miércoles, 22 de mayo de 2019

La corista

Por Manuel Vicent
¿Puede un gran poeta ser un cerdo? Y si se descubre que se comportó como un cerdo en casa con su mujer, ¿habrá que rechazar sus excelsos poemas de amor? ¿Puede un gran cineasta ver toda su carrera arruinada después de muchos años por una acusación no probada de pederastia? Se sabe que Albert Einstein, la mente más potente y brillante del siglo XX, fue un frívolo mujeriego que maltrató hasta extremos inconfesables a su mujer Mileva, a la que impuso condiciones despiadadas para permanecer a su lado.

Si eres un moralista irredento podrás echar un poema de Neruda a la basura y dejar de ver una película de Woody Allen, pero la teoría de la relatividad o el descubrimiento de la célula fotoeléctrica te las tienes que tragar.

“Yo trato a mi esposa como a una empleada a quien no puedo despedir”, le escribía Einstein a su prima Elsa convertida en amante de cuya hija veinteañera también estaba enamorado. En medio de la turbulencia de sus amoríos, Einstein exigía que le cuidasen de manera exquisita sin molestarle ni pedirle nada a cambio. Le gustaban las mujeres y en cuanto a sus amantes, que fueron muchas, según lo cuenta el hijo de su amigo, el doctor János Plesch, cuanto más vulgares, sudadas y malolientes, más le gustaban.

En 1923 Einstein pasó 15 días en España y puede que dejara sembrado en Madrid su ADN con una señorita con la que se citó una tarde en el Palace. En la excelente novela El Nobel y la corista, Nativel Preciado indaga las andanzas del genio en el alegre bullicio de entreguerras, con los bugattis, el charlestón, y las primeras mujeres que fumaban cigarrillos egipcios con boquilla de marfil.

¿Ligó el descubridor de las leyes del universo con una de las chicas del Apolo? Esta es la historia imaginaria de una dama que se creía descendiente de Einstein y de una corista como lo eran de Alfonso XIII otras bastardas.

© El País (España)

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