Por Francisco Olivera
Todo indica que lo que pase en Venezuela de ahora en más tenderá a ser peor. Maduro dio una señal el martes, no bien explotó la frustrada rebelión.
Mientras se lanzaba a la caza de infieles, echó al general Manuel Cristopher Figuera, director del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), a quien sospechaba de traidor, y lo reemplazó por Gustavo González
López, un militar que había ocupado el cargo hasta fines del año pasado y se fue por un escándalo todavía no aclarado: el concejal opositor Fernando Albán, acusado de participar en
un atentado de drones contra Maduro y detenido en esa dependencia, apareció muerto el 8 de octubre. El chavismo dice desde entonces que fue un suicidio, pero la oposición y activistas de derechos humanos lo denunciaron
en cortes internacionales como asesinato. "Quiero saludar al nuevo director del Sebin, general en jefe Gustavo González López, siempre en combate, siempre activo", lo reincorporó el líder
venezolano la noche del martes en el Palacio de Miraflores, sin explicar las razones del relevo.
Si algo le faltaba a esta crisis son las urgencias de Trump. No tanto las externas como las domésticas: se calcula que la cantidad de venezolanos residentes en Florida se duplicó
en los últimos años hasta superar los 500.000, una cifra que resultaría decisiva para su reelección en 2020. Aunque la conquista de ese estado, históricamente estratégico, parece todavía
lejos: en marzo, una encuesta de la consultora Bendixen & Amandi International reveló que el 53% de los encuestados se oponía a un segundo mandato de Trump. La principal novedad de la situación de
Venezuela es que empieza a descorrer un tabú diplomático: los republicanos han pasado de la retórica antichavista a admitir abiertamente la estrategia de fondo, que es presionar a Cuba, el mayor sostén
ideológico de Maduro.
El régimen de la isla, que formó y apuntaló desde temprano al sucesor de Chávez, no solo se ha servido en los últimos años de 100.000 barriles
diarios de crudo de Pdvsa, sino que tiene hoy esparcidos en territorio bolivariano unos 20.000 agentes de inteligencia, principalmente en las Fuerzas Armadas, que se suman a otros 40.000 profesionales de la medicina a quienes
Venezuela les paga en dólares un salario cuyo 70% vuelve al Estado cubano. Trump intentó entonces golpear donde duele: reinstaló esta semana el título III de la ley Helms-Burton, una iniciativa
sancionada en 1996 que aplica restricciones comerciales a Cuba, en particular remesas desde Miami, y cuya aplicación se había suspendido en los últimos años en un contexto de flexibilización.
"Si las tropas y milicias cubanas no cesan inmediatamente sus operaciones militares y de otro tipo con el objetivo de causar muerte y destrucción a la Constitución de Venezuela, se impondrá a la isla
de Cuba un embargo completo, junto con sanciones del mayor nivel", amenazó.
Los republicanos admiten, con todo, cierto desfase entre sus tiempos y los de la región. Al apuro, que los lleva a calcular que no deberían llegar a 2020 con Maduro en
el poder, deben contraponer que ninguna acción directa sería bienvenida incluso en países que se han manifestado contra el régimen. Sondeos diplomáticos de esta semana dan cuenta de esa cautela:
la mayoría de los 15 miembros del Grupo de Lima hizo saber que estaría dispuesta a ayudar con sus Fuerzas Armadas a la población venezolana, pero no a intervenir de manera directa. Esas conversaciones
informales vuelven a plantear encrucijadas que, dada la relación con Trump, interpelan particularmente a funcionarios argentinos: ¿qué hará Macri? ¿Está en condiciones de acompañarlo
en una embestida a Cuba?
En Buenos Aires siempre ha sido más sencillo condenar a Venezuela que a Cuba. Es un dilema con que el Presidente se topa a horas de haber recibido del gobierno norteamericano
un respaldo decisivo para que el Fondo Monetario Internacional flexibilizara la política de intervención del Banco Central en el mercado cambiario. "No hay reelección sin domar al dólar",
dijo a este diario un macrista que trabaja en la campaña. La Argentina deberá sopesar lo que haga al respecto a la luz de otro equilibrio geopolítico a que está obligada, menos ideológico
y más estructural: su relación con China, insustituible comprador de alimentos y, al mismo tiempo, el verdadero competidor de la hegemonía norteamericana en el mundo. El Gobierno trabaja esa actividad
comercial con precisión quirúrgica, sin afán de incomodar a su principal aliado político. Viene demorando, por ejemplo, una respuesta al pedido de Xi Jinping a que adhiera a la ruta de la seda.
Pero la crisis venezolana podría agregar tensión. O, al menos, algo de ruido a aspectos del vínculo hasta ahora silencioso, como el entendimiento a que el canciller
Jorge Faurie y Luis Etchevehere, secretario de Agroindustria, llegaron días atrás en Diaoyutai con Hu Chunhua, vicepremier chino, y que incluye avances en un protocolo para exportar carne porcina hacia allá.
El punto IX de un cable que el embajador Diego Guelar envió el 25 de abril a Buenos Aires habla, por ejemplo, de venta de activos y actividades rurales con mano de obra asiática. "El Sr. Canciller y el secretario
Etchevehere se refirieron al potencial existente en la explotación agropecuaria, por la parte china, en territorio argentino (se destacó a las provincias de Salta, Jujuy, Chubut y Neuquén) y llamaron al
establecimiento de un Grupo de Trabajo que facilite la compra de tierras y el ingreso de trabajadores chinos a tal efecto. El vicepremier Hu acogió positivamente la propuesta y señaló su expectativa de
que esta iniciativa pueda avanzar a la mayor brevedad posible". Otro párrafo relevante es el VII: "El Sr. Canciller manifestó la expectativa argentina de que pesqueros chinos trabajen estrechamente
con autoridades portuarias argentinas, y sugirió evaluar el establecimiento de una base pesquera china en la Argentina para procesar y exportar productos pesqueros a China".
Cualquier avance territorial o marítimo asiático despierta siempre la atención de Estados Unidos. Ni hablar en Venezuela, desde donde la administración republicana
cree hasta ahora haber detectado un mensaje tranquilizador: emisarios diplomáticos chinos le adelantaron esta semana a Juan Guaidó que su único interés en Caracas residía en cobrar las deudas
por la provisión de préstamos y petróleo, esté quien esté en el poder. China no deja de ser sin embargo el gran adversario geopolítico de Trump: la Estrategia Nacional de Defensa 2018,
que explica en su "Introducción" que "la competencia inter-Estados es la preocupación primaria de la seguridad nacional", incluso antes que el terrorismo, nombra al país asiático
como amenaza en el tercer párrafo. Será el desafío de Macri estas semanas. Mantener la relación con China sin incomodar a Trump, al que le debe un favor y con quien vuelve a compartir objetivos:
en este caso, la reelección. El poder de una campaña: el planeta girando en derredor de lo que ocurre en la propia casa, sea la cotización del dólar o una encuesta en Florida.
© La Nación
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