Por Manuel Vicent |
Así
lo hacen hoy los políticos radicales para subvertir las reglas de la democracia y los malhechores para huir de la acción de la justicia. Pero en este caso se trataba de un acto de rebeldía muy singular.
Harto de memes, de whatsapps, de facebooks y de instagrams este joven rebelde en un momento de lucidez arrojó el móvil a un pozo y se echó al monte para enfrentarse
a la gelatinosa realidad virtual que lo atenazaba.
Y una vez en el monte el joven rebelde se encontró flanqueado por bosques de encinas, enebros, pinos, fresnos y alcornoques. Fue suficiente volver los
ojos hacia la naturaleza para sentirse libre de la telaraña tóxica de las redes. Ahora por el cielo volaban un águila y un milano real. Entre las retamas, las jaras y la perfumada lavanda corría
una familia de jabalíes.
El aire puro lo atravesaba el cencerro de unas vacas que pastaban en un cercado. En un humedal donde crecían corujas y cardillos, el joven rebelde pudo
admirar decenas de variedades de aves acuáticas, el somormujo, el pato azulón, el pato cuchara, la focha, la gaviota reidora, la gallineta, el cormorán grande, las garzas y algunas parejas de zampullines.
Con el sol de mayo empezaban a salir de su letargo la culebra de escalera y el lagarto verdinegro. En pocos minutos este joven rebelde se había olvidado
de lo más pegajoso de las pasiones humanas y cuando su mente purificada había alcanzado una altura considerable hasta perderse en las esferas de Platón, de pronto, un conejo saltó huyendo de entre
sus pies.
Desde la cumbre alcanzada se veía la ciudad allá abajo envuelta en la carga de basura que transportan las redes. El joven rebelde pensó
que cualquiera podía echarse al monte sin salir de casa, incluso sin levantarse de la cama.
© El País (España)
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