Por Arturo Pérez-Reverte |
Suelo dejarme caer por allí cuando estoy en esa ciudad, y siempre me detengo ante la pieza de su colección que más admiro: un SLC Maiale o siluro a lenta corsa: ese torpedo tripulado por dos hombres, que habrán visto en alguna película, con el que los buceadores de combate italianos atacaban a los navíos ingleses durante la Segunda Guerra Mundial.
Un aparato cuya contemplación, imaginando lo que era cabalgarlo en condiciones reales de noche y mar, basta para desmentir que los italianos, como sostiene algún indocumentado, sean poco valerosos. Al contrario:
lo son cuando tienen motivos para serlo. Aunque ésa, la de los motivos, ya sea otra historia.
Estuve hace poco allí otra vez, tocando con los dedos el metal frío del maiale. Y como siempre, pensé en su inventor, Teseo Tesei, que murió en combate atacando el puerto de Malta; y en Lucio Visintini, Giovanni Magro y los que murieron
tras cruzar de noche la bahía de Algeciras para atacar los buques fondeados en Gibraltar; y en mi personaje favorito entre todos los oficiales y tropa de la Décima Flotilla MAS, el teniente de navío Luigi
de la Penne, que al atacar la base británica de Alejandría se encontró solo y de noche junto al casco del acorazado Valiant; y como había perdido en la oscuridad del mar a su compañero Emilio Bianchi y el maiale estaba averiado y clavado en el fondo a 14 metros de profundidad, lejos del buque, soltó la pesada cabeza explosiva y la fue arrastrando palmo a palmo durante cuarenta
minutos, a ciegas, envuelto en una nube de fango, orientándose por el rumor de las máquinas del acorazado, hasta situarla debajo de la proa y activar el mecanismo de explosión retardada para las 06,05
horas.
Lo que vino a continuación situó a Luigi de la Penne en el cuadro de honor de las leyendas del mar y los marinos. Al emerger agotado, quitarse el equipo respirador e intentar
llegar nadando a la costa, fue descubierto y apresado por los ingleses. Conducido a bordo del mismo buque que había minado, comprobó que también su compañero Bianchi estaba prisionero. Interrogado
De la Penne por el capitán de navío Charles Morgan, comandante del acorazado, se limitó a dar su nombre y graduación, negándose a confesar nada sobre su misión. El inglés ordenó
que lo encerraran en un pañol, y la casualidad lo situó a proa del buque, en un calabozo situado exactamente sobre la carga que había activado un rato antes.
Diez minutos antes de la explosión, De la Penne pidió hablar con el comandante y le dijo que iba a estallar una carga y que pusiera a la tripulación del Valiant a salvo. Como se negó a añadir nada más, el capitán Morgan ordenó que lo encerraran en el mismo calabozo de antes. Después llamó
con urgencia a todos los hombres a cubierta. Cuando estalló la potente carga explosiva, el prisionero italiano era el único que quedaba dentro del casco; pero tuvo suerte: los daños reventaron la puerta
del calabozo y pudo escapar mientras el acorazado se hundía. Salió a cubierta entre el humo y la confusión, y una vez allí tuvo la satisfacción de ver cómo un segundo acorazado, el Queen Elizabeth, y el petrolero Sagona, minados por otros dos equipos de buceadores, también saltaban por los aires. Aquella noche, seis italianos con tres maiales hundieron 80.000 toneladas de buques enemigos.
Pero la hazaña de Luigi de la Penne y sus compañeros aún tendría un epílogo. Acabada la guerra, los hombres que atacaron Alejandría fueron llamados
a la base naval de Tarento para recibir la medalla de oro al valor militar, sin importar –grandezas de Italia– que su hecho de armas hubiera tenido lugar bajo el fascismo. Y cuando el príncipe Umberto II,
presidente del acto, se disponía a condecorar a Luigi de la Penne, del público se adelantó espontáneamente un inglés uniformado: el almirante sir Charles Morgan, antiguo comandante del Valiant, ahora jefe de la base naval de Tarento. Y hay una foto del momento en que éste pide a Umberto II el privilegio de imponerle él mismo la medalla a De la
Penne «por el valeroso ataque que hizo contra mi barco hace tres años y tres meses». Esas fueron sus palabras, y así ocurrió: el príncipe se hizo a un lado y fue el almirante Morgan quien colgó la medalla en el pecho de su antiguo enemigo. De su mejor enemigo.
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