Por Francisco Olivera
Graciela Camaño reaccionó como la más celosa de las republicanas y como si enfrente hubiera tenido al peor populista. Pero su interlocutor era un hombre de la Casa
Blanca: Lukas Henderson, director para América del Sur del Consejo de Seguridad Nacional. Tal vez fue un malentendido lingüístico.
Ocurrió en la mañana de anteayer en Washington en una reunión organizada por la Cámara de Comercio de Estados Unidos que incluyó a diputados de espacios disímiles, como Gabriela Estévez y Laura Russo, de Unidad Ciudadana; Roxana Reyes y Luis Petri, de la UCR y Héctor Flores, de la Coalición Cívica. Henderson había decidido hablar en castellano, algo que el mundo diplomático desaconseja si no se es nativo, y dijo que parte del respaldo norteamericano a la Argentina se sustentaba en la vieja amistad que tenían Trump y Macri. "No entiendo cómo puede ser que la relación no sea con el Estado argentino, sino personal con el actual presidente", se exasperó Camaño. Henderson insistió en las afinidades.
Es el estilo Trump. Con pocos matices y, si se quiere, cierto sesgo latinoamericano: el trato con el mundo es más individual que multilateral y, por lo tanto, se hace difícil
separar gobiernos de Estados y Estados de naciones. Desde la óptica institucional representa exactamente lo que Macri les reprocha a legisladores de la oposición: que no reparen en que hay un mundo que observa a la Argentina como país,
independientemente de quién esté en el poder, y sean capaces de proponer proyectos de ley inviables al solo efecto de perjudicarlo en un año electoral. Penurias de un ingeniero en la política.
El Presidente está enojado. Se lo dijo Martín Lousteau a los radicales no bien salió de su almuerzo de anteayer en la Casa Rosada, el segundo con Macri en cinco
días. Parte del origen de ese malhumor son desencuentros ideológicos: cree que el populismo ha calado hondo en la sociedad por irresponsabilidad de la dirigencia y que revertirlo puede llevar décadas o,
peor, no ocurrir nunca. El resto obedece a la situación económica y quizás a algo más: Durán Barba acaba de entregarle al Gobierno encuestas con resultados inquietantes incluso en distritos
donde la ventaja de Cambiemos era abrumadora. Por ejemplo en la Capital Federal, donde la intención de voto oficialista se ubica en 37 puntos, apenas cinco por sobre Cristina Kirchner , a quien el Gobierno imagina candidata en octubre justamente por eso: porque tiene posibilidades de ganar.
Es cierto que esos sondeos anticipan todavía un final abierto y tampoco excluyen la posibilidad de que aparezca un tercero. El porcentaje de votantes que no quieren saber nada ni con Macri ni con la expresidenta, que
oscilaba en febrero el 40%, subió ahora casi al 50%.
Nadie en la Casa Rosada imaginaba en aquel diciembre de 2015 rebosante de globos que la superación del kirchnerismo sería tan ardua: la letra chica del gradualismo. El
ejercicio del poder obliga a revisar prejuicios. Los macristas han empezado a hacerlo con el "círculo rojo": empresarios que ahora vuelven a ser invitados a la Casa Rosada para tener un diálogo franco
con Marcos Peña. Esta semana les tocó a Eduardo Elsztain y a Alfredo Coto. Son reuniones reducidas entre partes que, en el fondo, piensan bastante parecido, y en las que ya no se esquivan tabúes. El primero
que sale: ¿por qué el Gobierno no habló de entrada de la herencia? El jefe de Gabinete suele contestarles con una metáfora: lo primero que intentó hacer Macri fue hacer arrancar un tren que
estaba parado y sobre el que no tenía demasiado sentido plantear si tenía las ruedas averiadas o barrabravas en los techos.
Será una discusión para los libros de historia. Porque lo que la Casa Rosada pretende en la emergencia electoral es apelar a esas coincidencias ideológicas: si es
cierto que los empresarios comparten valores de racionalidad económica elemental, como la defensa de la propiedad privada, la necesidad de la creación de riqueza como requisito para distribuirla o la urgencia
de bajar el costo argentino, sería muy bueno que lo expusieran ante una sociedad que, creen los macristas, ha quedado presa de una lógica populista. Es en realidad una tendencia mundial que deja a veces a los
capitalismos no democráticos en ventaja sobre el resto: las reformas impostergables suelen ser también impopulares. "Democracia es ir más lento porque supone convencer e incluir a todos", dijo
Barack Obama el día en que se despedía de la Casa Blanca. Es cierto que además el siglo XXI vino con cambios de hábito: un millennial no ahorra lo mismo que un emigrante de la posguerra. "Va a ser muy difícil que cualquier modelo económico pueda en el futuro prescindir del consumo",
anticipó hace años el economista Miguel Bein en un seminario en la Unión Industrial Argentina.
¿Cómo pedir austeridad a una ciudadanía cuyos estándares y aspiraciones están muy por arriba de los de sus abuelos? ¿Cómo pregonarla en un
país con productividad latinoamericana que, con criterios de norte europeo y celebraciones de casi el 100% de su establishment, duplicó en los últimos años la cantidad de jubilados, muchos de los
cuales jamás aportaron a la seguridad social? El Gobierno cree que hay un tercio de la población que nunca entenderá una renuncia a lo que ya incorporó como derechos. Su temor a Cristina Kirchner
es ahora una coincidencia con los empresarios, y acaso la única razón por la cual estos podrían aceptar acuerdos de precios en los que jamás creyeron. En realidad Macri tampoco: la revisión
de ese principio, que se concretará en anuncios la semana próxima, obedece a que entendió que está obligado a medidas paliativas hasta octubre. Hasta que dé resultados la restricción
monetaria para derrotar la inflación. Que ese camino escabroso e incierto coincida con un período electoral es la tentación en que les reprocha haber caído a opositores que respeta. Por ejemplo,
Miguel Pichetto, a quien define en conversaciones privadas como uno de los más responsables, pero a quien recuerda impulsando el año pasado leyes como el congelamiento de tarifas. "Ustedes saben que la pueden
vetar", llegó a excusarse el diputado, que recibió en esos días un reproche personal de Macri: "El problema es que el mundo mira. No tanto a mí, que saben cómo pienso, como a ustedes".
El gran desafío de Occidente es ejercer liderazgos ante sociedades con menos paciencia. Macri suele recordar en la intimidad una queja que le oyó a Macron: no llevaba seis
meses en el poder y ya tenía la imagen por el piso. El reverso de esa lógica es la aparición de oportunidades para quienes cuestionan, como Cambiemos, "la vieja política". El hartazgo
llevó a Trump a la Casa Blanca: la promesa de un America first en un mundo globalizado para cuyo resultado habrá que esperar. Ansiedades populistas:
con una experiencia de años en la materia, a la Argentina le llegó antes el tiempo de lidiar con ellas.
© La Nación
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