Por Gustavo González |
Los presidentes suelen recurrir a esta convocatoria como último recurso frente a graves crisis económicas o políticas. Menem lo hizo tras asumir en 1989 en medio
de la hiperinflación y con las heridas de la dictadura aún abiertas, en un intento por encontrar cierta paz social y tender puentes sobre la histórica grieta peronismo-antiperonismo.
Duhalde lo repitió en 2002 con la Mesa de Diálogo Argentino en la que hasta participó la Iglesia
y un enviado de la ONU, y sirvió de contención política y psicológica para un país en ruinas.
Mientras no se llega a situaciones extremas, los gobiernos evitan hacerlo. Los más
débiles por entender que sería una confirmación de su debilidad. Es razonable. Los más fuertes, por suponer que no lo necesitan o que solo beneficiaría a los opositores. Se equivocan.
Por qué no antes? El momento que Macri dejó pasar ocurrió en noviembre de 2017, tras volver a vencer al kirchnerismo. Entonces tuvo la oportunidad histórica de tender la mano de diálogo
institucional a todas las fuerzas a las que acababa de derrotar. Era el momento en el que la debilidad de los perdedores los hubiera hecho aceptar la invitación o, eventualmente, revelarse como minoría sectaria.
Un llamado al consenso cuando más fuerte era le hubiera servido a la sociedad y al propio Macri: hubiera preparado un camino menos tortuoso para conseguir su reelección.
Hoy ya es tarde, pero entender por qué hubiera sido mejor antes, puede servir para no repetir errores.
Un llamado al diálogo cuando acababa de triunfar y necesitaba avanzar con reformas estructurales, hubiera sido esencial para obtener leyes por consenso. Macri le habría
dado protagonismo a líderes y gobernadores opositores más dialoguistas que se beneficiarían de ese status y serían más proclives a aportar apoyos a cambio de mantener esa relevancia política
y negociar beneficios para sus sectores y provincias.
Esa estrategia habría contado con la adhesión no solo de dirigentes peronistas sino de kirchneristas “racionales”. No tratando de ampliar la alianza partidaria
de Cambiemos (aunque sí su base social), sino tendiendo puentes hacia otros partidos y aislando a Cristina, quien difícilmente se hubiera sumado.
Habrían sido gestos que derramarían hacia la sociedad la idea de un nuevo relato en el que lo políticamente correcto fuera la aceptación del otro y no su
destrucción. Un acuerdo de convivencia sin el cual es imposible promover confianza e inversiones.
Es la política la que debía generar esas condiciones de confianza económica y la garantía de que cualquier cambio que se fuera a producir en las elecciones
presidenciales no representaría otro giro de 180°.
Porque con una Cristina más aislada, opositores con años de protagonismo en la confrontación racional con el Gobierno, una sociedad más proclive al diálogo y un
mundo convencido de que las alternativas electorales no romperían el sistema, probablemente no se viviría esta incertidumbre económica que profundiza la crisis y hace del regreso de la ex presidenta una
posibilidad cierta.
Punto 1: déficit cero. En el medio de la campaña será difícil concretar lo que se debió hacer antes. El Gobierno planteó diez puntos de acuerdo lo suficientemente amplios como para iniciar conversaciones.
Pero como para no dejar dudas sobre su filosofía económica, el primero es el déficit cero.
Es uno de los que más controversias produce, más allá de que sea una meta con la que la mayoría de los candidatos coincidiría, aunque no por la vía
actual. Quienes tienen una formación económica más clásica recuerdan que, desde 1930, el capitalismo recurre para salir de sus crisis cíclicas a la expansión, no a la contracción
de la economía.
Lo volvió a hacer Estados Unidos para escapar de la recesión de 2008, con una Reserva Federal que inyectó liquidez al mercado y redujo los tipos de interés
a cero. Dos terceras partes de los países conviven en la actualidad con déficit de sus cuentas, intentando nivelarlas sin dejar de crecer y sin inflación. Son naciones desarrolladas y no desarrolladas,
más pobres o más ricas.
Macri, al igual que De la Rúa al asumir, cree que de la recesión se sale con ajuste y que el déficit cero es la base de una economía en orden que ya no generará
inflación, pero sí crecimiento.
Por el momento, el Gobierno estaría en proceso de cumplir con su objetivo fiscal, pero lejos de sus consecuencias benéficas.
En su decálogo, el Gobierno plantea otros dos puntos para los que necesita indefectiblemente apoyo opositor: reforma jubilatoria y reforma laboral.
La mayoría de los opositores, como los peronistas federales y los radicales disidentes, coinciden en ambas necesidades: la primera, para equilibrar ingresos y egresos del sistema
previsional; la segunda, para adaptar las viejas normas laborales a las nuevas formas de generación de trabajo. Fueron dos de los temas que, de haberse negociado en 2017, hoy estarían resueltos.
Escenarios. Opositores como Lavagna y Massa respondieron al decálogo oficial con otras propuestas más
o menos amplias y obvias. Es entendible: no cierran las puertas a un diálogo, pero no quieren mostrarse complacientes en medio de la campaña.
En cualquier caso, estos escarceos de diálogo igual pueden ser útiles para el futuro en tanto se entiendan como un aprendizaje dialógico, ese ejercicio intelectual
que considera que el diálogo que tenga por objetivo la búsqueda de la verdad y no del poder, genera aprendizaje para todos los que participan y escuchan. A Macri y a sus oponentes les vendría bien. También
a la sociedad a la que esos dirigentes representan.
Y en el futuro inmediato, debatir los puntos sobre los que los potenciales gobernantes se pueden poner de acuerdo, deja planteada una negociación de fondo para el ballottage del
24 de noviembre.
El escenario en el que Cristina sea una de las que llega a esa instancia con entre 30 y 40% de votos, abre la posibilidad de que quien compita con ella intente convencer al restante
60/70% con un acuerdo estratégico para un futuro gobierno.
Si fuera Macri quien enfrente a CFK, sería un gesto de autocrítica y de que es capaz de incorporar el pensamiento de otros para un segundo mandato. Si fuera un candidato
de Alternativa Federal, para demostrar que el fracaso de Macri no significa que el país deba regresar al pasado y que se puede construir sobre los aciertos y errores de quienes gobernaron antes.
Es cierto que el acuerdo entre dirigentes partidarios no está en el ADN macrista, más allá de los motivos por los que se sintieron obligados a lanzar este imprevisto
y tardío llamado al diálogo.
En 2015, la estrategia duranbarbista de diferenciarse de cualquier político tradicional para mostrarse como lo nuevo, era entendible tras doce años de kirchnerismo. Pero
tal vez hayan entendido que ahora será difícil sostener ese discurso tras los resultados de estos cuatro años.
Por un nuevo milagro. Quizás la misma necesidad que los llevó a presentar este decálogo de convivencia,
también les haga entender que buscar acuerdos con otros líderes es buscar acuerdos con las personas que esos líderes representan.
Y sería un reconocimiento hacia esos sectores de que son capaces de comprender su malestar, aprender de los errores y prometer que, la próxima vez, intentarán hacerlo
mejor.
Después, solo les quedará esperar que el dólar no se desmadre, que el rechazo social a Cristina pese más que la crisis y que Jaime Duran Barba haga un nuevo
milagro.
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