opositores, los que usan la palabra cambio para que nada cambie y los que dicen representar a todos y desenfundan
su consagrada intolerancia patotera hacia quien no acepte incluirse en ese vocablo, parecen haber encontrado la respuesta. Se trata de apelar al miedo. De última, que no se los elija por amor sino por espanto. El cuco
que agitan unos es el regreso de Cruella de Vil y la inexorable “venezolización” del país. Los otros responden con el fantasma del desempleo, el hambre y la tiranía de Tío Rico Mac Pato
y sus CEO. Miedo contra miedo, apuestan a que gane quien siembra más pánico.
Desde largo tiempo atrás, luminarias de la filosofía política como Edmund Burke (1729-1797), Thomas Hobbes (1588-1679), Alexis de Tocqueville (1805-1859) y el ineludible
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) sabían de la importancia del miedo en el ejercicio de la política. Hobbes sugería a quien gobernaba que usara el siguiente lema: “Ustedes tengan miedo, yo me
encargo del resto”. Y quien encabezó aquí uno de los gobiernos más corruptos de los que se tengan pruebas y memoria aconsejó alguna vez “temerle solo a Dios y un poco a mí”.
En un diálogo público con Corey Robin (ensayista y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Nueva York), el historiador francés Patrick Boucheron (especialista en Edad Media en la Universidad
de París) señaló que “el lema de todos los dirigentes en la historia del mundo es hacer temer antes que hacer creer”, dado que el miedo anula el entendimiento y apura la sumisión. Ese
sustancioso diálogo, producido en 2014 en la ciudad francesa de Lyon, se recoge en el libro El miedo, historia y usos políticos de una emoción, con un prólogo de Renaud Payre, director del Instituto
de Ciencias Políticas de Lyon. Allí, Robin describe dos tipos de miedo de uso político. El vertical, que es el de los gobernados a los gobernantes, de los poderosos a los explotados y de estos a aquellos.
Y el horizontal, que es el miedo a un enemigo externo, usado para cohesionar a la tropa propia. Esta tropa puede estar constituida por militantes, votantes y adherentes o, llegado el caso, por toda la sociedad, enfrentada
a un peligro extranjero (real o fantasmal, como ocurría en 1984, la clásica novela de George Orwell). En todos los casos, el uso del miedo aplana el pensamiento hasta aniquilarlo, aviva otras pasiones de modo
visceral y con resultados a menudo trágicos (fascismo, nazismo y otros ismos son pruebas al canto, aunque la frágil memoria de los pueblos tienda a olvidarlos).
Siempre habrá miedos latentes o inconscientes en el seno de una sociedad, señala Corey, y es responsabilidad de los políticos, sobre todo de los gobernantes, apaciguarlos,
reconvertirlos en una energía colectiva capaz de abrir nuevos horizontes, o manipular esos miedos en beneficio propio, a riesgo de abrir compuertas emocionales peligrosas. En tiempos de paz, el uso perverso del miedo
puede fortalecer los mecanismos de una sociedad de control (como sucede ante el conveniente fantasma del terrorismo) para que los ciudadanos canjeen libertad por seguridad. Todo parecido con el mundo occidental contemporáneo
no es casual. El que teme es un esclavo, afirmaba Séneca, filósofo, político y poeta romano del primer siglo de esta era, considerado el más grande orador de todos los tiempos.
El miedo produce una visión de futuro temible y oscura, advierte Boucheron. Y permite al gobernante que lo estimula amenazar con la consigna “yo o el diluvio”. En
la Argentina de estos meses, esa amenaza será usada por unos y otros en grado creciente. El gran desafío para cada ciudadano es temer o pensar.
(*) Escritor y periodista
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