Por Guillermo Piro |
Al igual que con casi todos los resultados y conclusiones de investigaciones en materia de
psicología, todo esto debería ser tomado con suma cautela, pero no deja de resultar atractivo pensar en que el ejercicio de la ficción pueda modelar de ese modo la personalidad.
Según Jarrett, todos tenemos dentro una especie de “libro personal” en el que llevamos escrita nuestra historia, que oportunamente actualizamos, interpretamos y corregimos,
casi exactamente como hacemos con un libro de nuestra autoría, de esos cuyas páginas podemos pasar hacia atrás y hacia delante a placer. No se trata solo de una sucesión cronológica de acontecimientos,
sino de una selección de lo que consideramos más importante y significativo, de lo que creemos que consiguió cambiar la trayectoria de nuestra vida y, sobre todo, del recuerdo que tenemos de todo eso.
Es sabido que los recuerdos censuran, inventan y deforman; bien, al parecer, esos mecanismos tendrían un efecto directo en el modo en que nos vemos a nosotros mismos y dejamos que los demás nos vean. ¿Nos
concentramos más en los aspectos negativos o en los positivos? ¿Cuentan más las victorias o las derrotas? ¿Los abandonos o las conquistas?
Según un estudio de Kate McLean, de la Western Washington University, publicado por el Journal of Personality and Social Psychology, “las historias que nos contamos sobre
nosotros mismos revelan quiénes somos, construyen nuestra personalidad y nos sostienen en el tiempo”. Dan P. McAdams, uno de los colaboradores de McLean, explica en un artículo –“The Psychology
of Life Stories”– que “las personas se distinguen por el modo en que definen las historias de sus vidas, del mismo modo en que se distinguen por las características psicológicas más convencionales”.
La idea remite a los llamados big five, los cinco rasgos usados en psicología para describir a las personas: extrovertidas-introvertidas; agradables-desagradables; escrupulosas-negligentes; neuróticas-emotivamente
estables; mentalmente abiertas-mentalmente cerradas.
McLean, en su estudio realizado con mil voluntarios, consiguió individualizar tres rasgos principales en el modo en que narramos nuestras biografías. El primero tiene que
ver con temas afectivos, lo que consideramos nuestra historia personal a la luz de la relación con los demás, en la tendencia a ser positivos o negativos y en la capacidad de resolver situaciones en sentido positivo
o negativo. El segundo tiene que ver con las reflexiones hechas a partir de la propia historia personal, o sea, el significado que se le da a lo que pasa, el análisis que se hace de lo que cambió y cómo
cambió, y nuestro comportamiento en ambos casos. El último aspecto tiene que ver con el género del relato, es decir, si nuestra tendencia es hacia la fábula, el policial, el cuento de hadas o la
lisa y llana novela lacrimógena. Muchos prefieren esta última.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario