lunes, 29 de abril de 2019

Modas tontas (y peligrosas)

Por Carmen Posadas
Alguna vez he comentado con ustedes mi asombro ante algunas estupideces que se ponen de moda y cómo se apuntan a ellas con entusiasmo miles, por no decir millones, de personas. Ahora los llaman ‘retos’ y consisten en cosas tan apasionantes como hacerse un selfi colgado de un pretil a cientos de metros del suelo, o rociarse el tórax con alcohol y luego prenderse fuego a lo bonzo, a ver quién aguanta más.

El ser humano ha sido siempre muy dado a este tipo de exhibicionismos que yo llamaría ‘mira, mamá, sin dientes’ por aquel chiste tan bueno de un tontaina que se pavonea delante de su madre haciendo acrobacias en su bici. Pasa una vez y dice: «¡Mira, mamá, sin manos!». Pasa una segunda: «¡Mira, mamá, sin manos y sin pies!», y por fin una tercera: «¡Mida, mamá, ahoda zin dientez!».

Sin embargo, no es de retos memos ni de exhibicionismos virales de lo que quiero hablarles, sino de otras modas aún más incomprensibles que también consiguen implantarse. Curiosamente, las tres que voy a mencionar no son abrazadas por adolescentes bobos ni por personas de escasa cultura. Al contrario. Sus devotos son personas con estudios universitarios, mayores de treinta años y padres o madres de familia. Como, por ejemplo, el creciente número de progenitores que deciden no vacunar a sus hijos.

Es tal el rechazo a las vacunas que recorre las sociedades avanzadas que el alcalde de Nueva York hace unas semanas tuvo que hacer un llamamiento a la población después de que se declarase –sobre todo, en las zonas más caras de la ciudad– una epidemia de sarampión. ¿Creen que surtió efecto la advertencia? Claro que no, porque los abanderados de la causa antivacuna son nada menos que un Kennedy y Mayim Bialik, doctora en Neurociencia, y una de las actrices principales de la serie The Big Bang theory.

Cuando un famoso como ellos apoya una causa de estas características, es casi inevitable que se convierta en tendencia mundial y más aún si quien la abraza es una de las mujeres más omnipresentes del momento, como Meghan Markle. Como yo escribo estas líneas quince días antes de que lleguen a ustedes, ignoro si el parto se ha producido tal como ella quiere que se produzca. Pero, a día de hoy, su deseo –y ya sabemos que, para consternación de esa vetusta institución que es la Corona británica, los caprichos de esta señora son órdenes– es dar a luz en casa y en el agua.

Esta modalidad, también llamada ‘parto humanizado’, es una antigua forma de dar a luz y consiste en que, cuando la parturienta presenta seis o siete centímetros de dilatación, ha de sumergirse en una pileta de agua salada a unos treinta y siete grados. Una vez allí, la madre en ciernes debe pujar (por supuesto sin anestesia ni calmantes de ningún tipo) mientras un neonatólogo supervisa toda la operación (que puede durar horas) controlando los latidos fetales con una trompetilla.

Cuando el bebé nace al fin, se le ha de coger de forma inmediata asegurándose –y esto es muy importante– de que la cara del recién nacido quede fuera del agua. Como pueden ver, todo es sencillísimo y al alcance de cualquiera. Y exento de todo peligro, según sus partidarios, porque –dicen ellos– el parto es algo tan natural como la vida misma. Y lo es, qué duda cabe, a menos que surjan complicaciones y se esté lejos de un hospital, como le ocurrió a Caroline Lovell, una de las más conspicuas defensoras de este método, que murió desangrada en la bañera tras dar a luz a su bebé.

Pero, por supuesto, nada de esto debe de inquietar a Meghan Markle, que tendrá su bebé en casa rodeada de una cohorte de ginecólogos, doulas, pediatras y un sinfín de enfermeros. Porque otra de las particularidades de estas modas supernaturales es que no solo son una involución y un regreso a tiempos y medios menos higiénicos y seguros que los nuestros, sino que son también caprichos de ricachones que pueden permitirse todo tipo de extravagancias. Como lo es esa otra moda creciente de educar a los niños no en el colegio, sino en casa. Porque a sus padres no les gusta la educación reglada, blablá y quieren controlar lo que le enseñan a sus hijos, blablá. ¿Y qué más da que el niño crezca en un fanal y sin contacto con otros niños? No importa nada. Papá y mamá tienen suficiente pasta para pagarles también el siquiatra, el sicólogo o el coach cuando lo requieran.

© XLSemanal

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