Cristina Kirchner |
Un renunciamiento cosmético, pero una novedad de fondo, capaz de cambiar el eje de una campaña electoral. Así puede verse la decisión de Cristina Kirchner
de no encabezar la fórmula presidencial sino de secundar a Alberto Fernández .
No es solo un golpe de efecto ni una puesta en escena (que lo son), sino una novedad con un impacto que puede generar innumerables
consecuencias en el horizonte político. Cristina va por más.
Al efecto sorpresa en busca de la centralidad, con los que nos tiene acostumbrados la expresidenta, hay que sumarle el momento en que se decidió para empezar a entender la jugada.
No fue en el último minuto de la noche del cierre de listas, sino cuando falta más de un mes. Es la demostración de que el kirchnerismo busca darse tiempo para lograr un armado más amplio. Es la
admisión de que con ella sola no alcanza para volver al poder.
El anuncio encierra el reconocimiento de que el cristinismo había achicado al kirchnerismo, radicalizándose y camporizándose. Implica la decisión de nestorizarse
para tratar de ampliar su base en busca de la recuperación del poder. Eso empezó a dejar entrever la expresidenta en las dos apariciones que precedieron al video con el que se publicitó la decisión.
Lo explicitó en el texto que pronunció su voz en off durante esos casi 13 minutos.
La figura de Alberto Fernández, según entienden en las cercanías de Cristina, permite dar la señal de apertura del espacio, de cierta oxigenación.
Seguramente no para los antikirchneristas, pero sí para los que alguna vez estuvieron en ese sector, como el propio exjefe de Gabinete, o los que votaron al kirchnerismo, pero se habían alejado porque no compartían
precisamente aquella enajenación radicalizada.
Tampoco hay que confundir necesidad con convicción. La decisión de abrir el espacio parece mucho más táctica que estratégica. No hay ningún
reconocimiento explícito a errores propios. Todo es culpa del gobierno de Mauricio Macri . La búsqueda de consensos, de un nuevo contrato social y de una alianza más amplia es consecuencia de las políticas
de Cambiemos y la solución para salvar al país. Así lo expuso. La capacidad redentora del kirchnerismo vuelve para rescatar a la patria y "ordenar" a la sociedad. Ese es el mensaje. Nada menos.
Es una obviedad que la jefa sigue siendo Cristina Kirchner y no lo ocultó al admitir y subrayar expresamente que ella le había pedido a Alberto Fernández que encabezara
la fórmula, como dijo en el video que realizó contrarreloj Tristán Bauer, según fuentes del kirchnerismo.
También es una obviedad que este Fernández no es aquella Fernández y que puede hacer cosas que ella no quiere, no puede o no sabe. Sobre todo, vincularse con dirigentes
políticos a los que hoy a la expresidenta le costaría convocar y con los que tal vez preferiría no hablar, ni siquiera por conveniencia o necesidad. No tendrá que hacerlo.
Tampoco deberán maquillarse de dialoguistas los dirigentes de La Cámpora a quienes corrieron de las primeras filas de todas las últimas fotos para no espantar a
nadie, pero también para no exponerlos y preservarlos. Ellos siguen ocupando un lugar central en el entorno de Cristina. Un par de ellos, entre los que se cuenta el hijo del exmatrimonio presidencial, estaba entre el
minúsculo grupo que sabía de la decisión que hoy sorprendió a todos.
A los probables convocados o tentados por Alberto Fernández también les será más fácil encontrar atajos morales para justificar un acercamiento que
hasta hace nada rechazaban con todas sus energías. A eso se apunta, centralmente. Sergio Massa fue el primero en abrir una ventana a los nuevos vientos. Es un primer paso que, si se concreta, podría resultar
decisivo.
La ampliación de la base de sustentación empezará, aunque parezca paradójico, por la superestructura. Es lógico. Se busca que los dirigentes que hasta
hoy no estaban con Cristina lleven a sus votantes a este espacio y les alivien o les justifiquen el tránsito hacia lo que habían dejado o rechazado. Y es inevitable también, porque Alberto Fernández
es un dirigente superestructural, no es un líder de masas. El carisma no es lo suyo. Para eso está Cristina.
El Pigmalión de la presidencia de Néstor Kirchner representa la racionalidad kirchnerista, pero también aporta el capital de haberla enfrentado y cuestionado y de
haberse ido cuando todavía conservaban un poder casi omnímodo. La duda que se abre ahora es si ese Alberto Fernández seguirá existiendo. Las apariciones de la última semana podrían
ponerlo en duda.
La advertencia/amenaza hecha por el ahora precandidato presidencial a los jueces que han avanzado en causas contra Cristina es una luz de alerta que ahora brilla más fuerte. En
las cercanías del cristinismo ven esas duras expresiones como la demostración de fidelidad que su jefa necesitaba. ¿Esa pistola humeante era la prueba que ella necesitaba para consagrarlo? Difícil
saberlo, pero los antecedentes permiten contemplar esa hipótesis.
El devenir de la campaña y la aparición de Cristina en Tribunales dentro de 72 horas, si es que no hay otra dilación, empezarán a develar incógnitas
que esta revelación no termina de resolver.
En lo inmediato, es un hecho que Cristina encontró su Cámpora, al que controlará más de cerca que Perón a su delfín. Falta saber si el cosmético
renunciamiento abre paso a una nestorización real, si hay una delegación efectiva de poder y si Alberto Fernández logra atraer a la dirigencia y los votantes que hasta ayer eran renuentes a la expresidenta.
Ahora todo y todos están aún bajo los efectos del impacto que produjo la noticia.
© La Nación
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