Por Roberto García |
Como además el propio ingeniero se desvela por repetir, con sospechosa insistencia, en que se presentará a la reelección, el misterio electoral que anida en los argentinos parece resuelto:
los dos protagonistas principales de la vida política competirán uno contra otro en los próximos comicios.
La viuda de Kirchner todavía sigue mudita como la añeja fotografía de la enfermera que en los hospitales reclamaba silencio y, quienes secundan al mandatario, se
interrogan por la validez del reiterado juramento de un hombre que se ha ganado fama por no acertar con sus deseos. Más bien, acumuló agravios por promesas no cumplidas.
Idas y vueltas. Faltan certezas en las dos capillas, a pesar de los reconocidos liderazgos. Sea en la sociedad anónima
de Macri como en la sociedad secreta de Cristina. En una, abundan las discrepancias, sean los ortopédicos postizos del radicalismo o las sordas rebeliones de su propio cuerpo, los amigos personales que imaginan más
conveniente que le ceda la posta electoral a María Eugenia Vidal. En la otra, domina el arbitrio de una mujer cuyo mapeo cerebral permanece desconocido, hermético. Pero en los dos bandos comienza a objetarse la
posesión accionaria, circula el temor de que no sean los candidatos óptimos para la contienda, que no garantizan la victoria debido al rechazo personal que padecen en las encuestas.
Presuroso, Macri decidió apagar los conatos políticos de incendio, se endureció con los suyos, y confía en que el dólar no lo enloquezca: entiende
que la estabilidad cambiaria es su único cable con la permanencia. Magra salvación: depende del FMI y de una colaboración extra de Trump y su Reserva Federal, si el avión entra en emergencia, por
unos presuntos 20 mil millones de dólares. Es vox pópuli en el Gobierno esa versión. Dicen que hubo un guiño. Quizás tenga mejor visión que Galtieri, quien afirmaba lo mismo cuando
se lanzó a Malvinas.
De ahí que hasta se presta a la eventualidad de un diálogo en un territorio donde todos hablan de consenso y nadie lo practica. Mucho menos él. Pero se retracta:
vuelve para ganar tiempo a un coqueteo con radicales ansiosos y díscolos, los habilita para hablar de la vicepresidencia y hasta de Lousteau como número dos cuando, a su juicio, esa designación sería
su último acto de defunción.
También envió a Marcos Peña para negociar con la explosiva Corte Suprema –como lo había reclamado ese instituto por carecer de un interlocutor con la
Casa Rosada–, mientras Vidal se reunía por su cuenta con ocho jueces federales, algunos odiados por el Ejecutivo.
Conciliación y paz. Hace 48 horas el agitado Peña se acercó a la Iglesia para congraciarse y mostrar
disposición a conversar ante tres obispos (Poli, Malfa, Ojea). Allí propuso empezar de nuevo la relación con el Gobierno, borrón y cuenta nueva, finalmente el catolicismo es tan grandioso que siempre
perdona.
Pero será difícil que le crean los curas a pesar de que el jefe de Gabinete era el sobrino preferido del lúcido padre Braun, cuyos consejos en este caso parecen
haber inducido más a la apostasía que a la obediencia religiosa. Cualquier desenlace pacifista además se complica por la grave situación de pobreza y desempleo, las limitantes de fondos para caridad
social, el denominado curso liberal del Gobierno y su culto al FMI –por no hablar del aborto en el Código– que irritan la paciencia vaticana, molesta porque Macri consulta siempre después de haber
tomado las decisiones. Impensado: la cúpula clerical coincide con Storani.
El esfuerzo no disipa el suspenso sobre Macri candidato. Pero la bruma también invade la nominación de Cristina. Hegemónica, no puede detener una interna: un preso como Julio de Vido, tal vez abandonado por la ex presidenta luego de que él fue un todo servicio para la pareja Kirchner, empezó a descalificar a quienes la rodean, en especial
al recién llegado Alberto Fernández, con el que mantiene una porfía sangrienta desde hace años. Referentes bonaerenses, a su vez, se hincan
para que ella los incluya en su boleta, pero exigen comicios internos para nombrar al aspirante a la Gobernación. No quieren el dedo, ni siquiera el de la dueña. Primera línea de fuego por ese ejercicio
democrático: La Matanza. Desde allí demandan Magario y Espinoza. Cuestionan, obvio, al ahijado que impulsa Cristina, su ex ministro Kicillof, protestan contra el hábito de otros jefes peronistas que siempre propiciaron a un ajeno en la Provincia, a un “carapálida”,
en lugar de impulsar a un “negro” intendente de la Provincia.
Duhalde se ofrece como intermediario del conflicto. Y debe participar quizás de un pedido de reflexión a la viuda: las encuestas, casi todas, sostienen que en una segunda
vuelta Cristina nunca podría vencer a Macri. Desde esa evidencia, aparecen voces anónimas que aguardan un renunciamiento tipo Evita que le garantizaría al peronismo unido triunfar sin atenuantes en un
ballottage con un candidato de consenso. O de internas. Casi un sueño para algunos: ella se retira, evita divisiones partidarias, supera la grieta y se convierte en la gran electora y heroína del PJ. De acuerdo,
claro, a lo que dicen las encuestas.
Hasta ahora no se encuentra al atrevido que ensaye esta propuesta ante la dama: ninguno de los espontáneos registra peso en la balanza para ese cometido. Ni siquiera hay quien
se responsabilice del proyecto, casi todos juegan al entretenimiento infantil del Gran Bonete. Pero faltan tres meses todavía para producir este dibujo animado de Disney.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario