Por Fernando Laborda
Distintas encuestas indican que dos de cada tres argentinos mencionan como principal preocupación alguna cuestión vinculada con la economía, al tiempo que alrededor
del 55% de los votantes asegura que, a la hora de concurrir a las urnas, privilegiará lo económico.
¿Puede el gobierno de Mauricio Macri llegar a las elecciones presidenciales de octubre en mejores condiciones,
teniendo en cuenta sus actuales limitaciones y que el electorado votará mayoritariamente con el bolsillo?
La respuesta que más se escucha entre dirigentes oficialistas y funcionarios que habitan la Casa Rosada es triple: hay que controlar el dólar, bajar la inflación
y hacer que Cristina Kirchner hable.
Con algo más de tranquilidad luego de la negociación en la que el FMI accedió a que el Banco Central pudiese intervenir en el mercado, vendiendo dólares dentro
de la antigua zona de no intervención cambiaria, los funcionarios macristas confían en que se desinflarán algo las expectativas de suba de la moneda norteamericana contra el peso y que los sectores exportadores
se apurarán algo más a liquidar divisas. La estabilidad cambiaria es considerada clave para no fogonear las expectativas de mayor inflación.
El objetivo central del Gobierno es descomprimir las presiones inflacionarias y alcanzar durante el tercer trimestre del año una inflación promedio no mucho mayor al 2%
mensual. Se juzga como una meta compleja, pero no imposible. La herramienta principal para lograr ese propósito no está dada por los llamados "precios esenciales", sino por el anclaje del dólar
y la estabilidad en las tarifas de los servicios públicos en lo que queda de tiempo hasta las elecciones.
También el Gobierno espera que la actividad económica marque un punto de inflexión a partir de junio o julio. Esto es, que la economía comience a crecer en
términos interanuales desde ese momento. Algo que no resultaría imposible porque el segundo semestre de 2018 fue desastroso en términos de actividad, pero que tampoco significará que 2019 termine
con saldo positivo.
El PBI volverá a caer este año -el FMI pronostica una baja del 1,7%- y un dato no menor es que, desde la reapertura democrática de 1983, ninguna fuerza política
gobernante ganó una elección presidencial con la economía en caída. Apenas hubo una excepción: el triunfo de Carlos Menem en 1995.
De allí que el oficialismo pretenda recostarse sobre el pasado kirchnerista y que algunos funcionarios festejen la reaparición pública de Cristina Kirchner a través
de su libro "Sinceramente", llamado inevitablemente a convertirse en best seller. Del mismo modo que celebró las declaraciones viralizadas de Guillermo Moreno , cuando el exsecretario de Comercio defendió
a quienes roban "con códigos", o los dichos del intelectual Mempo Giardinelli, también vinculado al kirchnerismo, convocando a hacer una nueva Constitución Nacional y a eliminar a la Justicia
como poder del Estado.
Es que sin Cristina como adversaria central, Macri corre el riesgo de que su gestión sea evaluada exclusivamente por sus malos resultados en materia económica. Tener, en
cambio, a la expresidenta como principal contrincante le serviría al Gobierno para seguir alentando el miedo al pasado kirchnerista que anida en una amplia porción del electorado.
La senadora Kirchner, entretanto, buscará recuperar credibilidad entre los votantes independientes a partir de sus silencios y de los errores de gestión de su rival.
En forma curiosa, Macri y Cristina tienen en común un elevado nivel de imagen negativa en la opinión pública y protagonizan una singular competencia por determinar
quién es el menos malo, como lo sugirió Jaime Durán Barba .
Y en esa lucha, tanto Macri como Cristina parecen valerse de la técnica del aikido, esa arte marcial nacida en Japón y basada en la utilización del impulso del oponente
en contra de sí mismo, con la finalidad de derribarlo, empleando la menor cantidad de fuerza propia posible. Una disputa donde la paciencia será clave y donde el pánico será siempre enemigo de las
decisiones más adecuadas.
© La Nación
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