Por Manuel Vicent |
Si eres un moralista irredento podrás echar un poema
de Neruda a la basura y dejar de ver una película de Woody Allen, pero la teoría de la relatividad o el descubrimiento de la célula fotoeléctrica te las tienes que tragar.
“Yo trato a mi esposa como a una empleada a quien no puedo despedir”, le escribía Einstein a su prima Elsa convertida en amante de cuya hija veinteañera también
estaba enamorado. En medio de la turbulencia de sus amoríos, Einstein exigía que le cuidasen de manera exquisita sin molestarle ni pedirle nada a cambio. Le gustaban las mujeres y en cuanto a sus amantes, que
fueron muchas, según lo cuenta el hijo de su amigo, el doctor János Plesch, cuanto más vulgares, sudadas y malolientes, más le gustaban.
En 1923 Einstein pasó 15 días en España y puede que dejara sembrado en Madrid su ADN con una señorita con la que se citó una tarde en el Palace. En
la excelente novela El Nobel y la corista, Nativel Preciado indaga las andanzas del genio en el alegre bullicio de entreguerras, con los bugattis, el charlestón, y las primeras mujeres que fumaban cigarrillos egipcios con boquilla de marfil.
¿Ligó el descubridor de las leyes del universo con una de las chicas del Apolo? Esta es la historia imaginaria de una dama que se creía descendiente de Einstein y
de una corista como lo eran de Alfonso XIII otras bastardas.
© El País (España)
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