Por Roberto García |
Al menos, se reconoce al dador de la semilla que habilitó el experimento: Sergio Berensztein.
Fue este politicólogo y encuestador quien sacó del retiro en su chacra bonaerense al ex ministro de Economía, hasta ese momento solo interesado
en las andanzas políticas de su hijo Marco.
Pero Berensztein apareció con un sondeo en el que Lavagna encabezaba opiniones en sectores claves de la sociedad, sobre una lista de siete u ocho nominados, como el más
apto de los argentinos para cerrar la grieta que hoy caracteriza al país.
No le costó convencerlo para que fuera protagonista de una nueva etapa, lo admiten ambos, como suele decir un escéptico: nadie se resiste a salvar a la patria. Ni Macri, ni Cristina, ni Massa, tampoco Lavagna.
Esa novedad se replicaba en un antecedente extranjero: cuando se hizo un sondeo semejante en los Estados Unidos, el nombre de Joe Biden surgió para suavizar las brechas partidarias y se supone que ese reconocimiento le garantizó la vicepresidencia con Obama (aunque el efusivo Biden difiere de Lavagna en que a uno le gustaba tocar a la gente y al otro, reticente y tímido, le cuesta abrazarse hasta con los amigos). El
descubrimiento local del sondeo comprometió a Lavagna, se entusiasmó a los 77 años con rendir una asignatura conciliadora y pacifista para la Casa Rosada.
De ahí su contumacia en la necesidad de construir consensos, propios y ajenos. Además, múltiple, puede exhibir una personalidad mutante que se adecua del peronismo a los radicales, parando en la estación socialista si es necesario. Un caso único en un universo donde no abundan los elegidos para descongelar el dilema de Macri o Cristina. O viceversa.
Obstáculos. Pero la aspiración tropieza, se embarra: desde el recuerdo de que el laborioso Berensztein
también fue artífice de la candidatura del radical Ernesto Sanz –frustrado proyecto de hace un lustro que sostenía un centenario grupo mediático y una de las pocas multinacionales locales–
hasta la dificultad para congeniar adhesiones y armar una organización en las provincias, creyendo que se puede incorporar por arte de magia lo que ya está hecho de los gobernadores, una forma de adquirir llave
en mano esas prestaciones electorales. Nadie hace obsequios, salvo que la correntada elitista lo requiera.
Hay algo peor que lo acecha, un plazo fijo exiguo: en menos de cuarenta días hábiles deben presentarse las listas. Dura competencia con un Macri que dispone de un ejército y ya diseñó su estrategia para inaugurar más de mil obras durante la campaña.
Y una Cristina que designa candidatos a legisladores en todas las provincias –su prioridad de vida para que no
le compliquen los fueros– y ya ha contratado el estadio campeón de Racing, el 20 de junio, para lanzar su movimiento (nadie cree que eligió ese marco para hacer un renunciamiento, a menos que se crea una Evita rediviva). Mientras, Lavagna ni siquiera ha podido inaugurar oficinas, cosecha simpatías y eventuales
promesas, pero no fondos.
Tampoco ofrece un anillo con nombres y apellidos de notables que lo rodee. Además, si el tracking de encuestas le resultó creciente durante enero y febrero, en marzo por
lo menos se contuvo esa tendencia. Logró, eso sí, compartir guarismos con un Sergio Massa que parece revelar más convicción que él para presentarse cuando, se estimaba, para imponer Lavagna su candidatura debía doblar en número
al tigrense.
Hasta Eduardo Duhalde, uno de los mayores inspiradores de su candidatura, acaba de regresar de México advirtiendo objeciones a la evolución proselitista de la campaña,
al “tiempismo” del economista. Como Lavagna se niega a una interna en Alternativa Federal, tampoco se sabe de un partido propio que lo vaya a representar por más que hubo conversaciones con sellos como el Federal o el Celeste y Blanco.
Sería éste, igual, el menor de los detalles. Resulta interesante, en cambio, saber si este martes –en una reunión que el economista mantendrá con sindicalistas
de una organización ad hoc– participará el camionero Hugo Moyano, que integra ese instituto.
En lo político, se mantiene intransigente con el “no” a Cristina, semejante al que le traslada a Macri, aunque el Presidente, Carrió y los aprensivos radicales
se congratulan con la negativa a la viuda: entienden que la existencia de Lavagna, como la de Massa y otros, les garantiza una partición favorable en los comicios.
La grieta. Al contentarse con esa posibilidad, evitan mirar sus propias divisiones. Cristina, entretanto, supera escollos personales en la previa y hasta imagina que la Cámara le otorgará un waiver a su hija: dispondría que no se demande su presencia en el
país hasta el inicio de los juicios.
Aunque viaja a Cuba para ver a su nieta y se tiñe de una administración amigable con su familia, también parece dispuesta a intentar recomponer una imagen que desencadena
pavor en los mercados internacionales.
Nadie sabe si discute estas menudencias con su mesa chica, integrada –dicen– por Alberto Fernández, su hijo Máximo, Wado de Pedro y el ex embajador Valdez, pero lo cierto es que algún economista de corte liberal comenzó a pedir colaboración
a especialistas de distintos rubros para que le acerquen posibles medidas que les den sosiego a inversores y hasta promuevan interés en su hipotético gobierno.
Tal vez sea una pantalla para apartarse de la marca populista que representa o una muestra de gentileza con un FMI que, a través de Lagarde, sostuvo que ese instituto le prestaba al país, no a un gobierno.
Ella se ufana de haber pagado las deudas a los organismos y en cualquier momento recuerda que la mayor inversión de una empresa extranjera en toda la historia del país
(4 mil millones de dólares) se hizo bajo su administración en Vaca Muerta, hasta con cláusulas secretas exigidas por la compañía Chevron, en oposición a los módicos o nulos recursos que ha logrado convocar el gobierno de Macri.
Como hasta ahora no habla, será necesario aguardar para saber hasta dónde ha cambiado el color de su cabello, o si es que se hace los rulos.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario