Por Norma Morandini (*) |
No corremos ni caminamos para huir del pasado que se nos acerca, nos acecha, la experiencia de sucesivos fracasos en nuestra historia cercana y lejana, al que invocamos no para aprender
de lo que mal hicimos sino para asustarnos con el devenir. Nos arrastramos más por humillación y derrota que en el sentido de ese mártir de la libertad que murió por tener el sueño de “la
libertad, la justicia y la igualdad” para que en su país los negros y los blancos pudieran sentarse juntos en los transportes, vivir en los mismos barrios, que sus hijos concurrieran a las mismas escuelas y universidades,
ser iguales en los derechos civiles y en los corazones.
Sin ignorar las dificultades y el sacrificio que están haciendo miles de nuestros compatriotas, entre nosotros, no se trata de ese martirologio extremo –suficiente dolor
hay en nuestras espaldas históricas– sino de aspirar a un futuro más modesto, la normalidad de vivir sin inflación con la certeza o la previsibilidad de tener las instituciones estables de una república
democrática. Que la Constitución no sea un traje a medida que se adapta a la coyuntura sino un chaleco de fuerza que nos obligue a cumplir con la ley y las elecciones definitivamente sean el gran momento que
tienen las sociedades democráticas para decidir a quién le daremos la confianza para que tomen decisiones en nuestro nombre.
Para eso necesitamos de información y que nos ayuden a entender. No que se nos describa lo que es nuestra experiencia cotidiana ni que se nos amenace todo el tiempo con las peores
catástrofes, desde el default, la hiperinflación, el regreso al autoritarismo. Menos aun que los posibles candidatos jueguen a las escondidas. ¿Cómo saber qué piensan los dirigentes que aspiran
a tomar las riendas del país si especulan, eligen el silencio y evitan hablar con honestidad sobre el momento que vivimos y cómo evitarían ese futuro con el que nos amenazan ? Como en un juego de cartas,
¿relojean las encuestas para decidir las candidaturas? ¿No es función y responsabilidad periodística recordarles que lo que está en juego no es solo el poder, ganar la elecciones, sino cumplir
con lo que es una obligación en la democracia, la información?
Si la argumentación es un arte que se aprende en la vida democrática, a juzgar por la pobreza de nuestro decir público, nuestra cultura democrática sigue
siendo frágil, deslucida. Aceptar la economía de mercado no significa que debemos aceptar el mercadeo de la opinión pública o que nuestra vida compartida se reduzca a las compras en el supermercado.
Estoy entre los argentinos que evitan a los analistas, agobiada por la devaluación del debate público sin que reconozcamos ni aceptemos que para vivir juntos necesitamos
principios más o menos compartidos. Hace falta confianza, se nos dice por doquier, pero si en los análisis económicos siempre se profetizan desastres, ¿cómo recuperar la confianza? Ya no solo
en aquellos que nos gobiernan sino en nosotros mismos, que tenemos derecho a pedir que se nos respete y no se nos robe el alma reduciéndonos a la cifra de la encuesta. Siempre y cuando se esté dentro de la gente
de buena fe que de corazón desea para nuestro país un destino colectivo menos rastrero que vivir atrapados entre la inflación y el precio del dólar.
(*) Periodista y escritora. Exsenadora nacional
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