Por Isabel Coixet |
Pues no, oiga. Para empezar, no encuentro las letras del plano que se supone
corresponden a las incontables tuercas que tengo delante. Soy incapaz de
identificar ni la A, ni la B, ni la C ni nada por mucho que agite el plano en
todas las direcciones, como si esperara que mágicamente, al conjuro de las
letras del abecedario, los tornillos fueran a encontrar su camino hacia las
roscas. Me siento fracasada, agotada, con la moral por los suelos, tras cada
nuevo intento de interpretar las instrucciones. Ni siquiera he conseguido
averiguar dónde van las patas de la mesa que cruzaban en diagonal las dos
superficies de esta y que tan inofensivas parecían con la mesa montada en la
tienda, que por cierto no era Ikea ni ninguna otra gran cadena. Envidio
profundamente a los manitas. Y a los que tienen un manitas a mano.
Mi fracaso montando la mesa, inevitablemente, dado mi carácter
pesimista, me lleva a otros fracasos. Me pongo a repasar varios de ellos,
antiguos y recientes. Nunca he conseguido aparcar decentemente marcha atrás.
Jamás me he puesto de pie en una tabla de surf. Soy incapaz de superar el miedo
a los vestuarios de los gimnasios. Me he equivocado escogiendo socios y parejas
(aquí he mejorado, gracias a Dios, lo admito). No sé respirar bien ni hacer
croquetas. Mis habilidades domésticas dejan mucho que desear. La economía no es
mi fuerte. Tengo una engorrosa habilidad por granjearme las antipatías de
cualquiera que teóricamente pueda beneficiarme en algo. Hablo más de la cuenta en
situaciones comprometidas por pura fobia social. En público, cuanto más me
esfuerzo por expresarme con claridad, más me embrollo. Siempre escojo la cola
más larga, el camino más difícil, la ruta menos transitada (¡que por algo
será!), la manera más enrevesada y ardua de llegar de A a Z.
Probablemente es demasiado tarde para cambiar el signo de esta larga lista
de fracasos, pero de una cosa sí estoy segura: nunca volveré a creer a
nadie que me diga que esto es un «clic clac y ya», y en adelante no se me
va a ocurrir comprar un mueble desmontado. Si necesitan una mesa de café,
todavía en el embalaje original sin estrenar, son ochenta euros en Wallapop.
© XLSemanal
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