Por Sergio Sinay (*)
La furia demencial del taxista de Villa Urquiza se convirtió en tema central de la semana, junto a otras reacciones igualmente bestiales oportunamente grabadas y viralizadas.
Surgió de inmediato la pregunta clásica y retórica: “¿Qué está pasando?”. En el caso de Villa Urquiza, pronto saltaron los antecedentes del hombre, que mostraban un pasado
delincuencial nunca debidamente sancionado.
Parece que en la Argentina todo el mundo tiene un prontuario, lo sepa o no, a la espera de emerger en cualquier momento. Y cuando eso ocurre, el sujeto en cuestión se convierte en excepción. El es el loco (si su prontuario es psiquiátrico), él es el delincuente (si su prontuario es judicial). Por lo tanto, los demás zafamos, somos sanos, honestos y pacíficos.
Estos episodios son emergentes de un cuadro de situación de la sociedad. Síntomas de una enfermedad colectiva. Sus protagonistas actúan sin mediación simbólica
lo que todos los días, en todas partes, se vive bajo precarios disfraces. Basta con ver cómo se discute en la televisión, y cómo se estimulan esas discusiones, en las que ante todo importa chicanear
a los invitados para buscar la irritación, la reacción verbal y gestualmente virulenta. O la repulsiva violencia conque desde el anonimato, o aun desde posibles identidades reales, la gente descalifica, insulta
o amenaza en las redes sociales y en foros y sitios de distinto tipo en internet, en donde a la violencia se suma la cobardía. Además, la violencia está embozada en buena parte de los discursos políticos,
en el lenguaje de mucho personaje radiofónico que usa el micrófono como arma mientras desnuda su precario vocabulario y sus rudimentarias ideas. Y a todo esto hay que sumarle la violencia extrema que ha ido corrompiendo
y emponzoñando el lenguaje y las interacciones cotidianas de todo tipo, tanto en lo privado como en lo público.
La degradación de la vida en la sociedad argentina toma forma de metástasis y abarca todos los campos. La intolerancia, la no aceptación del disenso, la incapacidad
de nutrirse de la diversidad, los agrietamientos seriales, la resistencia a pensar, la precariedad de ideas, que abarca desde los discursos presidenciales hasta las declaraciones deportivas, las expresiones culturales y políticas
o las conversaciones entre personas (especialmente las chateadas), produce agrupamientos tribales. Asociaciones entre los que piensan igual, distribuciones antagónicas entre “nosotros” y “ellos”.
Cada vez se encuentran más grupos de “ellos” y más razones para odiarlos y para justificar todo daño que se les pueda causar. “Al enemigo ni Justicia”, arengó alguien en
tiempos no lejanos y los ecos de la consigna parecen haberse impregnado en el ADN nacional, independientemente de las ideologías. En la calle, en las canchas, al volante, en las tribunas, en las pantallas, en las páginas
impresas, en los barrios, en los consorcios, en las autopistas, todos son enemigos potenciales. Y como ya se sabe que en este país no hay Justicia, se la hace por boca o por mano propia.
Así involuciona la sociedad hacia un estado tribal primitivo, arcaico. Se va perdiendo el maravilloso potencial de un don que la humanidad alcanzó al cabo de decenas
de miles de años.
El de un cerebro desarrollado, con lóbulos prefrontales, con un neocórtex que capacita para pensar, imaginar, crear, simbolizar, desarrollar un lenguaje complejo, argumentar.
Como en nuestros primitivos antecesores y en las criaturas menos evolucionadas, prevalece el cerebro amigdalino, reptílico, cuyas funciones quedan reducidas a un par mínimo y elemental: luchar o huir. Claro que
aquellos seres prehistóricos no tenían otra opción. Pero luego iban a evolucionar, camino contrario al que hoy parece recorrer nuestra sociedad. Si no se recupera, al menos en algunos grupos que puedan
estimular a otros, la capacidad de pensar, y mientras no haya un futuro convocante y consistente para la sociedad argentina (desde la política se desertó de la misión obligatoria de construirlo), el taxista
de Villa Urquiza es solo un adelantado. Anuncia el futuro que nos acecha: ser los próximos Neandertales, los más primitivos homínidos.
(*) Escritor y periodista
© Perfil.com
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