Sergio Massa y Roberto Lavagna |
Mauricio Macri sabe que pasará a la historia por el mero hecho de convertirse en el primer presidente constitucional no peronista que, desde el surgimiento del justicialismo,
concluya su mandato legal. Pero sabe también que, si no es reelegido, su mayor derrota no será la electoral, sino la de irse de la Casa Rosada sin haber podido disminuir la pobreza ni haber reducido la inflación
a un simple recuerdo del pasado.
Su mayor logro, en materia macroeconómica, podría pasar por alcanzar el equilibrio fiscal primario, si es que finalmente su gobierno lo alcanza. No sería algo menor
si, como repite una y otra vez el Presidente, en 77 de los últimos 100 años la Argentina tuvo déficit fiscal. Claro que de poco serviría que, durante un año, el Estado recaude más
de lo que gasta (sin contar el abultado déficit financiero por los pagos de intereses de la deuda pública), si al año siguiente volverá a invertirse dramáticamente esa ecuación.
La hipotética firma por un buen número de precandidatos presidenciales del compromiso para la estabilidad que impulsa Macri, podría permitirle al primer mandatario
mostrar un país más previsible para un mundo que desconfía de la Argentina con buenas razones. Mucho más aún si las cámaras empresariales, parte del sindicalismo y la Iglesia suscriben
ese acuerdo.
Pero para que ese supuesto legado sea completo, debería ser continuado por una nueva convocatoria al diálogo por parte de quien gane las elecciones presidenciales, que
derive en el hallazgo de consensos tendientes a la formación de una mayoría estable en el Congreso, que a su vez se traduzca en políticas de Estado.
La pregunta que subyace es si el acuerdo propuesto por el Gobierno es de largo aliento o tan solo apunta a llegar a las elecciones con una dosis menor de incertidumbre política.
Que dos de los tres grandes conglomerados políticos que podrían enfrentarse en las próximas elecciones presidenciales - Cambiemos y la Alternativa Federal- puedan
coincidir públicamente en puntos tales como la necesidad de honrar las obligaciones del Estado con sus acreedores y de lograr el equilibrio fiscal, junto a la integración al mundo, sería una magnífica
señal hacia dentro y fuera del país, que ayudaría a superar las turbulencias cambiarias y financieras, y llevar algo de confianza a potenciales inversores.
Les mostraría también a los actores financieros internacionales que hay una oposición razonable que no pondrá en juego variables que se consideran esenciales
para que el país recupere la confianza.
Provocaría además un aislamiento de Cristina Kirchner , a quien nadie imagina firmando el compromiso propuesto por el Gobierno, y que se comience a hablar más del
"riesgo Cristina" que del "riesgo país", algo a lo que la propia difusión del flamante libro de la expresidenta ha contribuido: para muchos fue el final del cuento de la "leona herbívora"
que vienen tratando de imponer algunos voceros de la líder de Unidad Ciudadana.
Ayer fue formalizada la invitación de Macri a la expresidenta para que analice los diez puntos propuestos. El Gobierno cumplió así con el pedido explícito
de Sergio Massa de que no se deje afuera de la conversación a Cristina y, frente al caso, más que probable, de que la actual senadora rechace el convite, al oficialismo le servirá para sugerir que no hay
en Cristina ningún giro a la moderación como el que pretenden exhibir dirigentes como Alberto Fernández .
El mayor escollo que hoy encuentra el Gobierno pasa por Massa y Roberto Lavagna . El exintendente de Tigre dijo haber visto en la convocatoria presidencial una simple maniobra electoralista
para "dividir a la oposición" y para que ésta "se haga cargo del fracaso del Gobierno". Y el exministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner calificó a la
invitación macrista como una maniobra de "marketing" que llega a destiempo.
Ningún compromiso sin la firma de esos dos precandidatos presidenciales tendrá la fuerza suficiente como para llevar la calma que el Gobierno espera llevar a los mercados.
En ese caso, el oficialismo deberá contentarse con un simple consuelo: poner en evidencia que quienes se cansaron de reclamar una mesa de diálogo, ahora que son convocados, no la aceptan.
Por el contrario, si Lavagna y Massa fueran de la partida, junto a Juan Manuel Urtubey y Miguel Pichetto , quienes ya dieron su aval inicial a la iniciativa gubernamental, en el imaginario
colectivo, y en el de los agentes económicos en particular, ganaría terreno la hipótesis de que, ante un eventual ballottage que enfrente a Cristina Kirchner con cualquier otra opción electoral,
Cambiemos y el peronismo no kirchnerista podrían marchar juntos. La cruzada antikirchnerista y antipopulista con la que se ilusionan algunos representantes del "establishment" estaría, así, más
cerca.
© La Nación
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